Lo inesperado

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Llego tarde a la cita a ciegas, es mi tercera y vengo con poco ánimo porque las anteriores no han sido precisamente para tirar cohetes. La referencia que me dio para reconocerla fue: llevo vestido rojo y debemos procurar sea la mesa del fondo.

La mujer que está allí y con esas características es muy joven y en nada se ajusta con la que he convenido la cita.

Ante mi gesto dubitativo y de sorpresa ella me hace un gesto con la mano a la vez que me llama por mi nombre, Alex (es el que utilizo en estas ocasiones, por si acaso).

Cuando llego a su lado, aún con la congestión en el rostro, me aclara risueña

- Vengo por mi madre.

Mi sorpresa se torna en desconcierto, pero me surge la persona amable,

- La mejor embajadora, sin duda.

Le digo en tono simpático y conciliador.

Sigue una presentación singular y después surge una conversación que desde un principio ella controla con desenvoltura.

Me explica que su madre es muy tímida y le cuesta dar estos pasos iniciales. Después, yo intento saber de su madre y ella con hábiles giros dialécticos me lleva a lo propio y personal.

Se interesa por mí en todos los aspectos y yo le respondo intentando ser el galán perfecto para la ausente y que ella representa.

Sus preguntas son incisivas y directas, quiere saber cómo funciono en la cama y lo hace con gracia,

¿Eres de recorrido corto o largo?, o ¿Tiene que asumirte con prudencia o con normalidad? (entiendo que se refiere al tamaño de mi miembro)

Intento ajustarme a su línea directa encubierta poniéndome bien, pero con las razonables cautelas. Como me considero un buen amante se lo hago saber así.

Cuando adquiere plena confianza o presupone que doy la talla adecuada, comienza a hablarme de ella, de sus inquietudes y deseos.

Es tan libre y abierta que entro en confusión, en algún momento estimo que hablaremos de la madre y de sus pretensiones, pero no es así, me cuenta anécdotas eróticas suyas y hace confesiones de clara promiscuidad personal, va perdiendo en suma todo recato.

Es amena, me divierte y como su inhibición parece una propuesta, acabo olvidándome de su madre.

El tiempo transcurre sin darnos cuenta, llevamos varias consumiciones. El bar tiene un ambiente acogedor y el lugar escogido por ella ofrece una sensación de privacidad que propicia la intimidad que disfrutamos.

Inesperadamente, cuando estoy ensimismado en sus encantos, me habla de su madre y siento a ésta como una invasora, pero lo hace con encanto, la define como una mujer candorosa, de buenas formas, con las carnes prietas. Me cuenta en confianza que la intuye ardorosa, aunque nunca le hizo confesiones íntimas. También, que en ocasiones le ha sorprendido en ropa interior y me asegura que me excitará. Luego, con expresión de picardía en la cara me pregunta

- ¿Te pone, el que te cuente estas cosas?

- Mucho, le respondo sin más.

Es manifiesto que se siente a gusto, me transmite estar en confianza y la relajación que me produce su actitud me permite aflorar mis instintos hasta ahora cohibidos o asustados por todo lo que se me está viniendo encima.

- Me excita todo lo que me cuentas, le confieso sincero.

Ella sonríe abiertamente, parece encantada con mi declaración.

Después, me habla de su primer amor, parece que le gusta entrelazar mis lógicas expectativas con su madre con las que derivan directamente en ella al detallarme sus propias experiencias. Crea una ambivalencia sugerente entre ambas, de forma que no sé dónde centrar mi interés, pero se me hace patente que ella no quiere quedar excluida.

A estas alturas no me recato en contemplar sus senos consistentes y que ella resalta irguiéndose o agachándose y exponiéndome su tersura por el amplio escote. Toda su expresión corporal es sugerente e invita al deseo, lo que me mueve al morbo porque no me planteo que accederé a ella, pero percibo a la vez en mí una menor contención preventiva.

Inconscientemente me reclino hacia atrás y también le hago exposición de lo que es patente en la bragueta.

Es un juego perverso en el que llevo las de perder y lo sé.

Advierto como su mirada se concreta en ese espacio expuesto adrede y advierto cierto cambio en su actitud. Se hace pronto idea de lo que presume y a la vez pierde consistencia su control al ver que yo siento como se involucra. Es vulnerable por primera vez y me motiva.

Inesperadamente me suelta,

- ¿Te gustaría ir ahora a ver a mi madre?

En la expresión de su cara puedo leer la curiosidad por descubrir mis más íntimos pensamientos.

- ¿Tú lo deseas?

Con mi pregunta deseo saber en cuál de las dos debo centrar mi interés.

- Claro que sí.

Es contundente y debo hacer un reajuste mental para incorporar a la madre de la que hemos hablado poco, aunque siempre estuvo presente.

Con igual resolución salimos de allí y me lleva a ir en su busca.

Cuando entramos en el portal de su casa ya es entrada la medianoche. No ha utilizado el móvil para advertirla de nuestra presencia y ando algo turbado.

Ascendemos ambos en silencio hasta su planta, luego ella se para frente a la puerta y mientras introduce la llave para abrir se gira y en un susurro me dice,

- Te gustaría que probáramos los dos, antes de conocerla a ella.

Se me coge un pellizco en el estómago por lo inesperado y como no, por lo sugerente.

- Como tu decidas.

Me pide entonces que no haga ruido hasta llegar a su habitación.

La sigo con la máxima cautela por el largo pasillo y una vez dentro de su habitación quedo a la espera de su reacción.

Ésta no se hace esperar, le brillan los ojos, la luz tenue de una lámpara nos da intimidad y me permite disfrutar de sus encantos. Se me ofrece, nos besamos con intensidad y a medio vestir ya me ha liberado al cautivo y lo envuelve con su lengua deseosa. Es muy apasionada, evita los prolegómenos, se me pone encima y me folla con desespero, se corre varias veces y gime cada vez más fuerte.

Después, se echa a mi lado y me pide,

- Hazme todas las guarradas que sepas.

A partir de ese momento comienzo a ser yo.

Le beso en el cuello, le mordisqueo con decisión su parte de atrás, donde el torero da la estocada. Le gusta mucho, me pide que lo haga con fuerza hasta hacerle daño, está descontrolada. Lamo sus axilas percibiendo su acidez perfumada. Recorro con la lengua todo su cuerpo, tiene los pezones grandes y se ponen a reventar. Su cueva me acoge vibrante y la saboreo con un placer infinito, un manantial fluye de su vagina, me encanta sentir su calor y me aplico con denuedo en disfrutarla, se agita y grita descontrolada. Me pongo de pie, me sitúo entre sus muslos y la penetro con varios empujones, una vez toda dentro la llevo a la locura y al final la invado con mi torrente.

Dos días después la intento contactar, pero es en vano.

He perdido la cuenta las veces que lo he intentado inútilmente.


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