No los vi llegar

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Hay que ser muy, pero que muy imbécil.

No los vi llegar y se me echaron encima. Rápidos. Violentos. Venían a quitarme el papel con el número de teléfono de Bethencourt. Lo consiguieron. Me dejaron en el suelo sin aire. Perdí la conciencia. Desperté en mi apartamento, tumbado sobre el sofá. La ventana abierta y el ruido de los coches pasando. Ya de noche. Inés miraba la calle. Abajo.

-¿Una copa?

Se volvió para mirarme. Fumaba.

-Casi te matan, chico.

Dejó caer el cigarro al vacío del mundo exterior. Se acercó y me besó. Yo quería que el beso me ahogara.

-Tienes varias costillas rotas y no sé qué cosa más.

Volvimos a besarnos.

-Necesito beber.

-Ley seca, chico.

-Entones es verdad que acabaron conmigo esos dos cabrones.

Se alejó para poner música. Buscó entre los muchos discos. Me enseñó el producto. Un Charlie Parker con cara de buen tipo. Una joyita. Y comenzó a sonar. Inés se sirvió una copa y se sentó dándome la espalda.

-¿Y si apago la luz y duermes un poco? Te hace falta.

-¿Qué hora es?

-Nunca te ha preocupado saber la hora cuando la ciudad se va a dormir, chico.

Tosí y me dolió.

-Avísame si necesitas los calmantes.

El tiempo no vuela, como dicen. No corre. El tiempo es implacable con los jodidos. De toda la vida, ¿verdad? Así fue conmigo.

Me recuperé del todo gracias a Inés. Un matasanos me visitaba cada cierto tiempo. Asentía y apenas cruzaba la mirada conmigo. Inés y él hablaban bajo. ¿Secretitos? Lo sabía todo. Sabía quién lo enviaba y qué esperaba a cambio.

Habían liquidado a Bethencourt.

Sin Bethencourt yo también tenía el tiempo prestado. Estaba muerto pero no lo sabía. Inés sabía que estaba muerto.

Inés haría lo posible por sentir pena si llegara a pasarme algo malo y definitivo.

II

Agosto. Una ciudad grande. Pero esta vez no está vacía del todo. Calor que invade los ojos. Sudan los tipos a los que he matado y los tipos que ahora quieren matarme. Andan por ahí olisqueando. Preguntan en las sombras. Nunca se hace de noche en una ciudad que me ha vendido. Hay tantas luces encendidas y ese sol calumnioso. El blanco del día y la lucidez de la noche que impide cerrar los ojos y mucho menos soñar con algo. Dormir se deja para Bethencourt.

Me dejo ver por todas partes. Lo peor es un callejón, un bar, una iglesia, el coño de ella. Estoy aquí y me ven. Pero siguen buscándome. O buscan algo que está conmigo y yo no veo. Ignoro tantas cosas. Mientras me ven no disparan. Me tocan pero no disparan.

Inés pasea junto a mí y vamos más al cine que nunca. Ahí corro peligro. Pero ahí no entran los chicos.

Nos besamos como pibes.

II

¿Te gustó la película?

Ya saben que me gustan todas.

Hasta las malas.

Las malas sobre todo. Nunca las olvido.

¿Vamos a casa?

Paseemos por…

Esto no es el oste, Eastswood.

Y que lo digas.

III

Comenzó a llover y nos metimos en una cafetería. Dos cafés. Dos vasos de agua con gas.

¿Pasaré de esta noche?

No lo creo.

¿Te ha llamado?

Sí.

¿Quiere saber?

Hasta yo quiero saber.

Todos quieren saber lo que pasó con Bethencourt.

El gran amigo el jefe. Pero que la cosa no se supiese. Claro. Y yo encargado de acompañarle. Hablar con él. Escucharle. Darle cuerda. Llevarle a este sitio y a este otro. Que no se aburriese el chico guapo, limpio, bello. Bethencourt y sus caprichos. Manos limpias. Cambiarse de traje tres veces al día. Jamás llevar calzoncillos. Siempre beber vino italiano. Leer a los autores franceses y comprar a las ocho de la mañana El País en un sitio elegido hacía dos semanas. Exactamente el tiempo que lleva en…

No me caía mal el tal Betencourt.

Pero tenía que pasar. Creo.

Nadie es perfecto y siempre hay fallos. Imprevistos. Cosas que no te esperas pero pasan porque tienen que pasar.

Bethencourt, ahora lo sé, le echó el ojo a un niño, para mí no era más que un niño, y la primera mirada, y la segunda, y la tercera, se me pasaron.

Quedaban en el piso del chico.

Llegaba a él insistiendo que en ese piso vivía un amigo de la infancia que no quería que yo conociera. Que no quería que C…supiese de él. Y eso costaba caro. Me jugaba el pellejo.

A la hora sabía quién era el amigo. Y todo quedo claro.

Juro por Dios que no le dí más vueltas al asunto. Ni siquiera vi el peligro.

El niño era un don nadie que seguramente aguantaba de puta madre una polla en el culo y en la boca y luego recogía lo dejado con gracia y hasta con una nueva mamada si Bethencourt estaba para echar otra corrida y ganarla.

Ni malas compañías.

La cosa se prolongaba una hora. Nunca más tiempo.

Entonces una tarde la cosa dio un giro.

La hora pasó. Y la hora y media.

Ya si espero más de una hora media me pongo de los nervios y me llevo por delante un tren si hace falta.

Subí. Rápido. Mosqueado. Ni toqué a la puerta.

La hostia.

El niño con el cuello cortado y Bethencourt haciéndose una paja y lleno de sangre.

Me echó una risa de película.

Pasaron muchas cosas en poco tiempo.

Luego se lo conté al jefe.

Me dio lo merecido.

Inés dice que mi cara es Oriente Medio.

Otra vez hacerme cargo de Bethencourt, pero esta vez para quedarme con él en mi piso. Sin más. El plan era pasar días y días y horas y minutos y segundos con Bethencourt.

Hecho.

Y…

Aparecieron, se dice así, ¿verdad?...¡De la puta nada!

Por aquí, por allá. Cuatro monstruos con hambre y yo poniendo carne en el asador.

Ni de coña había aceptado quedarme con Betenhcourt en mi piso.

Los dos llegamos a un rápido acuerdo.

El mismo edificio pero dos pisos más abajo.

Demasiado miedo tenía en el cuerpo el amigo del jefe como para no hacer caso a la orden.

Y yo soy malo para recordar números de teléfono y no llevo móvil.

¡Que me fusilen!

Un cuadernito y en él hay nueve números. No más.

El último el de Bethenocurt.

Eso era lo que buscaban los carniceros. Y consiguieron hacerse con el cuadernito. Fácil.

¿Qué hicieron con Bethencourrt? Lo descuartizaron y la cabeza del Dorian Gray de los cojones apareció en el Loro Parque.

Lo demás ya es historia.

IV

Llueve como a mí me gusta, chico.

Caminamos despacio, y despacio caen las gotas de arriba. Pero terminan empapando. Nuestros cuerpos se aproximan en la esquina. Nos besamos. Tan juntos otra vez.

Siempre has sido tú.

Siempre.

No merece la pena.

Lo sé, chico.

Pero…

No puedo vivir huyendo y dejándome ver y estar contigo y tenerle cabreado a él y a sus perros. Lo pasaré mal.

No tan mal.

Nos besamos.

Es verdad, chico. No tan mal.

V

Ese cuerpo que está tendido en la acera es el mío. Frío, mojado, con dos tiros en la barriga. Los curiosos se acercan. Inés está cerca. Por fin llega la policía. Espanta. Medio espanta. Inés responde. Creíble.

Me cachean y un inspector se interesa por la entrada del cine.

Inés se mete en un coche y se aleja. Ya para siempre.

VI

Hay que ser muy, pero que muy imbécil.

No los vi llegar y se me echaron encima.

Pero lo de Inés sí lo vi llegar. Claro que sí. Y acepté.

Ahora la lluvia cae en busca de un Noé por cualquier sitio.

Los muertos como yo, mojados y limpios, caemos en el olvido como las noticias de los periódicos.

 

 

 

 

 

 


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