Una noche inolvidable (Adultos, 5 minutos)

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De pie, fumando un cigarrillo, esperaba en una esquina. Precisaba de poco para ocupar aquel lugar. Una minifalda y un corpiño incapaz de contener sus formas, componían el grueso de su vestuario. A los que se sumaban, como únicos complementos, una peluca con toques azulados y un bolsito de mano. Separándola del asfalto, unos tacones infinitos remataban su breve atuendo.

Entre calada y calada el sol se ocultó rápido tras los edificios que la rodeaban. Tenía un poco de frío, pero la espera, pensó, iba a merecer la pena. Mientras se reajustaba el corpiño, un coche se detuvo a sus pies. La ventanilla se deslizó suavemente hasta mostrar a un hombre de mediana edad oculto por unas gafas de espejo. Sonriente la miro de arriba a abajo, y sin decir más la largó un billete de cien euros.

¡Joder!, por ese dinero se merecía algo especial. Además, no estaba nada mal, y ese traje de ejecutivo perfectamente planchado la ponía, así que no se hizo esperar. Un instante después se sentó a su lado, y deslizó la mano bajo los pantalones de aquel hombretón. Parecía tener toda la sangre concentrada ahí abajo, estaba ardiendo. Sonrió pícara mientras subía y bajaba la mano rítmicamente. Deseaba comérsela, pero cuando la rozó con los labios él la apartó:

“No tengas prisa guapa, hoy es un día especial. Mi casa está muy cerca, y me apetece algo diferente. No sé, algo muy guarro que me puedas enseñar. Seguro que eres toda una experta. Yo seré muy buen alumno, y aprendo rápido. Le dijo instantes antes de arrancar”.

Aparcó tres calles abajo. Durante el breve trayecto no dijo nada. Se sentía como el adolescente que besa a escondidas, que descubre el deseo y se deja arrastrar sin importarle el después. No, no quería pensar, hoy no era él...

Antes de traspasar el umbral de su apartamento. Antes incluso de subirse al ascensor ya le había bajado el corpiño, dejándola las tetas al aire. Eran enormes y asombrosamente firmes. No tardó en mordisquear y succionar los rígidos pezones, multiplicando sus ganas de follársela. Llevaba un par de semanas  recreando aquel momento, para el que había comprado un par de botes de nata y un dildo  al que esperaba sacar partido. Esta noche no tenía ni mujer ni hijos, nada podía estropearle aquel momento. Quería embadurnarla de arriba abajo y comérsela enterita. Especialmente ese coñito que imaginaba totalmente depilado y muy muy húmedo. Pero, ¡joder!, no sabía si iba a llegar al frigorífico. En realidad, la nata ya le daba igual. Tenía la polla a punto de estallar, solo quería voltearla y follársela, follársela, follársela como a una perra. Era en lo único en lo que podía pensar…

Ella también estaba muy excitada, y por extraño que pudiera parecer le gustaba, le gustaba y mucho. Aunque era de las que toman la iniciativa, esta vez se había dejado hacer. Le sentía duro detrás de ella, ambos de pie, avanzando a trompicones por el pasillo de la casa.

"Métemela toda, venga que entre hasta el fondo. Fóllame cabronazo... Así, así, no pares, dame fuerte... Espera, espera, aguanta más. ¡Aaaah, OOOH, ME ME GUUUSTA,  SÍGUE, SIGUE...".

Justo en ese momento, "entre me gusta y dame fuerte", empezó a sonar el móvil de él. Ya lo había hecho unos minutos atrás, en el ascensor, aunque lo había ignorado. No esperaba ninguna llamada. Sólo quería disfrutar del momento. Una experiencia semejante debía ser rematada, con o sin nata. La noche se prometía larga y muy intensa.

“A la mierda”, murmuró el hombre, mientras hacía por apagar torpemente el maldito teléfono y arrojarlo sobre el sofá ¿Pero...?, ¡no podía ser!, unos instantes después empezó a sonar otro politono. La musiquita procedía del bolsito de ella, que vibraba persistente sobre la alfombra de la entrada.

Tras unos instantes de duda a la chica le pudo la curiosidad, y finalmente lo recogió del suelo para descolgar. Al otro lado del hilo reconoció la voz carrasposa de su interlocutor. El intercambio de preguntas y respuestas fue muy breve. Después colgó apresurada. Visiblemente nerviosa, al tiempo que se recolocaba la peluca y comenzaba a vestirse, miró a su cariacontecido y expectante amante, para decirle:

“No me vas a creer Antonio. Es tu padre..., por lo visto te ha llamado varias veces. Dice que el niño ha metido la cabeza en el enrejado del balcón y que no puede sacarla. Le ha cogido las orejas a contrapelo. Así no remontamos, para una noche romántica que planeamos... Este hijo tuyo, Antonio, más pronto que tarde va a acabar con nuestro matrimonio…”.

Jam Louvier


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