AICHA, MUJER AFRICANA

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Conocí a Aicha en un bar de Madrid donde se hacían reuniones de gente para practicar idiomas. La primera vez que la vi en el bar se pasó casi toda la sesión sola, sentada al final de la barra tomando un refresco. Lo que más me llamo la atención de ella fueron los ojos, de un verde claro impresionante, sobre todo en contraste con su piel, negra como el carbón y coronada con el típico pañuelo en la cabeza de los musulmanes.

Cuando me acerqué a ella y la saludé noté un cierto temblor en sus manos y se puso nerviosa. Le dije mi nombre y ella tímidamente me dijo el suyo. Le pregunté si le apetecía tomar algo y me dijo que si, con la condición de cada uno se pagaba lo suyo. Pedí una tónica para ella y una cerveza para mí. Hablaba ingles mejor que yo, lo cual no quiere decir que lo dominase, ni mucho menos.

Me dijo que era de Sudan y musulmana por ley, como todos los nacidos en su país. No estaba acostumbrada a hablar con hombres, salvo con compañeros de trabajo en la embajada de su país. Pasamos más de dos horas charlando aquella tarde y cuando me dijo que se tenía que marchar le dije que el siguiente jueves estaría allí sobre las siete de la tarde, por si le apetecía seguir charlando. Por toda respuesta me dijo un simple “lo intentaré” y se marchó.

Al jueves siguiente me sorprendió verla sentada en la barra tomando una tónica cuando llegué.  Cuando me vio levantó la mano para llamar mi atención y lo consiguió. Lo que más me extrañó fue que no llevaba el pañuelo de la cabeza y lucía una melena larga alisada, lo que quería decir que su intención era sentirse atractiva, una actitud muy diferente del otro día. Esta vez quise forzar un poco la situación y al saludarla le di dos besos en las mejillas esperando algún tipo de rechazo por su parte y no lo hubo.

Se nos pasó la tarde volando. Cuando nos dimos cuenta eran las once de la noche y habíamos tocado multitud de temas sobre la diferencia de culturas. Me sorprendió cuando abordamos el tema sexual y me dijo abiertamente que ella había sido mutilada al tener su primera regla.

También me contó que la habían casado con un hombre mayor a los dieciséis años y afortunadamente nunca se quedó embarazada. Dos años después de casarse al marido le asesinaron en plena calle por un asunto de venganzas empresariales. Su situación quedó en entredicho por parte de la familia política, con el fin de que ella no heredara los bienes del marido. Su suegra apeló a que su hijo estaba a punto de repudiarla e incluso insinuó que su familia había tenido algo que ver en la muerte para evitarlo.

Su padre decidió que lo mejor para ella era que se fuera a Europa y estudiara una carrera para que una vez licenciada volviera a su país, donde tanto necesitaban profesionales que ayudaran a levantar la economía.

Volvimos a quedar para el sábado siguiente en otro sitio menos concurrido para tomar algo. En esa ocasión y sin estar rodeados de gente, tocamos otros temas como el sexo. No sabía lo que era un orgasmo y solo había oído hablar sobre ello al llegar a España. En su país las mujeres no tenían derecho al placer, solo a procrear. Tenía la creencia inculcada en su país de que al tener mutilado el clítoris, jamás podría conocer el placer.

Le di mi opinión totalmente contraria a lo que decía. Le expliqué que había otras muchas zonas erógenas en el cuerpo de la mujer y que seguro que habría descubierto al tener relaciones sexuales con su marido. Negó con la cabeza y me dijo, a bocajarro, que su marido solo la violaba al llegar a casa. Ni un gesto de cariño o respeto. Tuvo que ser su madre quien le aconsejo que se aplicase una crema casera antes de que él llegara, para que no la lastimara. Simplemente llegaba casa, le decía que se desnudara, se tumbaba encima y la penetraba hasta que eyaculaba. Después se retiraba a su habitación sin siquiera dirigirle la palabra. Una lágrima resbaló por su mejilla.

Le pasé el pulgar para limpiársela y se acurrucó sobre mi pecho. Le pasé la mano por el pelo de forma paternalista, consciente de que había sufrido mucho. Me sorprendió cuando, sin mirarme, me preguntó si yo la ayudaría a descubrir esas zonas del cuerpo de la mujer que le decía. Le levanté la cara para mirarla a los ojos y le pregunté si estaba segura.

Solamente asintió con la cabeza y me transmitió una ternura increíble. Para comprobar su reacción le di beso en los labios y al ver que lo aceptaba presioné con la lengua y me dejó entrar en su boca. Cuando busque su lengua con la mía se sorprendió, pero no se retiró. Al separarnos le dije que ese era el principio de todo acercamiento sexual y si le había agradado era un buen principio.

Le propuse irnos a mi casa, levantándome de la mesa y ofreciéndole mi mano. La cogió y sin decirnos nada salimos del bar. Le apreté la mano y pegó su cara a mi hombro hasta que llegamos al coche. Durante el trayecto a casa le dije que solo íbamos a hacer lo que las cosas con las ella se sintiera cómoda y si en algún momento algo le hacía sentirse violenta o no le gustaba me lo tenía que decir. Su respuesta fue que se fiaba de mí.

Al llegar a casa la ayudé a quitarse el abrigo y la estreché entre mis brazos. Ella levantó la cara buscando mis ojos para que la besara. Le metí la lengua directamente en la boca al tiempo que le acariciaba un pecho y la rodeaba con el otro brazo la cintura para pegarla a mí. Fue mágico. Tenía la respiración agitada y pensé que en condiciones normales se debía estar humedeciendo entre las piernas.

Empecé a desnudarla y al descubrirle los pechos se los ataqué con la lengua, despacio al principio e intensamente después, mientras la quitaba la falda y le acaricié el pubis. En ese momento echó las caderas hacia atrás, para volver a llevarlas hacia delante de forma inmediata. Decidí cambiar de estrategia y le acaricié el culo pasando el dedo entre las nalgas hasta tocarle la entrada. En ese momento lanzó un suspiro y fui consciente de que ese iba a ser un punto importante para hacer que se corriera.

Cuando abandoné sus pechos descendiendo con la lengua por su estómago, me pidió que siguiera chupándoselos. Era evidente que se trataba de una mujer caliente y sensual, sin ápice de experiencia, solo había experimentado maltrato e intimidación. Decidí trabajárselos de nuevo, pero ahora iba a experimentar hasta donde era capaz de llegar.

Los mordí con suavidad mientras tiraba del pezón del otro pecho, despacio al principio hasta que su actitud me decía que quería más. Cuanto más brusco era yo, más disfrutaba ella. Empezó a jadear y deslicé una mano entre sus piernas, estaba mojada. No quise incomodarla metiéndole un dedo, teniendo en cuenta su reacción anterior, ya habría tiempo para eso.

Recogí con dos dedos la humedad que se deslizaba por sus muslos y la extendí por sus nalgas, poniendo especial interés en la entrada del ano. Empecé a tirar con los dientes del pezón que tenía en la boca y se revolvió buscando más presión. En ese momento le metí la punta del dedo en el culo y se corrió gritando. Insistí un poco más metiendo el dedo hasta la mitad y cambiando la boca de pecho. Un nuevo orgasmo la sacudió, esta vez revolviéndose mientras me apretaba la cabeza contra el pecho.

La costó recuperar el aliento mientras yo le acariciaba el pelo y ella apretaba su cara contra mi pecho. Una vez recuperada junto sus labios a los míos y con lagrimas en los ojos me dio tímidamente las gracias.

Era evidente que Aicha era una mujer sensual y sería muy activa sensualmente. Hasta entonces solo había conocido la peor cara del sexo y yo me propuse mostrarle la cara más amable y placentera. Y lo conseguí.


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