En la playa

Tiempo que no veía a mi hermana. Ella vivía en una ciudad bastante lejos de donde yo estaba y ocurrió que en unas vacaciones decidió visitarnos con su par de crías, mis pequeños sobrinos.

Nos fuimos a una casa que alquilamos en la playa y teníamos el día para tomar el sol y mojarse en la solitaria playa. Esta playa tenía unas posas pequeñas que, cada vez que llegaba una ola, se volvía a llenar de agua. Ahí estábamos con mi hermana disfrutando del mar y el sol, además el rico y apetecible cuerpo de mi hermana.

Ella fue siempre el motivo de mis pajas juveniles, y recuerdo perfectamente, hoy a mis 63 años, como me calentaba cuando me exponía sus faldas o sus blusas...hay...y cuando se las quitaba me dejaba ver sus tetas hermosamente traslucidas por el suave y tejido de la tela del sostén. Sus aureolas de los pezones me provocaban de morder o lamer, pero me aguantaba, mientras ella, se ponía otra blusa para mostrarme como le quedaba.

Recuerdo que en ocasiones ella me pedía que le abrochara o le desabrochara el sostén… sentía su perfume embriagador y su suave piel. Luego, medio tapándose las tetas con una mano, buscaba su ropa con la que se iba a dormir. Se quitaba su falda y quedaba frente a mí con sus calzoncitos diminutos y transparentes que me dejaba apreciar el escaso vello púbico, y luego se colocaba su dormilona, se quitaba los calzones y se acostaba a leer. Luego de eso, me iba al baño a darme una buena paja para aliviar mi urgencia sexual provocada por mi hermanita.

Yo sabía que era anti natural desear a la hermana y calentarse con ella. Eso me hacía sentir como un pecador, pero ese sentimiento de culpabilidad era superado con creces por el deseo.

Si, no lo puedo negar, estaba enamorado de mi hermana y sólo pensaba en ella y de estar pronto con ella para disfrutar de su presencia, de poder verla y admirar sus piernas, sus tetas, su todo... para mi todo era sexo.  Ella era para mí, la sexualidad en persona.