Otra vez en el manicomio

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En este manicomio chicharrero hace frío. Créanme. Me muero de frío y la hijaputa que va de blanco pasa de mí. Se echa unas risas y pregunta por Tarantino. Al final termino riendo también con ella. Nos descojonamos. Ella caliente como una perra y yo, lo repito, con el frío que hace microscópica la polla. Mi pollón.

Estoy loco y lo saben, lo sé. Lo so.

No quiero más pastillas hasta la media noche, pero me toca la pastilla de la cena y entra una pastilla gorda y roja, ¿o es de color rosa?, por esta boca en la que bailan varios dientes y ya no hay muelas.

Otra vez aquí. En el polo norte canario.

Somos cuatro locos cenando.

Ella, loca como una cabra y puerca, se chupa los dedos después de pasar la mano por la salsa de tomate. Coge un puñado de arroz con la otra mano y los granos caen en la boca.

Le enseño la punta de la lengua y se despatarra en el suelo.

Yo hago lo mismo.

Es el violín de una composición de Ravel que se desgarra y me desgarra cuando voy a follar con una desconocida. Soy ese violín. Y cuando entro en ella toda la orquesta, con los metales declarando la guerra al mundo.

Nos dejan, of course.

Como perros. Dos perros saltando por la sala. Rompiendo ojos y aterrorizando almas desnudas, rollizas, negras.

Y al correrme se impone el arpa. Se pone en pie. Es un amanecer de sonidos. Una paz que baila. Una niña cualquiera corriendo por el verde de la naturaleza indomable.

¿Un arpa dentro de mí?

Y vuelve, ella, desnuda, saltando, cantando una cancioncilla de cuna. Chupándose un dedito. El cabello suelto.

Estar loca a temprana edad es ser dueña de almas todas de una sinfónica interpretando lo más de Ravel, Debussy.

A la cama que nos vamos con frío, hambrientos, todavía.

La niña loca me abraza, me besa, me llama papá, abuelo, tío. “Mi Rey Mago. Melchor.”

No quiere separarse de un hombre sucio, malo, ojeroso, envenenado por el fracaso.

Un blanco alto y joven como ella me coge por el cuello y me lanza sobre el catre. Ala. Dos sopapos y cierro los ojos para no ver cómo llega la mano a la cara una tercera vez.

Tengo frío, grito. Y sobran las exclamaciones.

La niña grita desde el pasillo que mañana follaremos metidos en la fuente, con los peces de colores, y después bajo un gran árbol que está cerca de la ventana de una tía que manda y lo ve todo y se rasca la vagina con el hacha de El Resplandor.

Duermo siempre con los ojos abiertos.

La oscuridad es tan absoluta que una noche me quedaré sin suficiente oxígeno.

 


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