La cancion del final

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Cientos de años han pasado desde los dos grandes éxodos masivos. Dos veces gran parte de la humanidad existente  avanzo tecnológicamente con un fin, su supervivencia. Sus hogares, cuatro pequeñas esferas azules flotando alrededor de un sol radiante, rodeadas de sus hermanas estériles e inhabitables, y de un inmenso vacío con ocasionales trozos de roca emulando a sus hermanas mayores. Una de esas esferas azules, en especial, había visto crecer a sus huéspedes, desde que no eran más que  unas presas comunes y corrientes, vulnerables, temerosas de todo lo que había a su alrededor hasta que eran la especie predominante, o en todo caso la más fuerte e invasiva. No es que tuvieran mucha competencia al inicio del primer éxodo. Su primer hogar se estaba empezando a parecer a sus hermanas más estériles. De las cientos de miles de especies animales que vagaban en sus superficie, su cielo y los grandes océanos, no quedaban más que decenas sobreviviendo raquíticas, vulnerables, comiendo de los restos de la basura  de los humanos, respirando el aire que viciaban y el agua que contaminaban. Cada vez peor, su hogar moría,  pero los humanos no desistían. Cuando ya no hubo aire para respirar, se encerraron en torres en el suelo, el cielo y flotando en el agua.

Cuando no tenían más energía, copiaron de su sol el método que se la dio, obteniéndola del hidrógeno en el aire.

Cuando ya no había alimento para nadie, utilizaron nano robots, mejoraron las técnicas que conocían, creando partículas de carbono, que se multiplicaban utilizando el dióxido de carbono, que ya ningún vegetal procesaba, y el agua que  estaba a su alrededor. Así, el mismo aire que contaminaban los alimentó. Las partículas se unían y formaban la masa carbónica que prácticamente era el único alimento de los pobres. Quizá podría enumerar miles de prodigios logrados en esa época, todo en nombre de su supervivencia, quizá más, pero lo que es seguro es que no fue suficiente. Su hogar no los soportó. Cada centímetro estaba ocupado, no había espacio, con cada segundo que permanecían en su primer hogar este moría,  debían irse. Así que miraron al cielo y vieron dos posibles nuevos hogares, pero no había materiales suficientes en su planeta para construir sus naves, al menos no como ellos las construían. En ese momento surgió una gran idea, producto de las mejores mentes de la especie: mejorar su tecnología nano robótica y combinar todos sus conocimientos en una gran obra, su mayor logro, naves mecánico-orgánicas capaces de reproducirse, vivir y viajar en el vacío, pero que necesitaban humanos en su interior, respirando, cuidando su buen funcionamiento.

Desde el inicio se pensó que vivieran de forma simbiótica, quizá la primera vez que la humanidad podría vivir en un lugar sin destruirlo por su comportamiento parasitario. Cada una de las naciones existentes se esforzó y creó sus versiones modificadas del prototipo nombrándolas a su manera, llegando a formar grandes flotas.

Quizá, hasta este momento, parece una historia que narra la persistencia y posible grandeza de la humanidad, quizá en parte, pero solo por su ingenio. Esa época vió la mayor traición posible: las naciones más poderosas, las corporaciones más ricas, ya tenían bases en sus nuevos hogares, supuestamente con fines científicos, otras con el objetivo loable de terraformar sus nuevos hogares. Al llegar cada flota a su órbita,  la naturaleza salvaje que permanecía latente en los fuertes surgió. Los que se habían enriquecido robando sus recursos a los demás, decidieron que los más débiles no merecían compartir un mismo cielo, entonces atacaron. A pesar de que no quedaban más que desiertos en las que antes eran grandes selvas  en su hogar natal, demostraron que en el espíritu humano todavía existía un instinto latente,  salvaje, un remanente que hacía que no fueran más avanzados que los animales que habían extinguido con el fin de conseguir más poder. En su pensamiento, el fuerte se come al débil, y trataron de probarlo con cada nave que ardió y explotó en el vacío, emularon a un animal orinando un árbol, marcaron su territorio, solo que lo hicieron con la sangre de sus congéneres flotando en la órbita de lo que según ellos les pertenecía. Y así sucedió el primer éxodo.

Las flotas que habían quedado afuera del reparto de los fuertes permanecieron cerca de su estrella esperando su oportunidad, otros volvieron a la tierra aceptando la propuesta de los atacantes, unos pocos se fueron buscando sobrevivir en el vacío. Cientos de años pasaron y sus cuatro hogares se hicieron pequeños mientras en el espacio las flotas-naciones solo estaban limitadas por la reproducción de sus naves, con la ira acumulada por sus hermanos perdidos pero con las lágrimas ya secas. Lentamente las flotas se hicieron fuertes en su debilidad. Formaron alianzas y cosecharon los planetas estériles, dejándolos secos de gases y minerales. Quizá lo más inteligente hubiera sido que se fueran en ese momento, pero eso no fue lo que sucedió. Lo que pasó fue mucho más irracional, prácticamente un suicidio para todas las partes. Las diez alianzas de flotas-naciones más fuertes se juntaron en una gran unión. Sus congéneres de tierra formaron su propia alianza. Luego de un período de gran tensión, de una carrera armamentística entre ambos bandos y de intentos frustrados de buscar paz o en todo caso romper la otra alianza, terminó por suceder lo inevitable.

Inicialmente ambos bandos tenían escaramuzas ocasionales pero las naves no habían sido creadas para la pelea, desde su nacimiento ya se había predefinido que algunas zonas de la nave tendrían funciones específicas pero ninguna de esas funciones era usar armas contra otras naves, a pesar de que poseían algunas para destruir asteroides, estos no eran suficiente, ambos bandos recurrieron a cazas, naves más pequeñas creadas específicamente con el fin de destruir al enemigo. Finalmente hasta esto fue insuficiente a su parecer, las naves eran demasiado resistentes. La manera más eficiente que encontraron fue traspasar las defensas de cada nave y abordarla. Fue una manera relativamente lenta de luchar. La Alianza de los 4 había perdido antes de empezar, todos en la Gran flota nacían, crecían y morían en sus naves entrenando, preparándose para ese tipo de combate. En poco tiempo, el vacío entre planetas fue propiedad de la Gran Flota mientras que la superficie de los planetas siguió siendo propiedad de la Alianza de los 4. El status quo no podía ser eterno, finalmente uno de los bandos, no se sabe cuál, usó sus armas de destrucción masiva.

En toda su historia la humanidad no ha visto guerra más destructiva que la guerra de la caída. Enfrentadas las dos grandes facciones, La Alianza de los 4 y La Gran Flota. En 1 día de batalla los planetas de la Alianza de los 4 se convirtieron en infiernos radiactivos, mientras el espacio entre los planetas se convirtió en un cementerio con los huesos de las naves y tripulantes de La Gran Flota.

Si las cifras conocidas son ciertas, solo una persona de cada millón sobrevivió a la guerra de la caída, siendo optimistas. Solo una decena de naves por cada nación salió indemne. Todos los supervivientes decidieron terminar la guerra. Nadie ganó.

Los supervivientes de los planetas ocuparon algunas naves que les proporcionaron  los de la Gran Flota. Y las nuevas flotas (la más grande de apenas una centena de naves) decidieron probar suerte separadas en los sistemas solares más cercanos, aunque nunca se había podido alcanzar velocidades superiores a la luz (no porque no se hubiera intentado). Finalmente, cada flota se marchó en una triste procesión, dejando tras de sí su lugar de nacimiento, ahora, un cementerio contaminado, radiactivo, danzando cada una sobre sí misma al ritmo lento de la canción del final de la humanidad.

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