Alejandro: El introductor del botellón en la Sierra Riojana

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Hace casi cuarenta años que Alejandro regresó al pueblo rodeado de esa aureola de modernidad que entonces daba haber estudiado en Madrid, se hizo cargo del negocio familiar y animado por sus amigos de la infancia que veían en él lo que a ellos les hubiera gustado ser lo eligieron Alcalde prácticamente por aclamación, no le faltaban ganas ni ideas que poner en práctica ni el apoyo sincero de sus vecinos.

Llegaban las fiestas y había que innovar, que ese año no se oyese el tan repetido “es que no hay nada” o “no hay ambiente”; algo haremos repetía Alejandro. Y en esos años sin wifi ni metropolitano se le ocurrió poner autobuses pagados por el Ayuntamiento para traer gente al pueblo, nadie lo había hecho todavía, la idea fue aplaudida por todos, el pueblo se llenaría de jóvenes y familias de la capital, los bares multiplicarían sus clientes, las verbenas tendrían por fin ambiente de fiesta, los chamizos serían el eje de la noche, las dos tiendas harían negocio; dicho y hecho, ese año se adecentó el pueblo un poco más de lo habitual, se pidió hospitalidad a los vecinos, contrató orquestas carísimas, montó un rastrillo solidario con la parroquia y organizaron degustaciones gratuitas de panceta, chorizo o similares con vino, a media tarde y al finalizar la música. ¿Qué podía salir mal?

Por fin, fiestas; con una cadencia de una hora fueron llegando los tan ansiados visitantes a bordo de los autobuses que Alejandro contrató, venían cuadrillas enteras de entre 10 y 20 chavales con ganas de mucha, mucha fiesta. Todos llevaban su mochila o bolsa al hombro para pasar las aproximadamente 12 horas que duraría la aventura lejos de la capital rodeados de pueblerinos y pueblerinas; sería divertido.

Además de Alejandro y sus vecinos en aquel verano del 86 todos los habitantes del valle estábamos expectantes de ver el resultado de tan novedosa iniciativa, ¿sería exportable a nuestros diminutos pueblos? ¿sería la solución a esas tristes fiestas de misa y bodega?

El pueblo se llenó de gente que seguía el mismo ritual: Bajar del bus e ir hacia la explanada bajo el puente para sacar toda la bebida de las bolsas y beber y beber hasta reventar, con los únicos paréntesis de los bocatas gratis, orinar en los portales o robar algún melón.

El balance fue desolador, no entraron en los bares, en la verbena hubo algún altercado con esos forasteros borrachos, lanzaron vasos a los músicos, el rastrillo no recolectó nada y los bocatas y el vino (que eran gratis) se agotaron al segundo día superando toda previsión. La explanada debajo del puente se convirtió durante tres días en un vertedero insalubre con olor a orines y heces.

Como cada mañana en la asamblea vecinal que se celebra en el bar de la plaza a las 7:00 mientras se toma café, al unísono, tanto el del bar como el tendero junto al cura y el alguacil le dijeron: Alejandro, al año que viene si no pones autobuses no pasa nada, ¿eh?

Alejandro dejó la política, o tal vez la política le dejó a él. Demasiado buena persona para dedicarse a ello, priorizando el interés general sobre la ideología y sin la necesidad de vivir de un partido su ilusión por cambiar el mundo duró poco.

Ayer, como cada muchos meses, se alinearon los astros y pudimos juntarnos para cenar, hablamos de todo y de nada, arreglamos el mundo y casi sin querer recordamos aquella anécdota comentando los últimos botellones de Madrid, Barcelona y Logroño, no estaba sorprendido, ni siquiera preocupado, según él es el principio de una situación que se irá agravando poco a poco hasta que el péndulo vuelva a oscilar hacia el otro lado, pero que todavía le queda recorrido.

Me dijo que, si con la excusa de defender unos ideales quedan impunes e incluso son tratados como héroes los ataques a la policía, quema de contenedores, corte de carreteras, rotura de mobiliario, scraches, okupaciones y similares pues es fácil de entender que la chavalería cuando se junta en manada y beben se crean inconscientemente con el derecho a vandalizar presuponiendo esa impunidad que cada día vemos en los medios. Nos reímos mucho con la ordenanza antibotellón, por inútil, la lluvia y el mal tiempo acabarán con esas reuniones en el parque del Ebro antes que los políticos.

Sin embargo, opina, que en Barcelona las pasarán canutas por la mezcla multipolítica y multicultural, que por mucho que agites agua y aceite no se mezclarán nunca.

Alejandro, además de amigo para mí siempre tendrá el título de haber sido el introductor del botellón en la Sierra, y quería plasmarlo para que no se pierda la memoria histórica de La Rioja.

Fernando Soto


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