Círculos viciosos.

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Círculos viciosos.

Uno.

 

 

Cuando nuestro amigo llegó a la quintaesencia de las cosas no pudo menos que asombrarse, pero de sí mismo.

 Resulta que todo derivaba de aquel título: endogamia y parasitismo social. Y le pareció tan redondo que consideraba no necesitar desarrollo. Estaba claro: todos los problemas derivaban de aquello. Pero no contento con esto, lo buscó en Google, a ver si algún tratadista había reparado también. Sería la prueba del nueve de la veracidad de sus teorías. Y efectivamente se daba en el mundo animal- concretamente entre las hormigas. Y qué no es el mundo sino un gran hormiguero- se dijo a sí mismo por enésima vez.

 De tal forma que se reconchan los individuos y acaban creando ineficientes. Era lógico. Había que acabar con las subvenciones- se dijo, también, a sí mismo. Y con el socialismo clientelar. Bien pensado, con la sociedad entera. Partir de cero. De tal espíritu insuflado salió a la calle y la emprendió a hostias con el primero que vio.

Cuando le pusieron una denuncia, lo primero que le dijo el juez es que había que ser sociable, que en la sociedad todo el mundo tenía su lugar, que era como un gran hormiguero.

 

Dos.

 

Aquel estrés había que combatirlo de la manera que fuera, pero lo de ir al médico era para enfermos. Se metió en internet y se las arregló para agenciarse unas pastillitas milagrosas, hasta tal punto. Y lo eran: un relajante muscular instantáneo. Algo parecido al whisky pero de menos contraindicaciones. Lo malo es que eran un pelín adictivas. Y ha cambiado un estrés por otro: el que le impedía conciliar el sueño, por el de buscarse camellos.

 

Tres.

 

Necesitaba con  tanto ahínco que alguien lo escuchara que acabó rompiéndose el tímpano.  (Este, incluso, agradecería que me lo explicaran a mí. Lo tenía así escrito y no he querido cambiarlo).

 

Cuatro.

Lo amaba tanto que acabó odiándolo (más frecuente de lo que parece).

Cinco.

 

Tenía tan presente la posibilidad de pasar necesidad que acabó viviendo solamente para evitarlo.

Seis.

Cuando la construyó a su imagen y semejanza, la aborreció por parecerse a él tanto.

Siete.

Estaba tan acostumbrado a las monsergas de los vecinos que cuando cesaron las empezó a echar en falta.

Ocho.

La gente de aquel país era tan sincera y se manifestaba de forma tan bizarra,  que cuando se acostumbraron a él  algún tiempo después,  y suavizaron  el tono, empezó a sospechar que lo engañaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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