PEZONES SENSIBLES

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Al nacer mi hijo Carlos y empezar a darle el pecho, descubrí que me excitaba sexualmente el dolor en los pezones. Mi marido Ricardo siempre me los trataba con delicadeza porque en cuanto me los tocaba algo más de brusco de lo normal, enseguida le retiraba porque me dolían. Pero claro, con mi hijo recién nacido tenía que soportarlo si quería criarle con pecho y la idea de hacerlo con biberón solo, no entraba en mi sentido maternal.

Al principio me hacía daño puntualmente al coger al pecho con las encías y cuando empezaba a mamar simplemente lo absorbía. La naturaleza es sabia y no tenía aún dos meses cuando ya chupaba con fuerza, era un glotón y descubrió que, si me cogía el pezón desde más arriba con las encías, salía más leche.

Cada vez los apretaba más y era como si mordiese, aunque no tuviera dientes aún. Temía el día que le empezaran a salir, hasta el punto de que más de una vez pensé en retirarle el pecho al acabar de darle de mamar. Por otro lado, me daba pena hacerlo sabiendo que el pecho era lo más sano para él y seguía dándoselo.

Me fui acostumbrando hasta que le empezó a salir el primer diente. A él le aliviaba morder lo fuera y a mí me lo clavaba cada vez que le daba de comer. Para mi sorpresa, empecé a excitarme cada vez que me mordía y cuanto más daño me hacía más me excitaba, hasta el punto de que, a veces, cuando terminaba de darle de mamar estaba chorreando entre las piernas.

Me sentía incapaz de esperar a limpiarle y cambiarle el pañal para masturbarme, así que primero me ocupaba de mí y luego de él, aunque a veces llorara porque estaba incómodo. Un día estaba tan excitada y a punto de correrme cuando acomodé a Carlos y me puse una mano en el sexo, descubrí que podía hacer las dos cosas al tiempo, darle de mamar y hacerme una paja. Al principio me daba cierto cargo de conciencia masturbarme a costa de mi hijo, aunque al fin y al cabo él no se enteraba y yo disfrutaba doblemente con él, como madre y sexualmente.

Una noche cenando con Ricardo en casa y Carlos dormido, le comenté que cuando el niño me mordía al mamar ya no sentía el daño el mismo daño que siempre me hacía al principio y me gustaría experimentar con él. Quería ver si era capaz de dejarle jugar con mis pechos como siempre había deseado. Para nada le conté que el niño me excitaba y que incluso a veces me masturbaba mientras le daba el pecho.

Acabamos de cenar más rápido de lo habitual, ni postre tomamos, deseando meternos en la cama a experimentar. Para Ricardo, mis pechos, siempre han sido una fijación y se ha lamentado de no poder estrujarlos, incluso mordérmelos. Ahora se le presentaba la ocasión de hacerlo, aunque nunca pensamos que llegaríamos tan lejos.

Mientras él recogía la mesa yo me saqué la leche que me quedaba de la cena de Carlos y la metí en el frigorífico. Al llegar a la habitación me dijo que le dejara desnudarme y empezó a desabrocharme la camisa del pijama. Solo lo había hecho con los dos botones superiores cuando metió las manos y me amasó los pechos. Enseguida buscó los pezones y tiró un poco hacia afuera para ir midiendo mi aguante. En ningún momento me quejé, salvo algún suspiro que le animó a apretarlos más.

Acabó de desabrocharme la camisa y me la quitó. Se tiró literalmente a chuparlos y absorber los pezones para enseguida poner los dientes alrededor del pezón y dar bruscos lengüetazos sobre la punta, mientras yo me tocaba entre las piernas. No necesitó estimulación por mi parte para que se le pusiera dura. Me tumbó en el borde de la cama con las piernas abiertas y me la metió hasta dentro al primer empujón. Pinzó los pezones con los dedos y tiraba de ellos cada vez que me embestía.

Aquel polvo fue una locura. Yo pedía que me hiciera cada vez más daño y él estaba enfebrecido haciendo lo que le pedía y embistiendo el sexo. Me corrí una vez y él seguía aguantando. Cuando no pudo más, me la metió y se quedó dentro corriéndose con los espasmos de la vagina mientras me retorcía los pezones, consciente de que me estaba haciendo daño. Cuando se relajó le pedí que no me la sacara y volviera a retorcérmelos. Fue el mejor orgasmo de mi vida.

Nos quedamos tumbados en la cama sin decirnos nada. Intentó acariciarme un pecho y me escocía tanto que le tuve que retirarle la mano. Nos quedamos adormilados y no habría pasado una hora cuando me preguntó si dormía, pregunta retórica, sabía que no porque además me sacudió un poco el brazo por si acaso, para despertarme.

Se inclinó sobre mí y me beso los labios. Empezó a descender por el cuello con la única intención de llegar a los pechos. Le dejé hacer expectante por comprobar si aguantaba el dolor y para mi sorpresa, volví a excitarme cuando me pasó la lengua despacito. Me dolían, aunque la sensación era como si los tuviera conectados con el clítoris y le rogué que siguiera chupándome.

Rara vez le dejaba por entonces que me penetrara por el culo, no era algo que me gustara demasiado entonces. En esa ocasión no pensaba negarle nada que me pidiera. Me puse de rodillas en una silla mirando hacia el respaldo, me metió dos dedos en la vagina y luego me los metió en el culo. Cuando comprobó que estaba preparada me la metió de golpe sabiendo que a los dos nos iba a doler y ninguno se quejó por ello.

Metió las manos por debajo de mis axilas y se agarró de nuevo a los pechos como punto de apoyo para penetrarme. Esta vez los cogió enteros porque los pezones me dolían a rabiar todavía. Bajé una mano al clítoris y lo agité, necesitaba correrme cuanto antes y lo hice al sentir su semen caliente dentro de mí.

Con este descubrimiento quien sufrió las consecuencias fue Carlitos. Al día siguiente fui incapaz de darle de mamar, solo con el roce del sujetador me escocían tanto que prescindí de ponerme nada encima y le preparé un biberón. Fuimos conscientes de que teníamos que tomar una decisión y la tomamos. Le retiré el pecho a Carlos.

A partir de entonces dosificamos el sexo salvaje a una vez a la semana. El resto de las veces procurábamos no dañarme los pechos para que estuvieran en toda su plenitud cuando nos tocara jugar duro.

Fue a Ricardo a quien se le ocurrió experimentar con una ama profesional para que nos enseñara los secretos del sexo con dolor. Consultamos en internet y reservamos una cita con una mujer que trabajaba en su casa y tenía muy buenas críticas. No todo lo que aprendimos nos gustó demasiado, pero descubrimos que me encantaba cuando me golpeaba en los pezones con fuerza al estilo del juego de las chapas de cuando eramos pequeños. Es como si me clavaran alfileres y soy capaz de correrme solo con eso, sin necesidad de acariciarme el sexo.


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