AMOR PLATONICO

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Gabi era amigo de mi hermano Pedro de toda la vida. Eran de la misma pandilla del barrio y estudiaron juntos en el instituto, era como de casa. Su madre se marchó con otro hombre siendo un niño y creció solo con su padre, un mecánico de motos de competición que hacía el campeonato del mundo. Siempre que el padre se ausentaba le mandaba a casa de una tía, hermana de su madre, con quien nunca se llevó bien porque criticaba a su padre.

El primer día que vino a casa con mi hermano me enamore nada más verle. Simpático, acostumbrado a buscarse la vida, alto, rubio con el pelo largo y unos ojos azules que me deslumbraron. Yo tenía doce años entonces y ellos dieciséis.

Pasaba mucho tiempo en casa y mis padres le consideraban como uno más de la familia. Para mi era un tormento verle constantemente disimulando mis sentimientos y deseando crecer para ser su novia, casarnos y tener hijos. Cuando nos dijo que iba a estudiar medicina yo vi mi futuro como la esposa de un afamado médico. Ya había cumplido los catorce.

El destino hizo que se fuera a estudiar a Salamanca y dejé de verle. Aún recuerdo como lloré el día que se despidió de nosotros y me abrazó por primera vez besándome la cabaza mientras me prometía que vendría de vez en cuando a vernos. Cosa que no cumplió y tarde años en volver a verle. Nada más acabar la carrera le contrataron en un hospital de París y se fue allí a vivir, aunque siempre mantuvo la relación de amistad con mi hermano.

Actualmente vivimos en la casa familiar mi hermano y yo solos. Mis padres se fueron a vivir a al chalet de la costa del Mediterráneo cuando mi madre empezó a padecer problemas respiratorios y el clima de allí le sentaba mejor que la contaminación de Madrid.

Una noche mientras cenábamos me dijo que iba a venir Gabi a Madrid a un congreso y le había ofrecido que se quedara en casa los días que estuviera aquí y esperaba que no me importara, la casa era muy grande y prácticamente solo vendría a dormir. Le dije que por mí no había problema a pesar de me entró cierto miedo, habían sido muchos años enamorada de él hasta que conseguí olvidarle y no me fiaba mucho de mí misma.

Se presentó con mi hermano un domingo por la tarde, venían del aeropuerto. Al verme dejo caer la maleta en el suelo y vino directamente a abrazarme. Cuando nos separamos se me quedó mirando y lanzó un silbido. Me hizo girar en redondo mientras me decía que me había convertido en una mujer preciosa. Hacía casi diez años que no nos veíamos. Volvió a abrazarme y esta vez me descubrí con mariposas revoloteando por el estómago de nuevo.

Un día cenando Pedro nos dijo que al día siguiente se iba por trabajo a Valencia y seguramente dormiría en casa de nuestros padres aprovechando para verlos ya que estaba allí. Al acostarme mi imaginación se desbocó y empecé a imaginarme que me enrollaba con Gabi mientras hacíamos la cena en la cocina, en el sofá del salón mientras veíamos la tele o que entraba en mi habitación y se metía en mi cama, incluso que era yo la que iba a su habitación.

Al día siguiente, en el trabajo, mientras diseñaba la decoración de la nueva casa de un cliente, no podía dejar de imaginarme con Gabi en cada rincón de aquel plano que yo llenaba de muebles, cuadros, cortinas y objetos de decoración. Volvía a ser una obsesión después de tantos años.

Al llegar casa me senté en el sofá y me quedé dormida. Ya eran más de las once de la noche cuando noté que me tocaban en el brazo, era Gabi despertándome y diciéndome que me fuera a la cama porque no era bueno para el cuerpo dormir toda la noche en un sofá y llevaba allí desde las nueve que había llegado él a casa.

La verdad es que no me enteré casi de lo que me dijo porque estaba idiotizada mirando aquellos ojos que desde pequeña me volvían loca. Sin ser muy consciente de lo que hacía le pasé la mano por detrás de la cabaza, le atraje hacia mí y le besé en los labios. Cuando intentó retirarse ya le presionaba con la lengua para que abriera la boca y me dejara meterle la lengua.

Después de un largo beso con pelea de lenguas incluida nos separamos. Me miró y me preguntó si estaba segura de lo que estaba haciendo. Contesté que había deseado ese beso desde la adolescencia y ahora que los dos éramos adultos no había nada que nos lo impidiese.

Esta vez fue él quien me beso mientras me acariciaba un pecho y yo desabrochaba su camisa. Cuando tuve su torso desnudo me deslicé hacia abajo y empecé a besarlo pasándole la lengua por los pezones. Se deshizo de su camisa y me quitó la camiseta antes de tumbarse a mi lado para juntar nuestros cuerpos y sentí que su mano empezaba a acariciarme entre las piernas. Perdí todo el pudor que normalmente tenía con mis amantes ocasionales y me lancé a obtener todo el placer que tantos años había deseado.

Entre besos se deshizo de mis bragas y yo conseguí sacarle el pene de los pantalones, sin llegar a quitárselos me penetró tumbado encima de mi mientras nos besábamos. Se movía despacio, como si quisiera sentir cada roce de su miembro dentro de mí. Esta vez no tenía ninguna prisa en correrme, como me ocurría siempre. Quería que durara todo lo posible y que el tiempo se detuviera.

Me corrí sintiendo dentro cada centímetro cuando entraba y la sensación de abandono cuando salía, deseando que volviera a entrar. Estaba al borde de un segundo orgasmo cuando se retiró y se corrió en mi estómago, salpicándome hasta los pechos. La frustración se apoderó de mi al no llegar a correrme. Intenté tocarme con la mano para acabarme yo misma y no me lo permitió.

Empezó a descender pasándome la lengua por el cuerpo, no le importaba que estuviera manchada de su semen. Cuando llegó al pubis me abrió los labios separándolos para meter la lengua. Supo que estaba de nuevo al borde de correrme de nuevo y empezó a hacer círculos con la lengua sobre el clítoris. Estallé y me quedé extenuada sin fuerzas para moverme.

Me cogió en brazos y me llevó a la habitación que ocupaba él. Le dije que se tumbara y que me dejara hacer lo que tantos años de fantasía adolescente había deseado. Me tumbé boca abajo a su lado, con la cabeza apuntando a sus pies, y empecé a chupársela tan despacio como él me había follado. Noté por el sabor que estaba casi a punto y le quedaba poco para correrse.

Dos dedos me entraron en el sexo y otro me presionó el anillo trasero sin pretender entrar. Empecé a mover el culo para que me masturbara y se corrió. Sentir su semen en la lengua después de tantos años deseándolo hizo que me corrí con su polla en la boca, mientras intentaba tragarme el fruto del placer que le había proporcionado.

Nos quedamos dormidos en la misma cama hasta que la alarma de mi teléfono sonó en el salón. Me levanté inmediatamente para no despertarle y me fui a la cocina a preparar café. Después me fui a la ducha y cuando estaba con el pelo enjabonado y los ojos cerrados escuché correrse la mampara. Unas manos me acariciaron desde atrás y se apoderaron de los pechos.

Me giró y se agachó poniéndome las manos en el culo para alzarme como si fuera una pluma y me paso las piernas por encima de sus hombros, poniéndome la boca en el sexo mientras me decía que me agarrara a la barra de la ducha. El orgasmo fue tan increíble que a punto estuve de irme al suelo si no es gracias a la barra.

Me bajó al suelo con cuidado y cogió un preservativo que había dejado en la repisa para el jabón. Se lo puso y me dio la vuelta aplastándome los pechos contra el cristal de la mampara para penetrarme desde atrás mientras me acaricia con las manos por delante.

Como si fuera una orden que yo pudiera controlar, me dijo que me corriera otra vez mientras me pellizcaba el clítoris con dos dedos. Estaba acabando de correrme cuando se corrió haciendo que volviera a subir a lo más alto con un nuevo orgasmo enlazado con el anterior.

Esa misma mañana volvió a París y no le he vuelto a ver desde entonces. No creo que le olvide nunca.


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