Autopista (2/2)

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A pesar de ser poco propensa al exhibicionismo, me gustaba que mis amantes me miraran al tocarme. Él lo sabía, por haber sido un espectador entusiasta varias veces. Pasé mi mano por debajo de mi culo para agarrarme la concha por atrás, mientras los dedos de la otra pasaban uno tras otro por mi clítoris. Estaba jugando, como si tocara un piano empapado y brillante. Había levantado totalmente mi falda, y a él no le hacía falta más de una rápida ojeada para ver lo que hacía. Me animaba.

—Quiero que te metas los dedos, haz como te gusta, como me lo enseñaste. Abre tus piernas lo más que puedas. Que te hagas venir así de abierta, como si entregaras tu concha a la pista.

Le obedecí con gusto, metiéndome directamente dos dedos, con los pies apoyados en el tablero. Estaba cálida y chorreante. La sensación de mis dedos era rica y quería sentirme más llena. Me metí un tercero y pellizqué mi clítoris con mi otra mano. Un gemido que no conseguí contener se escapó de mi boca. La descarga eléctrica había sido instantánea y la onda de choque de mi orgasmo recorrió todo el cuerpo, irradiándose desde mi sexo.

—Qué rico, carajo… Me encanta cuando te vienes —se alegró.

Lo volví a mirar, recuperándome de la violencia del goce. Seguía con la mirada fija hacia delante y con la sonrisa que tienen los malos en las películas, era una mezcla de satisfacción cruel y de excitación. Parecía que él tenía la capacidad de controlarme, que solo le hacía falta ordenarme que me venga, para que hiciese su voluntad tanto en su cama como en su carro. En parte era verdad, y me excitaba satisfacerlo de esta forma. Acerqué mis dedos a su boca, me había venido en ellos y, en el relámpago de los faros de un carro que cruzamos, vi que el chorreo de mi placer había llegado hasta mi palma. Lamió, lento y concienzudamente.

—Y tú, ¿ya tuviste un orgasmo a 130 km/h? —le pregunté.

—No, pero creo que me podrías ayudar para llenar esta laguna… y tu boca… mientras manejo.

Tenía esa increíble chispa de lujuria que brillaba en los ojos, estaba totalmente loco y me encantaba. Me agaché hacia él y le besé suavemente el cuello. Mi nariz acariciaba el lóbulo de su oreja. Sentía su piel estremecerse bajo mis labios húmedos. Cuando puse mi mano sobre el bulto tenso que tenía en su entrepierna, dejó escapar un suspiro.

 

—Por favor…

 

Apreté su verga a través de su bóxer, encerrándola contra mi palma y presionando la punta con mi pulgar. Quería jugar un poco con él, era mi turno.

Le gustaba decidir el momento en el que me viniera y, el día de antes, se había divertido conmigo, dejándome al borde del orgasmo durante largos minutos. Me había dicho que me pusiera en cuatro y que cerrara los ojos. Solo llevaba mi calzón y me lo había bajado un poco, para desnudar mi culo y que la prenda de encaje fino me impidiera abrir las piernas como me gusta. Así de constreñida, había tenido que aguantar las reglas de su juego, que consistía en dejarlo hacerme venir usando únicamente un dedo de cada mano. Había pasado más de media hora al colmo de la excitación, sentía el chorreo cálido de mi sexo a lo largo de mis muslos. Me hubiera bastado un golpecito en el clítoris para mandarme bien lejos, y le suplicaba para que me dejara tocarme. “Olvídalo, no hay forma de que hagas trampas con tu mano, así es el juego”, me había contestado. Después de un buen rato de esta insoportable espera, había logrado venirme, sobándome vergonzosamente sobre mi propio pie, con sus dos dedos profundamente metidos en mi culo. “Qué morbosa que eres…” me había susurrado.

Parecía que en este carro los papeles habían sido intercambiados y eso me encantaba. Disfrutaba mucho de verlo así, torturado por las ganas de que le pajee y que le haga venirse. Nos paramos unos segundos en un peaje. Fue lo suficiente para que soltara el volante y liberara su verga, con el par de idas y venidas de una paja nerviosa, ansioso por recuperar el tiempo perdido.

—Prefiero que te quedes enfocado en la pista y que manejes con las dos manos —le dije, interrumpiendo su masturbación al agarrarle firmemente la muñeca.

Me obedeció, retomando el volante y concentrándose para manejar, con la mirada hacia adelante, pero con los labios entreabiertos, sacudidos por su profunda respiración. Tomé su verga dura e hinchada en mi mano y empecé a masturbarlo muy ligeramente, para frustrarlo, con gestos que fingían timidez como si no me atreviera a tomarla a mano llena. Él hubiera vendido a su madre para que mis movimientos fueran hondos y rápidos, para que le agarrara la pinga con fuerza y que por fin se viniera. Para vengarme de la frustración del día anterior, me dedicaba a regalarle una paja insoportablemente blanda y floja, manteniéndolo entre dos aguas: demasiado para poder calmarse y no lo suficiente para venirse. En la penumbra del carro podía ver como la punta de su verga brillaba de excitación.

—Te tengo unas ganas… me quiero venir ya, por favor.

—No creo que todavía sea el momento apropiado —le contesté, aumentando apenas un poco más la presión de mi mano.

Se mordía el labio, sus ojos brillaban y veía que hacía todos los esfuerzos del mundo para no soltar el volante y satisfacerse de una vez.

Un 130 iluminaba el contador del carro.

—¿Qué quieres que haga?

Sonreí, por fin era toditito mío.

—Quiero que estés tan desesperado como yo lo estuve ayer, cuando te divertías mirándome buscar mi talón para sobarme en él como si fuera un animal.

No veía mi cara, pero lucía mi sonrisa asesina.

—Es insoportable que me toques así, ¡quiero que me la aprietes de una vez y que me hagas venir!

Mi mano apretó su verga, apenas un poquito más. Suspiró, aliviado:

—Así, así. Sigue, por favor…

Con mi otra mano había vuelto a masturbarme lentamente. Me excitaba sentir su verga a punto de explotar.

—Mira, si me haces venir ahora, a cambio te prometo que llegando a casa te voy a lamer todita. Voy a recorrerte con mi lengua de la concha al culo hasta que te vengas y te tocarás todo lo que quieras.

Yo había ganado, para la más grande de mis satisfacciones.

—Dale, me parece un buen trato —le contesté, apretando su verga con fuerza.

Nunca la había sentido tan dura, me hubiera gustado que me la metiera así y tenía muchas ganas de chuparla. Gemimos los dos cuando empecé a masturbarlo como lo anhelaba, mientras me metía dos dedos e imaginaba esta hermosa verga dentro de mi concha. Aceleraba el movimiento de mi mano. Él disfrutaba de un placer contenido por la concentración que ponía en manejar, con su mirada clavada en la pista. Me liberé de la parte alta de mi cinturón de seguridad y me agaché hacia su bragueta. Le lamí la punta de la verga, degustando su excitación líquida sin dejar de masturbarlo. Respiraba más hondo.

—Uy, si sigues así, te voy a llenar la boca de leche...

Y seguí, con una felación profunda, hundiendo su sexo hasta mi garganta y presionándola con mi lengua. Le amasaba las bolas y mi otra mano se agitaba en mi clítoris. Cuánto me gusta venirme con una verga en la boca… Y era exactamente lo que quería.

Con un vistazo, se dio cuenta de que me estaba masturbando y bastó una presión más fuerte de mi lengua para sentirlo brotar en mi boca. Sus olas se derramaron en mi lengua y gemía, conteniendo sus espasmos para mantener su atención en la conducción.

Era tan rico sentir su goce así, mi mano estaba frotando frenéticamente mi clítoris y sentí mi propia ola invadirme de nuevo.

Me vine tragando su semen, morbosa y sin vergüenza, con mi mano apretando mi concha chorreante.

Me levanté para mirarle. Sonreía como yo, los dos aliviados y felices.

El contador del carro seguía marcando 130 y nos estábamos enamorando.


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