David

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Era mi trabajo vigilar el sueño de este precioso ser inerte, aunque me encontraba cansada por el largo turno de trabajo, el solo hecho de estar frente a sus robustas piernas me hacía sentir despabilada; presa de su encanto podía pasar horas admirándolo. Solía imaginar que aquél adonis, con hambre inquieta por doncellas noctámbulas, bajaba de esa roca y con sus frondosos brazos me tomaba para hacerme suya, una y otra vez, ¿acaso esta noche tendré la suerte de caer cautiva con su sexo? ¿Podré llenarme la boca entera con el pedazo de carne entre sus piernas?

Me despedí del gigante blanco, mientras él permanecía congelado en el tiempo, continué el recorrido con los pechos encendidos y la entrepierna húmeda…


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