REMEDIO ANTIESTRES

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Vivimos cuatro estudiantes en una casa grande alquilada al lado de Moncloa, a un paso de la Ciudad universitaria. Somos dos chicas y dos chicos y la única relación que nos une entre nosotros es que vivimos en la misma casa y cada uno tiene su propia habitación. Como tenemos dos baños, uno lo utilizan las chicas y el otro los chicos. Todos estábamos de exámenes y deseando acabarlos para tomarnos el merecido descanso de verano y marcharnos a casa, en mi caso a Ciudad Real.

Eran casi las dos de la tarde y empecé a escuchar ruido por toda la casa. Me extrañó porque solo estábamos Carmina y yo y ella es una chica muy ordenada y discreta, a veces ni nos enterábamos que estaba en casa si lo hacía en su cuarto.

Los ruidos no cesaban e interrumpí mi estudio para ver qué es lo que pasaba, me extrañaba mucho tanto jaleo. Me fui a la cocina y me la encontré dando vueltas con cara muy sería, algo raro en ella, porque siempre se está riendo.

Le pregunté que le pasaba y me dijo que estaba histérica, tenía su último examen a las cinco de la tarde, estaba convencida de poder aprobarlo sin problema, pero no sabía porque estaba tan nerviosa, algo muy raro en ella, estudiante sobresaliente y muy madura.

Para quitarle hierro al asunto, en broma, le dije que se diera una alegría para el cuerpo y una ducha caliente, seguro que después se sentiría mucho mejor. Me miró muy sería y me dijo que en ese momento no estaba para hostias y menos para hacerse una paja ella sola. Añadió que le parecía deprimente.

Me acerqué a ella y poniéndole una mano en el hombro le dije que se tranquilizara y que yo no tenía la culpa de su mal humor y que además seguro que sus nervios eran injustificados porque al final ella sabía que iba a aprobar con nota, como siempre.

Escondió la cabeza encima de mi hombro y se disculpó. Noté sus lágrimas mojarme el cuello y la abracé acariciándole la espalda en plan fraternal. Su reacción fue besarme el cuello y ascender hasta que me chupó el lóbulo de la oreja. Sin separarme de ella le pregunté si estaba segura de lo que estaba haciendo. Me dijo que si, que en ese momento era lo que necesitaba.

La aupé entre mis brazos y la senté en la mesa de la cocina. Ella se incorporó un poco, lo suficiente para ponerme los labios sobre los míos y meterme la lengua en la boca. Deslicé una mano a su pecho y le presioné una teta. Interrumpió el beso y empezó a jadear junto a mi oído.

La tumbé sobre la mesa y le subí la camiseta que llevaba puesta a modo de vestido corto. Llevaba unas bragas horribles de algodón y grandes, de las que dicen que usan en casa para estar cómodas. Intenté quitárselas, pero no colaboraba. Alargué la mano al cajón de los cuchillos y cogí las tijeras de cocina. Las corté por los lados y le descubrí el pubis, puse la mano encima y apreté el clítoris.

Intentó subirse la camiseta, pero estaba tan excitada que no atinaba. Volví a coger las tijeras y empecé a cortarla de abajo arriba, ella misma se la estiraba para facilitarme la labor. Cuando acabé de cortarla dejándole los pechos al aire, me dijo que cortara también los tirantes para deshacerse de ella.

Libre de ropa volví a ponerle la mano en el coño y ella volvió a retorcerse. Se lo pincé con dos dedos y se corrió. Sin reponerse del orgasmo me pidió por favor que siguiera. Yo, ya enfebrecido, me deslicé hasta poner la cara entre sus muslos y ataqué el centro con la lengua. Levantó el culo apoyando los pies en la mesa y se corrió de nuevo.

Me deshice de mis pantalones cortos y sin preguntar se la metí en el coño. En un momento de cordura me dijo que no se me ocurriera correrme dentro. Volví a meter la mano en el cajón y saqué el machacador del mortero. La embadurné el coño de aceite de oliva y le metí el machacador. Aprovechando el aceite como lubricante le separé las nalgas y se la metí en el culo.

Cada vez que entraba en ella empujaba el machacador hacia dentro de su vagina. No dejaba de revolverse buscando mayor contacto, así que empecé a pellizcarle el clítoris y tuvo dos orgasmos seguidos más.

Me incorporé y le saqué la polla. Me coloqué a la altura de su cabeza y no tuve que decirla nada, se la metió en la boca y empezó a ordeñarme. Por la forma de chupar era evidente que quería más, así que volví a pellizcarla donde sabía que le encantaba y justo cuando empezó a correrse de nuevo, yo descargué en su boca.

Tuve que decirle que parara cuando empezó a dolerme la polla. Me dijo que necesita un orgasmo más y volví a jugar con la lengua entre sus piernas. Enseguida se corrió y me apartó la cara de su pubis tirándome del pelo. Nada más retirarme lanzó una meada a más de dos metros de distancia empapando el suelo, mientras le acariciaba las tetas. Al acabar me dio las gracias y acercándome la cara a la suya me dio un beso en los labios.

Le dije que no se preocupara por el desastre ocasionado y que se fuera a dar una ducha caliente mientras no recogía. Tuve que ayudarla a levantarse y a bajar de la mesa, estaba sin fuerzas.

Cuando desapareció de la cocina saqué la fregona y recogí su meada, eché a la pila el machacador y me puse a hervir pasta para comer. Cuando volvió a la cocina con una toalla alrededor de cuerpo y otra en la cabeza, me preguntó que hacía y le dije que preparando pasta para comer los dos. Me dijo que me merecía otro premio más y agachándose me bajó el pantalón y me hizo otra mamada.

Al despedirse para irse a la facultad, me dijo que si le salía bien el examen esa noche lo celebraríamos, porque sería gracias a mi sabiduría para relajarla. Esa noche apareció en casa blandiendo dos botellas de cava y diciendo que el curso para ella ya había acabado y estaba segura de aprobar todo.

Ninguno de los dos comentamos nada a los demás de mi colaboración para que lo consiguiera.


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