¡Reencarné en un elfo! Cap. 17

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Capítulo 17. La Gran Pesadilla, Parte 1.

Tras las fronteras naturales del Gran Bosque, habitada por la raza élfica, se extiende un enorme páramo inhóspito para casi todo tipo de vida, sea donde sea que intente florecer. Mires donde mires, solo encontrarías grandes llanuras muertas que no han visto el agua en siglos, con su suelo duro y agrietado, apenas útil para unas pequeñas alimañas.

Entre cientos de kilómetros de desolación, un grupo de enormes montañas negras se elevan sobre el paisaje, de piedra brillante y casi sin imperfecciones en su superficie.

Esta zona de difícil acceso servía de protección para un majestuoso palacio tallado en piedra de obsidiana. Sus antiguos dueños, la raza de los enanos, creyeron con orgullo que jamás serían oprimidos por nadie mientras la montaña siguiera en pie y así fue durante milenios de abundancia.

Hoy, casi no existen enanos para recordar esos tiempos, todo lo que alguna vez construyeron les fue arrancado con malicia en un parpadeo. La Gran Pesadilla cayó sobre sus cabezas y fueron diezmados por las razas demoniacas hambrientas de sangre y sufrimiento.

Los enanos no sufrieron solos.

Todas las razas que habitaban sobre el continente sufrieron la Gran Pesadilla, aliados o enemigos, todos fueron masacrados por igual bajo las garras de vampiros, necrófagos, arpías, espíritus demoniacos y decenas de monstruosidades creadas por los dioses de mentes más retorcidas.

Hoy, los últimos descendientes de las razas que fueron arrasadas, no eran más que ganado para espeluznantes pasatiempos y esclavos para los peores trabajos del mundo.

El palacio en la montaña de obsidiana, antes un gran albergue de vida y cultura, hoy era el peor lugar donde un ser vivo podría estar. Sus almacenes, en vez de trigo y cebada, hoy albergaban cadáveres y esclavos por igual. Hileras de sangre fresca adornaban los pasillos y gritos desgarradores creaban un ambiente de total terror, digno para ser el hogar de los oscuros líderes de la Gran Pesadilla. Al convertirse en el centro de poder de todas las razas demoniacas recibió el nombre de Altar Abisal.

En una triste noche, de aquellas que despiertan los peores miedos de los que viven en esclavitud, un ruido inconfundible llenó el campamento de concentración de mujeres, niños y niñas de la raza enana que vivían en las mazmorras del Altar Abisal. Una legión completa de orcos, seres de casi cuatro metros de altos, con colmillos inferiores sobresalientes y ojos inyectados en sangre, irrumpieron con fuerza en el campamento, empujando con malicia a todo quien se les atravesase.

De manera sincronizada, se detuvieron al medio de la zona más amplia y permitieron el paso a quien los comandaba desde atrás. Una pequeña sombra fue creciendo hasta mostrar un ser de alta elegancia en sus ropas y postura. Sus pies no tocaban el suelo, sino que iba montando un peculiar ser cuadrúpedo, con el cráneo totalmente expuesto y dos bolas de fuego en vez de sus globos oculares.

Cuando llegó a la línea delantera de la legión, no se molestó en cruzar palabras con los orcos y miró con indiferencia a una enana adulta postrada con la cabeza en el suelo frente a él.

“Inmunda Seis. Vengo por los huevos mensuales. Esta vez necesitamos dos docenas extras pues… haremos un gran… pastel… tú me entiendes.” Una sonrisa que no intentó ocultar destacó en la oscuridad del recinto de esclavitud. Dos colmillos afilados demostraron su estatus más alto en la jerarquía de seres diabólicos, solo un poco más abajo que los líderes demoniacos: Un Vampiro Real.

“Dos doce-docenas… eso… eso… mi señor…” La desesperada mujer comenzó a golpear su cabeza contra el suelo y arañar su cara, intentado sin esperanzas de despertar algún tipo de compasión en un ser que realmente parecía más un cadáver frío que una persona viva.

“Creo que quizás se nos antojarán tres docenas más…”

“¡NO! ¡NO POR FAVOR! ¡Su pedido ya está listo señor! Gracias por la amabilidad de venir por nuestra me-mercan… mercancía, su Excelencia.” Las lágrimas se mezclaban con la sangre que comenzaba a salir en su cara, pero todo se cubría con el barro de donde estaba postrada.

Antes de responder, el vampiro jugó con la punta de su lengua limpiándose los colmillos. En ese momento dirigió una mirada diferente a la esclava que tenía frente a él, no del tipo de mirada lujuriosa, sino de una que le daría alguien al siguiente postre en el menú.

Tras pensárselo unos segundos, desvió los ojos y ordenó a su montura volver en sus pasos.

“Ningún huevo menos de lo necesitado, Inmunda Seis. Ya sabes las consecuencias.”

Cuando la sombra del comandante demoniaco se fue de la vista, dejando a los orcos atrás para llevarse las ofrendas, la esclava se permitió relajar los dientes y dar un grito desgarrador al cielo. No podía soportar esta forma de vivir, además tener que ser quien enfrente la dura tarea de informar a su pueblo el número de hijas e hijos que tendrían que entregar cada dos meses como impuesto por seguir viviendo.

Algo que tan preciado para todas ellas, un vil demonio lo llama tan solo “huevos” … pero, lo que más dolía realmente era imaginar a qué se refería cuando decía “pastel”. La sola idea le producía un dolor profundo en su pecho. 

Con pasos dolorosos llegó hasta la zona de crianza, donde separaban a los pocos hijos que podría sobrevivir de los que serían entregados a los demonios. Cuando la encargada de todos ellos observó los ojos de Inmunda Seis, su semblante se puso oscuro y sus labios comenzaron a temblar.

“Esta vez… esta vez no se excedieron nuevamente… ¿verdad?” Ninguna pizca de esperanza se asomaba en su mirada, solo lo preguntaba para preparar su corazón y blindarlo antes de la puñalada.

“Dos docenas… el maldito diablo pide veinticuatro bebés además de los treinta que ya habíamos preparado.”

El silencio reinó entre las dos durante demasiado tiempo.

*PUUUM* *PUUUM* *PUUUM* *PUUUM*

Un ruido seco, como si golpearan los muros con garrotes pesados, mostró la impaciencia de la legión de orcos que venía por los niños. Ambas salieron de su estupor de un salto y corrieron obedientemente hacia la guardería. La esclava llamada Inmunda Seis tomó a los treinta niños que esperaban con ojos vacíos, sin entender ni tener la capacidad para hacerlo, y se los llevó con ella.

Tras esperar unos pocos minutos más, justo cuando los orcos estaban a punto de dar una segunda advertencia, llegó la encargada de los niños, liderando un grupo de dos docenas de niños y niñas de diferentes edades. Todos con bolsas de tela en la cara y las manos amarradas en una fila. Entre ellos había varios que no fueron criados para ser ofrendas a los demonios, sino que eran personas conocidas con las que ellas compartían diariamente los deberes y las comidas.

La bolsa en las cabezas de cada niño y niña redujo un poco la angustia de Inmunda Seis, prefería no saber a quién entregaría esta vez.

Los orcos tomaron a los niños que ya estaban amarrados y detrás de ellos colocaron las cadenas en los demás, para luego comenzar a llevarlos casi arrastrando hacia sus destinos… ninguna de sus piernas podía seguir el ritmo firme de una legión militar de orcos.

Cuando todos le dieron la espalda, Inmunda estuvo a punto de desmayar, pero una figura familiar le llamó la atención al frente de ella. El señor vampiro de antes, desde su montura la miraba con firmeza.

“¿Mi señor…?”

“Camina tras de mí. Esta vez necesitaremos una gallina para cuidar de los huevos antes del pastel.”

Durante unos momentos la esclava Inmunda Seis no supo qué pensar, jamás le había pasado algo así, nunca creyó que una persona adulta necesitara acompañara a las ofrendas, pero tampoco es algo que les hayan dicho que no sería así.

“¿Te pasa algo? ¿No estás pensando tal vez en montar mi Alopaxi? ¡JAJAJA!”

Sin esperar respuesta alguna, dio la vuelta y se alejó a ritmo de trote. La esclava se negaba a aceptar lo que le acababan de pedir, no sabía nada del mundo más allá de estas cuatro largas paredes que formaban su cárcel de por vida.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un toque suave en la espalda.

“Anda, no es la primera vez que sucede, algunas… algunas sí han vuelto.”

La mirada de la encargada de los niños no daba ninguna esperanza, pero había una pequeña calidez entre ellas que solo pueden sentir dos personas que han vivido igual de oprimidas bajo el terror día y noche, durante toda su existencia.

Sin dar respuesta más que un movimiento de cabeza, se apresuró a alcanzar al señor vampiro y no se atrevió a mirar atrás.

* * *

En la superficie del Altar Abisal, una reunión macabra se celebraba entre los seres más influyentes de la raza demoniaca. El punto de encuentro era de medianas proporciones, similar a un teatro de ópera, con hileras de asientos a nivel del suelo y una decena de palcos reservados para las mayores autoridades existentes.

Frente a ellos, el escenario estaba oculto tras una cortina roja.

Susurros, llantos y risas creaban un ambiente bastante siniestro, donde cada conversación involucraba contenido demencial, centrado en la muerte y el sufrimiento de todas las formas de vida que puedan existir. Esto era aún más cierto en algunos palcos exclusivos de las autoridades.

“… setenta y nueve esclavos, más de la mitad de ellos provenientes de las granjas enanas, el resto es una mixtura entre humanos, hadas y sirenas… corrijo, las cuatro sirenas murieron de camino, otra vez los orcos olvidaron las peceras. Eso es todo lo que dice el informe de logística.”

Un humano con aspecto harapiento y privado de sueño por días, leía un pequeño papel sin pasión en su voz desde uno de los palcos. Parecía un hombre normal en todo aspecto, salvo por un detalle importante. Su brazo derecho estaba inserto dentro se un ser similar a un muñeco de ventrílocuo, con forma de chimpancé, un pequeño gorro amarillo, dientes prominentes y dos pequeños platillos unidos a sus manos.

*CLASH* CLASH*

Un sonido agudo y retumbante salió de sus platillos con ira hacia el humano unido a él. Sus piernas estaban firmes en la baranda del palco y amenazaba con volver a juntar sus manos con fuerza. A pesar de parecer estar controlado por la mano del humano, en realidad tenía total libertar de movimiento mientras no estirara demasiado de su brazo poseído.

“¡OTRA VEZ SE OLVIDARON DE LAS PECERAS ESOS ESTÚPIDOS ORCOS! ¡¿POR QUÉ NO FUISTE TÚ PERSONALMENTE ESTA VEZ?!”

*CLASH* CLASH*

“Tal vez sea porque yo soy un anfitrión y tú un huésped maligno, si voy, tendrías que ir conmigo también.” Sin la mínima reacción ante los sonidos estridentes, el hombre respondía justo antes de dar un gran bostezo. Estaba tan acostumbrado a los sinsentidos de este general demoniaco que no temía a ninguna de sus represalias.

“Eso tiene sentido. Te perdono sabio humano.” El títere volteó y se sentó mirando hacia los demás palcos como si lo de recién no hubiera existido. El hombre quedó en una posición incómoda con su brazo estirado, como si el títere fuera realmente él, lo cual era aparentemente normal entre ellos y no se quejó en ningún momento.

“Con esto los preparativos están listos. Los invitados están disfrutando de la comida agria y las conversaciones casuales. Con esos huevos como ofrenda, tendremos un lindo pastel para nuestra Lord. ¡Comencemos!”

Sonriendo con malicia, abrió los brazos lo más que pudo y reunió energía demoniaca en cada platillo justo antes de chocarlos con todas sus fuerzas.

*AAAAAAAAHHHHHHH*

En vez del esperado sonido agudo del metal, un grito oscuro y desgarrador llenó el teatro, un ruido similar al de un alma torturada por las formas más dolorosas existentes. Tal cosa era como una melodía hermosa para todos los demonios presentes, por lo que detuvieron sus conversaciones y miraron directamente al palco del títere chimpancé.

“¡Horripilancias y abominaciones! ¡Demonios de la Gran Pesadilla presentes! Les doy la fría bienvenida a esta asamblea cuya versión nadie se ha molestado jamás en cuantificar. ¿Será la centésima o la milésima? ¡¿Pero quién está contando?!”

Una serie de risas falsas llenaron el auditorio, a nadie le gustaba su humor diferente, salvo por las docenas de otras marionetas que vitoreaban como si hubiera sido lo más gracioso que jamás escucharon. Entre ellos había juguetes, peluches de animales y otros recipientes extraños que les permitían la posesión demoniaca, de todas formas, el único que tenía un humano unido a él era el general chimpancé.

“Público difícil, ya veo… Esto les va a alegrar, ¿Saben cuántos huevos tenemos para la torta de esta noche? No treinta ni cincuenta como otras veces, sino que nada más ni nada menos que… ¡Setenta y nueve!”

“Setenta y cinco menos las sir…”

“¡¡NO ME CORRIJAS EN PÚBLICO!!”

*CLASH*

Esta vez sí surgieron risas espontáneas cuando el humano fue golpeado por uno de los platillos en la cara. Esto fue del agrado del títere chimpancé por lo que le dio un par de golpecitos más antes de continuar con un mejor ánimo.

“Como es la tradición de cada asamblea importante, presentaré a los distinguidos líderes y a los imbéciles también, con el perdón de los reales tontos que no merecen ser tratados así. En primer lugar, como siempre, nuestros tres queridos grandes generales de las tropas demoniacas.”

Un redoble de tambores sin sincronía vino desde la zona de las marionetas, generando expectación en las barras de cada uno de los generales.

“Líder de los vivos, destructor de las fortalezas de los gigantes y especialista en la cultura del té de hierbas. El perro de dos cabezas, mejor no preguntarle nunca por la tercera, ¡Cantrewa!” Aplausos y abucheos por igual se escucharon con fuerza, a sus seguidores no les gustó la mención a la tercera cabeza, un tema de gran tabú.

“Gerente de los cadáveres, paladín del mal olor y las malas costumbres. Exquisito coleccionista de hígados grasos. La abominación que no para de agregarse nuevos miembros muertos, ¡Lamunku!” Esta vez no hubo tanta emoción como antes, sus seguidores zombis a penas entendían lo que sucedía alrededor.

“Sepulturera de los espectros, la jefa de la mayoría de nosotros cuando dejemos de ser útiles en nuestras formas actuales. Su apariencia puede recordar a la de una horrible alma de anciana en pena que vaga por los hospitales, pero… ¡Nada más cercano a la verdad! ¡Eso es exactamente lo que parece! ¡Fütham!” Gritos y llantos de cientos de espíritus superpuestos se podían escuchar en todo el lugar, como sus cuerpos no ocupaban espacio, podían llevar más seguidores que los demás líderes.

El títere chimpancé se puso de pie, cambiando su semblante burlesco a uno más digno de alguien importante. El ambiente del teatro se volvió silencioso en pocos segundos dado que todos podían presentir quien sería la siguiente persona en ser presentada.

“Ya tendremos tiempo de presentar a todos los otros líderes de la Gran Pesadilla, pero, en este momento presenciamos alguien a quien todos deberían conocer en lo más profundo de sus corazones. Conocido como la luz de la esperanza, el brillo del atardecer sobre los mares de sangre del infierno… ¡El capellán de los muñecos traviesos! ¡Rekoyla! ¡Yo mismísimo!”

Los gritos de abucheo llenaron todo el espacio y ensordecieron el intento de los títeres por celebrar la picardía de su líder. Todos los demonios tenían gran orgullo por los poderosos y ese chimpancé era uno de los generales más débiles de todos los presentes, fue totalmente delirante ponerse en tan alto pedestal.

Cuando los niveles de hostilidad estaban a punto de hacer estallar una guerra sangrienta entre los palcos hacia los títeres, un tsunami de energía maligna estalló detrás de la cortina roja del escenario del teatro. Fue un poder tan opresivo que decenas de demonios cayeron en un profundo shock mental y no despertarían de él hasta muchos años después.

“Suficiente de títulos sin sentido.” El telón se abrió de golpe desde ambos extremos laterales. Mostrando tras él un trono de huesos flotante, sobre el cual se sentaba una figura encapuchada que solo dejaba ver una piel algo violeta, una sonrisa macabra de color negro y unas manos largas con anillos especiales en cada uno de sus dedos. Su voz podría parecer femenina, pero sus cuerdas vocales estaban tan dañadas que la generaba un sonido distorsionado, grave y rasposo.

“Frente a mí, bien todos podrían ser llamados borregos y nadie tendría una queja. ¿Alguien la tiene?” El silencio se hizo aún más profundo, quienes no podían ocultar sus emociones, lucharon por reprimirse con todas sus fuerzas. Nada podría salir bien de una muestra de disconformidad ante la cabeza máxima de la Gran Pesadilla.

“Bien, los borregos solo comen y defecan. Imaginando que nadie anunciará mi nombre innecesariamente, iniciemos esta asamblea de una vez por todas. Hay un itinerario largo de temas para conversar y les tengo muchísimas instrucciones para la expansión territorial, los terrenos para esclavos, el reciclaje de huesos y otras cosas relevantes para el ordenamiento de la nación demoniaca…”

Como si hubiera recordado algo, detuvo sus palabras y miró de reojo al escenario.

“Para comenzar, debemos honrar las tradiciones demoniacas y hacer un hermoso pastel que tenga todos nuestros sabores preferidos. Esta vez me he llevado una grata sorpresa por el número de huevos, así que espero que esta noche no termine con otra guerra por la comida como la última vez. ¡Te estoy mirando a ti Lamunku!”

El líder de los cadáveres y los zombis ladeó la cabeza entendiendo apenas lo que le acababan de decir. En realidad, mientras todos temblaban de miedo, él solo podía concentrarse en el olor que tenían los niños enanos a un costado del escenario. Sus cuerpos puros eran como una droga que ansiaba cada momento de su vida. Esta noche tenía la esperanza de coleccionar preciados órganos vitales para sus extraños pasatiempos.

Tras un gesto de cabeza desde su trono flotante, un señor vampírico entró caminando al escenario presidiendo una fila de cincuenta y cuatro niños enanos, veinticuatro de ellos llevaban una bolsa de tela en la cara y no sabían realmente lo que sucedía a su alrededor.


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