SEXO POR CURRO (1/2)

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No es que nadie me engañara cuando me seleccionaron para el puesto de trabajo actual. Ya en la entrevista que me hizo la gerente me advirtió que mis mejores dotes para el puesto eran mis pechos, tengo una talla ciento diez y firmes. Tendría que acompañar a cualquiera de los jefes a alguna cena con clientes y me sugirió que antes de aceptar me lo pensara. También me dijo que ese tipo de trabajo me lo pagaban como extra fuera de nómina.

El puesto era en una pequeña editorial que trabajaba fuera de los circuitos habituales de las librerías y casi toda su producción era de escritores noveles y se vendía por internet en cualquier parte del mundo en varios idiomas.

El trabajo que me ofrecían era de traductora de libros al francés y alemán y la verdad es que no me lo pensé demasiado. Al día siguiente llamé para decir que aceptaba el puesto. Estaba harta de buscar trabajo mandando currículums sin conseguir nada, así que empezaría para ver cómo me iba y siempre podía marcharme de nuevo a casa.

El primer día de trabajo llegué con unos pantalones vaqueros y una camisa rosa a cuadros. Al rato sonó mi teléfono y era Mónica, la gerente, diciéndome que procurara ir a trabajar con falda, contra más corta mejor, y zapatos de tacón alto, dado que mi continuidad en la empresa dependía de esos pequeños detalles.

Al rato me volvió a llamar y me dijo que fuera a su despacho. Allí me presentó al señor López, Oscar, uno de los dos dueños de la empresa que tendría más de sesenta años. Nada más verme miró a Mónica con cara de interrogación y esta le dijo que ese pequeño detalle ya estaba solucionado y esperaba que no se repitiera. Enseguida intuí a que se referían.

Al día siguiente me presenté con un traje de chaqueta malva con la falda a medio muslo, una camisa blanca y me calcé mis zapatos negros de charol de tacón. Mónica al verme, levantó el dedo pulgar hacia arriba en señal de aprobación con una sonrisa.

No eran las doce del mediodía cuando recibí un correo interno diciéndome que a las dos tenía que asistir a una comida con Carlos López, hermano del otro López y también propietario de la editorial. Contesté que de acuerdo y seguí con mi trabajo esperando que dieran las dos de la tarde.

Puntualmente entró en mi despacho y sin prestarme mucha atención me dijo que nos íbamos. Era aún más alto que su hermano, seguro que media más de dos metros y algo mayor que el otro. Al salir de mi despacho se me acercó Mónica y me desabrochó un botón de la camisa diciéndome que así está mucho mejor. Me miré los pechos y llevaba prácticamente al aire el sujetador.

Al llegar al ascensor pulsó la tecla para llamarlo y sin más me pasó el dedo por el canalillo de los pechos. Estuve a punto de decirle algo pero me callé, al fin y al cabo ya sabía a lo que me sometía cuando acepté el trabajo, nadie me había engañado.

Contrariamente a lo que me hubiera apetecido hacer, sonreí como una niña tonta deslumbrada por un hombre seguramente cuarenta años mayor que yo. Me respondió con otra sonrisa y hablamos nada hasta que llegamos al parking y entramos en el coche, un Mercedes 500 con unos cuantos unos años, aunque no tantos como él.

Llevamos cinco minutos en el coche cuando, sin dejar de conducir, alargó una mano hacia mí y me la metió por dentro del sujetador, acariciándome un pecho y presionando un poco el pezón entre los dedos. No me lo esperaba y di un respingo en el asiento por la sorpresa. Me miró de reojo y sonrió apretando un poco más el pezón. Retiró la mano sin mirarme, sonrió de nuevo y siguió conduciendo.

Al llegar al restaurante saludó a una mujer con dos besos y nos presentó, se llama Clara y es la propietaria del restaurante. Nos acompañó a una mesa al final del local que tenía un biombo a modo de reservado y nos cantó de memoria la carta. Le dijimos lo que queríamos comer y al marcharse, Carlos le dio un azote cariñoso en el culo. Ella se volvió a mirarle y le sonrió.

Es la propia Clara quien nos trajo la comida. Cuando se disponía a servirnos la crema de bogavante de la sopera, Carlos le metió la mano por debajo de la falda. Por su reacción intuí que le había pellizcado el coño. Ella con una sonrisa le dijo que iba a conseguir que se le cayera la sopera.

Acabamos de comer y salimos a buscar el coche para volver al trabajo. Por el camino me apoyó una mano en el culo y me lo apretó un poco, me dejé hacer como si no fuera consciente. Arrancó el coche y sin iniciar la marcha me sacó un pecho del sujetador, se chupó dos dedos y me acarició el pezón diciéndome que me quitara las bragas y me acariciara yo misma entre las piernas. Le miré y puso cara de extrañeza, me quité las bragas y las dejé encima del salpicadero, las cogió y se las metió en el bolsillo de la americana como si fueran un pañuelo.


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