Bárbara, el gurú y su hermano (Continuación de Bárbara y el gurú)

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Su marido la esperaba en casa, sentado en el sofá, leyendo un grueso libro. Le comentó que había tardado más de costumbre. 

- Había mucha gente en el Centro y después de la meditación hablamos un poco -se excusó Bárbara.

Su marido la encontró distinta, las mejillas encendidas y una expresión alegre.

- ¿Qué tal la meditación? -le preguntó.

- Muy bien, hoy se ha conseguido un ambiente especial, parece que la gente estaba más concentrada.

Se duchó e hizo la cena.  Se acostó más tarde que su marido porque se sentía excitada, imposible de dormir.

La experiencia con el gurú en el Centro le había conmocionado. Se acostó tarde, cuando notó que los párpados se le cerraban. Soñó que el gurú le ataba de manos a una cadena que descendía del techo y le vendaba los ojos antes de que llegasen al Centro algunos miembros de la secta. De esa manera escuchó a la gente entrar en la sala y los susurros que provocaban su presencia atada y con los ojos vendados.

El gurú ordenó silencio y, al poco, Bárbara notó que le desabrochaba la blusa, la desprendía del sostén, le bajaba el pantalón y las bragas. 

Al poco tiempo, manos de hombres y de mujeres le sobaban los pechos y las nalgas y los dedos los introducían en su ano y en su vagina, excitándola al límite. Algunos le metían un dedo, dos, tres, cuatro o los cinco. Después de sacarlos de su vagina y de su ano los metían en su boca para que probase su propia intimidad. Se despertó masturbándose, su marido a su lado durmiendo plácidamente. 

Pensó que el gurú la había trastornado y que en ese momento hubiera aceptado la cita con él y con su hermano.

Por la mañana, a la luz del día, decidió que no habría cita con ambos ni con el gurú por el peligro que corría de desear esos encuentros íntimos.

Una semana después acudió inquieta al Centro. Había seis personas cuando llegó, cuatro hombres y dos mujeres.

El gurú y su hermano se acercaron a ella.

- Mañana, a mediodía, no habrá nadie aquí. Sólo estaremos mi hermano yo, esperándote - le dijo el joven gurú. 

- No me esperéis, porque no vendré -dijo ella.

Aquella noche no pudo dormir pensando en la cita con los dos hermanos. Por un lado lo deseaba, por otro lado rechazaba la idea porque la temía.

Diez minutos después de mediodía pulsó el botón del Centro y la puerta se abrió con un zumbido. Antes de atravesar la puerta cerrada pensó si daba el paso de entrar. Por fin se decidió.

En la sala en semi penumbra había unas velas encendidas, incienso, flores, música relajante y la fotografía a gran tamaño de Madre. El gurú y su hermano le sonrieron.

- Soy una señora, pero me habéis convertido en una puta, en vuestra puta -les dijo.

E gurú salió de la sala para cerrar la puerta del centro con llave. El hermano se desnudó de cintura para abajo y mostró su pene semi erecto de enorme tamaño.

- Ponte a cuatro patas, me gusta esa posición -le dijo a Bárbara.

La mujer se acercó al altar, juntó las manos sobre su pecho e hizo una reverencia a la foto de Madre. Luego se bajó los pantalones y la braga y se colocó a cuatro patas sobre cuatro cojines. El hermano del gurú la penetró sin preámbulo y le hizo daño, pero la sujetó fuerte del cabello para que no se retirara. Gritó de dolor y de placer. Cada minuto que transcurría le producía menos dolor y más placer. Después de eyacular dentro de ella con un grito salvaje, el joven se retiró y se sentó sobre un cojín. 

- Me gustas una barbaridad -comentó él.

Bárbara, acostada boca abajo sobre la alfombra, también habló:

- Eres un cabrón, pero follas muy bien.

El gurú apareció desnudo, se sentó al lado de Bárbara y le arañó las nalgas. 

- Quiero follarte cara a cara -le dijo.

Bárbara giró el cuerpo, se colocó un cojín bajo las caderas y separó las piernas. El joven entró en ella con suavidad y a continuación arremetió con progresiva fuerza. Los dos se miraron fijamente mientras duró la posesión de sus cuerpos. El hermano del gurú aprovechó su ensimismamiento para estrujarle mientras tanto los pechos a ella. 

Cuando Bárbara regresó a su casa, su marido ya había comido.

- Lo siento, era una ceremonia especial -se excusó.

- ¿Has disfrutado? -se interesó el marido.

- Sí, mucho.

- últimamente te noto distinta.

- Distinta en qué.

- Más animada. Es como si follaras todos los días. 

- ¡Qué cosas dices!

- Hazme un favor. Desnúdate delante de mí.  Me gusta ver tu cuerpo.

Bárbara se lo pensó unos momentos. Luego, lentamente, se fue quitando todas las prendas, una a una. Los pechos aún estaban enrojecidos por las manos del hermano del gurú. 

- Date la vuelta -le pidió su marido.

Bárbara giró su cuerpo. Sus nalgas conservaban las marcas de las uñas del gurú.

- Gracias -le dijo él.

Bárbara recogió la ropa y se fue al dormitorio para vestirse con ropa cómoda de casa. Consideró que las cosas habían quedado claras sin necesidad de contar nada y su marido las aceptaba.


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