Querido nadie...

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Enviado el , clasificado en Drama
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Dícese que se dijo y se comentará, que entre las cartas que nunca se envían las hubo que se perdieron por el atajo más tonto de un buzón de correos de la calle Sosiego.

En las noches de su ansiado desvelo, ella relataba que estaba sola en la noche más bella. Se inventó un lugar, una casa, un señor a quién contarle y una cara a quien escribirle. Sólo ella sabía a quién iba dirigida. Al azar, delineó una dirección y en todas sus catarsis comenzaba escribiendo: "¿Qué tal el día? Te he echado tanto de menos que más, es hecharte de mi necesidad.."
Las cartas nunca tuvieron vuelta pues no había persona, ni lugar, casa ni cara que se impresionara para poder contestarle. Fue feliz mientras vivió. No estaba sola. Sus tiernas noches estuvieron llenas de bramanes líneas hasta en la última que dejó de sostener su lápiz.

Cuando la comunicación por correo llegó a su declive y se sustituyeron lápices por teclados, todos los buzones fueron arrasados. Uno de ellos escupió miles de sobres perfumados mojados por la humedad, espantados por la recién recobrada libertad.
Las revistas de literatura irrumpieron con el hallazgo. Las cartas no se hicieron esperar. Los lectores pedían la edición de todos aquellos escritos, muchos de ellos directamente remitían sus respuestas esperando una ansiada contestación. El fenómeno revolucionó la comunicación y se usaron las viejas cuartillas cubiertas de polvo, las láminas enmarcadas de colección incluso se reusaron los viejos periódicos intentando suscitar así la reaparición de su admirada remitente.
Todos sentían a flor de piel esas delicadas líneas y los suspiros colmaron de vaho las noches de soledad.
Desencantados por el fin de la correspondencia hicieron homenaje a la escritora y escribieron a diestro y siniestro sólo con la reavivada esperanza de una posible vuelta. Soñaron despiertos cada crepúsculo imaginando caras, vidas e historias de un alguien que resarciera sus eternas soledades.

Sólo entonces el ciclo de la reciprocidad dio paz a una boca ya muerta. Sucedió que las palabras vivieron por ella para resucitar a almas igual de muertas. Carta a carta los desconocidos encontraron consuelo en otras caras, en otros versos, en otros manuscritos garabateados de calma, quietud, sosiego. Un¿Qué tal el día?llegaba a sus casas cada mañana para escribir de nuevo en la noche:Te he echado tanto de menos que más, es hecharte de mi necesidad ...


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