Joselito la sabe disfrutar

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Joselito le decían porque había sido tierno desde pequeño y no le venía un seco “José”.  Él aceptaba el apelativo como lo más natural y siempre respondía de buen grado, en especial cuando la invitación o pregunta venía de hombres.  Desarrolló predilección por los de su mismo sexo desde muy temprano, mas no los que jugaban fuerte, practicaban deporte, hablaban recio, sino los muy amables, los delicados y los que le parecían atractivos.

Desde muy temprana pubertad, miraba detenidamente a determinados compañeros de estudio, vecinos o primos que ostentaban algunas cualidades físicas interesantes y en la intimidad de su alcoba se miraba largos ratos al espejo, imaginando que su cuerpo se parecía en esto o aquello al de ellos; se acariciaba los pechos o las nalgas; se resaltaba los genitales con rellenos de papel o prendas íntimas, queriendo parecerse al compañero aquel que tenía un bulto muy provocativo.

Con estas prácticas, fue llegando la natural excitación y en poco tiempo desarrolló las más diversas técnicas de masturbación, que en ocasiones lo dejaban exhausto.  Una noche, un primo que los visitaba entró sin llamar a su habitación, entusiasmado como venía con algún asunto llamativo que le quería comentar a Joselito, y lo encontró sin pantalón, acariciándose las piernas de arriba abajo y con el miembro completamente erecto.  Ambos quedaron pasmados, uno de sorpresa por lo hallado, el otro de susto por haber sido encontrado en sus labores muy secretas.

Aunque, después del pasmo, el primo salió de la pieza sin decir nada y cerrando cuidadosamente la puerta, regresó cerca de la media noche, llamó con suaves toques, se le abrió, se le invitó a pasar y le dijo a Joselito

–¿En qué puedo ayudarte, primo?

–En nada –respondió asustado– ¿por qué me lo preguntas?

–Bueno… no… es que te vi como con dificultades…

Joselito enrojeció y no supo qué decir.  El primo, entonces, le sobó una pierna repetidas veces, al tiempo que lo miraba con malicia.  El chico corrió a bajarse el pantalón de piyama para facilitarle un mejor contacto y el primito, ni corto ni perezoso, se apresuró a llevar su boca hacia el miembro de Joselito, que ya estaba creciendo.  Este, mecánicamente, pues nunca había experimentado algo similar, puso su mano en los cabellos del otro y se los rebujaba apasionadamente mientras su órgano era succionado con gran gana.

Al día siguiente, el primo ya se regresaba a su lugar de origen y no tuvieron ocasión de repetir la experiencia; al despedirse, le prometió volver pronto “para ensayar nuevos juegos”, de modo que los tíos lo tomaran como juegos electrónicos.  Por la tarde, Joselito tuvo la feliz idea de irse a buscar a Gustavo, un amiguito muy afeminado que le despertaba mucho morbo y que ya se le había insinuado de alguna forma, sin que hubieran sido capaces de avanzar, por timidez.  Esta vez, timidez aparte, Joselito le llevó la mano la bragueta tan pronto se vieron solos y el otro no ofreció rechazo alguno.  Después de agitarle un rato el miembro, que se resistía a crecer, logró que lo hiciera y pasó a hacerle una mamada, sin resistencia, sí con suaves gemidos, y recibió la leche en su boca con fruición.

De allí en adelante, los dos muchachos se dedicaron a tener sexo cuando había oportunidad de estar solos y también a buscar iguales ocasiones con otros amiguitos que ellos ya sabían identificar como propensos a la relación homosexual.  Fueron intensas las mamadas, las masturbaciones en grupo, las penetraciones anales, los sesenta y nueves, los tríos… Así se fue ampliando un círculo de fieles amigos que solo la terminación del bachillerato pudo disolver.


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