La pesadilla de Mónica

Por
Enviado el , clasificado en Adultos / eróticos
6937 visitas

Marcar como relato favorito

Mónica y Marta son amigas y se ven una vez por semana en una cafetería para hablar mientras desayunan y se cuentan sus cosas. Mónica le dice un día que ha tenido una pesadilla que la ha trastornado. 

- Me he despertado muy excitada -confiesa.

- Cuenta, cuenta -se interesa Marta.

Se toma un sorbo de café antes de contar. 

- Asistía a una rara escuela en donde no se podía faltar si no era por enfermedad y con un justificante médico. Yo faltaba un par de días porque me encontraba griposa y recibía una llamada de la directora diciéndome que me había expulsado de la escuela temporalmente, a falta de que llevase el justificante médico. Pero yo no tenía ese justificante porque me había quedado en casa y no me sentía tan mal como para llamar al médico de guardia. Como mi hermano era el jefe de estudios de esa escuela recurrí a él para que intercediera por mí y levantase la expulsión. "Tienes que pedir cita con la directora cuando te encuentres bien", me dijo al cabo de una hora. Pedí cita para el día siguiente. La directora me recibió en su despacho junto con otras dos alumnas de mi clase que eran una especie de ayudantes, unas empollonas y chivotas. Sabía que me tenían envidia porque yo era muy guapa y ellas muy feas. La directora me dijo que no podía admitir excepciones a las reglas y que como no llevaba el justificante médico me diera por expulsada definitivamente. Las dos compañeras sonreían, satisfechas de mi expulsión. Yo sabía que la directora era partidaria de los castigos corporales porque más de una vez se lo había oído decir y lamentaba que estuviesen prohibidos. Así que recurrí a esa posibilidad. Le dije que aceptaba un castigo corporal por mi falta si a cambio no me expulsaba. La directora y mis dos compañeras se miraron. En sus ojos vi que la idea les había gustado. La directora sacó de un cajón de su mesa una regla gruesa, metálica, de unos treinta centímetros, y me dijo que me inclinase sobre la mesa. Obedecí. Pegué el pecho a la mesa y extendía los brazos encima. Mis dos compañeras envidiosas me subieron la falda sobre la espalda y me bajaron las bragas. Oí que la puerta se abría, pero no vi a la persona que entraba. Me separaron las piernas. La directora se levantó de su sillón, se colocó detrás de mí y me acarició las nalgas y la vulva y me metió un dedo en el ano, dándole unas cuantas vueltas. Noté otra mano, que creí masculina, estrujando mis nalgas. A continuación, me propinó la directora unos cuantos reglazos que me hicieron gemir de dolor, pero aguanté por la cuenta que me suponía, no quería perder la plaza en la escuela. Cuando se cansó de azotarme, se turnaron las otras dos compañeras. "Ya basta, tiene las nalgas moradas", dijo la directora. Entonces, el hombre que había entrado, me folló, una follada corta pero intensa, sujetándome con sus manos los brazos a la mesa. Pensé que sería un profesor, un compañero, tal vez el portero de la escuela. Después, la directora me dijo: "Puedes levantarte y ponerte la ropa. Queda anulada la expulsión". Me levanté a tiempo de ver que mi hermano salía del despacho y me quedé atónita. Había presenciado el castigo y me había follado.  Creo que eso fue lo que más me excitó del sueño.

- Realmente es una pesadilla, pero muy agradable. Me has excitado a mí. ¿Por qué no vamos al baño y nos aliviamos? - propuso Marta.

- ¿Tú y yo? -preguntó 

- ¿Por qué no? A falta de pan, buenas son tortas.

A Mónica le pareció buena idea y corrieron al baño de mujeres.

Nada más entrar en uno de los departamentos, tras cerrar la puerta con un pestillo, se abrazaron y se besaron con pasión mientras cada una metía los dedos en la vagina de la otra gimiendo ambas de placer. Poco a poco se desnudaron una a la otra dejando la ropa en el suelo y sobre el inodoro para chuparse y besarse por todo el cuerpo, hasta que, agotadas y satisfechas, decidieron darse un respiro. Después, Marta colocó a Mónica con la cara y el pecho pegados a la puerta y con ambas manos le azotó las nalgas hasta enrojecerlas. Cogió un pequeño bote de laca de su bolso, le dijo que separase las piernas y se lo introdujo en la vagina, metiéndolo y sacándolo repetidas veces.  Cuando oyeron que unas cuantas mujeres entraban en el baño, quedaron en silencio, se vistieron y salieron del cuarto, ya tranquilas.


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed