UN MUSICAL, UN RECUERDO

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Hace escasos días que una sexta ola de la pandemia COVID como si de un tsunami se tratara ha vuelto a expandirse en el mundo. A ello se suman una serie de tensiones tanto sociales como políticas en las que sin duda en estas últimas va implícita la lucha por el poder, y que la prensa se apresura a sacar a la luz ya que las malas noticias debido al morbo de la gente son lo que más vende, generando así la sensación de que vivimos instalados en un negativo ambiente, por lo que se siembra el descontento general.

Mas justamente en este enrarecido contexto social, un canal de televisión ha redindo homenaje a un célebre director de cine norteamericano llamado Stanley Donnen que hace años que dirigió al alimón con el bailarín Geny Kelly la inolvidable película musical CANTANDO BAJO LA LLUVIA y que en la actualidad se sigue representando en los teatros.

Quienes hayan visto este film recordarán que trata sobre la transición del cine mudo, al cine sonoro y lo que ésto representó para muchos artistas del Séptimo Arte en aquellos tiempos.

Como es de imaginar, a pesar de que yo conocía de sobra aquella obra, quise visonarla de nuevo, siendo muy consciente de que necesitaba impregnarme del optimismo que ésta desprendía para superar las adversidades que la vida nos depara, y a la vez distanciarme del tóxico y pesimista sistema vital que nos rige.

Sin embargo, mientras veía aquel film de pronto sentí que no estaba cómodamente sentado en el sillón de mi casa, sino que como por arte de magia, ahora yo me había trasladado a un sábado de finales de los años 50 del siglo pasado, y era un niño que en aquel entonces me hallaba en el comercio de Confección de Caballero de mi padre que estaba situado en un barrio de clase media de Barcelona; y como ya era el final de la jornada estábamos apunto de cerrar.

- Esta noche no cenamos en casa - me anunció mi madre sonriente, ya que ella había estado trabajando en la Caja atendiendo a los múltiples clientes que habían pasado por allí.

- ¿Ah no? ¿Por qué? - quise saber yo.

- Porque vamos al cine a ver una película estupenda, y antes cenaremos un bocadillo en un bar.

El hecho de ir una noche - la hora de los mayores- al cine suscitó en mi estómago un agradable cosquilleo que me elevó la moral, a la vez que los problemas que pudiera tener en la escuela enseguida perdieron importancia; eran puros fantasmas inconsistentes en los que no había que prestarles ninguna atención.  Por otro lado, al mirar a la calle la cenicienta luz de las farolas que iluminaban el asfalto, se me antojó que habían adquirido un tono más especial; tenían un brillo mágico como no lo había visto hasta entonces.

Efectivamente mi familia y yo fuimos a un bar que estaba al lado del comercio, y tomamos un bocadillo de jamón con un refresco, y a mí me pareció que aquel embutido era más sabroso que otras veces.  Claro que esta óptima apreciación del bocadillo era consecuencia de mi euforia ante la perspectiva de ver una buena película. Esto me hace pensar que somos nosotros los que les damos un sentido, un "algo" significativo a las cosas, dado que en muchas ocasiones las cosas en sí mismas no son lo que nos imaginamos que son, pero que no obstante nos mueven a sentir interés por la vida.

Mientras cenábamos mis padres y mi tío materno, que venía con nosotros, hablaban de cómo había ido la jornada, y poco después tomámos el coche y nos dirigimos a un cine que estaba en el centro de la ciudad.

La sala era grande, con una pantalla cubierta por unas cortinas. Al poco de habernos acomodado en unas butacas, se escuchó la banda sonora de la película sumiendo al público en una aura de ensueño y de fantasía. Acto seguido se fueron amortigüando las luces, y las cortinas se abrieron poco a poco, ceremoniosamente. La sesión había empezado y por supuesto era el film CANTANDO BAJO LA LLUVIA.

 Aquello era extraordinario. Yo estaba fascinado y pensé que estaba viviendo una gran noche. Pero lo más importante que recuerdo de aquel acontecimiento; lo que a un nivel más o menos consciente percibí fue que las alegres canciones y los bailes que los actores interpretaban en la pantalla; en suma aquel optimismo de la historia se transmitía a mis padres que lo hacían suyo; se congraciaban con los personajes del fim porque el negocio que hacía poco tiempo que lo tenían iba viento en popa. Había buenas expectativas. Mi padre que en su juvenud había trabajado en una industria de su familia y había estado sometido a la tiranía de una hermana muy envidiosa que cuando era soltero le había hecho la vida imposible, ahora él se sentía libre, emancipado del yugo familiar y estoy seguro de que si hubiese podido habría bailado junto a Geny kelly el famoso número bajo la artifical lluvia del Estudio en el que se rodó la famosa escena que todo el mundo conoce; aunque a juzgar por la buena interpretación del actor-bailarín nadie sospechaba que éste en realidad estaba a cuarenta grados de fiebre a causa de un fuerte catarro. Es evidente que si saboreamos la felicidad, es porque huimos de la infelicidad que nos acecha continuamente como le había sucedido a mi progenitor.

Hoy en día a pesar de que hay varios canales de televisión en los que se puede ver cualquier película a la carta, yo sigo acudiendo al cine. Y cuando termina la sesión, aunque no hay cortinas que se abran y se cierren en la pantalla, quiero ver cómo las luces laterales de la sala de color azul al terminar la película se encienden gradualmente.

Porque no estoy dispuesto a renunciar a la magia, al ritual que desde hace muchos años ha envuelto a este espectáculo, que en mi caso está asociado al recuerdo del feliz día que fui con mis padres a ver el musical CANTANDO BAJO LA LLUVIA.

 


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