Ella

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Era casi media tarde cuando por sorpresa se encontró con ella, llegaba caminando, llevando su vieja bicicleta, viendo que tenía las manos ocupadas, se ofreció caballerosamente a abrir, ella entre la desconfianza y la vergüenza rehusaba la ayuda, pero ante tal caballerosidad de las que ya quedan pocas y que el sonrojo ante tal situación era evidente, finalmente accedió. Él sujetó la puerta mientras ella entraba con su bicicleta, rozando su cuerpo con el de él.

Al llegar a la puerta, se le cayeron las llaves e intentó cogerlas a pesar y al hacerlo no pudo evitar fijarse en las curvas que daban forma a la falda y como se le marcaban sus diminutas bragas, por lo que no pudo evitar cierto calor que intentó disimular desviando la mirada. Abrió la puerta y entró detrás de ella si poder evitar mirar nuevamente a aquellas curvas, ni cierto nerviosismo al hacerlo. Ya dentro, ella le agradeció la ayuda y le dio conversación, lo que por un instante hizo que se relajase.

Relajados los dos, ella preguntándole si él era casado, le sorprendió y él sin pensarlo le respondió que no, y en ese instante, para más sorpresa aún, ella preguntó si le gustaría que hicieran el amor, respondiendo él que si casi de inmediato. Ella le ofreció sentarse mientras iba a por un par de copas de vino con las que entrar en calor, al volver, le dio la suya dejando ver su escote, provocando en él nervios otra vez, acompañados de calor y excitación que se hacía notar en su pantalón.

Ella se sentó subiéndose sutilmente la falda y tomó su mano para que le acompañara en aquel mullido sofá que bien parecía un gigantesco gato lanudo. Sentados, ella colocó la mano de él sobre sus piernas descubiertas por la falda, haciendo que su excitación no pudiera pasar inadvertida bajo el pantalón, a la vez que, a ella, mordiéndose suavemente el labio, le entraba un suave y ardiente calor.

Se besaron, cada vez con más intensidad hasta convertirlo en un beso apasionado, tomando cada uno el sexo del otro sin prisa, pero con pasión, excitándose cada vez más y más. Ella sin contener su ardiente deseo, gimió y desabrochó su pantalón dejando salir su pene cada vez más caliente y erecto, lo acariciaba arriba y abajo calentándolo más y más hasta atraparlo entre sus labios sin que él apenas pudiera pensar y lo pudiera creer.

Se levantaron y desnudaron casi arrancándose la ropa, se besaron en desenfrenada pasión recorriéndose el cuerpo el uno del otro.

Ella se abrió de piernas para que él saboreara el néctar de su dulce y jugosa flor, la que lamió quemándola y excitándola hasta gemir, al tiempo que tomaba sus abundantes pechos entre sus manos, notando la dureza de sus pezones erectos y el latido de su corazón desbocado al tiempo que se corría de placer en su boca dejándole el calor y el sabor de su miel. En aquel instante el cerró su boca sobre su flor, apretando sus labios llenándola de placer y ardiente excitación, para luego ella ponerse sobre él y dejar que la penetrase intensamente en suave vaivén sobre él, bailando sus calientes pechos sobre sus labios al tiempo que los besaba y lamía, al tiempo que ella cerraba su vagina sobre su pene gordo y duro para no dejarlo salir.

Gemidos y jadeos precedieron a clímax de una sublime excitación en la que al tiempo se corrieron los dos, para quedarse el uno sobre el otro en agitada respiración e intenso calor.


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