MI PARAFILIA MÁS AMADA

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A ver, permítanme pensar cómo voy a describirles todo esto, para presentarlo de modo ordenado. Antes que nada, debo decirles que al día de hoy tengo 35 años, y soy madre desde mis 26. Lo que voy a relatarles se remonta a mis 20 años, es decir que sucedió en 2.007.

El hecho es que en aquél entonces debieron hacerme un estudio urológico consistente en llenarme la vejiga urinaria con líquido y realizarme radiografías; para lo cual tuvieron que ponerme una sonda urinaria en la uretra y, por ella, deslizar un volumen de casi un litro de sustancia. Luego me hicieron orinar el total, siempre con la sonda, pero no me retiraron esta, sino que me la dejaron colocada durante todo el día, para repetir el ensayo varias veces en períodos de algunas horas; finalmente, me fue quitada a última hora de la tarde, casi al atardecer.

En aquel momento no me di cuenta cabalmente, pero al paso de los días caí en la cuenta de la significativa comodidad que implica usar sonda permanente y poder orinar de ese modo, sin tener la tediosa sensación de molestia en los esfínteres uretrales cuando debemos aguantar la orina por bastante rato. Incluso la sensación de vejiga llena es diferente de lo usual, haciéndose mucho más llevadero; y aliviar el contenido produce una experiencia particular, en la que casi no se siente el salir de la orina. Sin saberlo, se había instalado en mí una de las parafilias más potentes y que más placentera y satisfactoria diversión iba a brindarme de allí en más: el uso de sonda urinaria permanente.

Cuando finalmente se concretó en mi mente y me hice consciente del hecho, cobré ánimo suficiente como para hablar con una enfermera de mi confianza y dialogar con ella acerca del caso, a lo cual me dijo que no había nada de malo ni de raro en todo ello, me explicó que es una fuente de placer asociado a la práctica del sexo, me informó que es más común de lo que yo jamás hubiera podido siquiera imaginar, y finalmente me enseñó la manera correcta de ponerme sonda yo misma sin lesionarme la uretra ni la vejiga, fijarla correctamente en su lugar, y posteriormente quitarla de modo también seguro, diciéndome por último que era seguro renovarla al menos una vez por semana o, como máximo, cada diez días, para evitar el riesgo de infecciones; que me convenía tener una higiene muy pulcra y meticulosa de mis genitales, y que por precaución era recomendable pasar tres o cuatro días sin sonda cada sesenta días, más o menos. Así que me fijé la rutina de usar sonda por nueve semanas (63 días) y luego pasar siete días orinando de modo normal, con lo que completaría períodos de 70 días (diez semanas). Finalmente, otro aspecto relevante que la enfermera me indicó, es que procurase adquirir sondas con válvula, esto es, un pequeño dispositivo adjunto y que permite abrir el paso u obstruirlo con el objetivo de dejar salir la orina o impedir su descarga; esto es importante principalmente para no derramar el contenido vesical mientras realizo mis actividades diarias, sin tener que agregar una bolsita de nailon u otro envase contenedor.

Así pues, esta enfermera, devenida mi confidente e instructora del caso, procedió a traer de una farmacia una sonda adecuadamente envasada en su bolsita cerrada al vacío; la retiró del paquetito y me la mostró, para indicarme que esa, igual que todas en general, se hallan ligeramente untadas exteriormente con un lubricante con base de agua para facilitar el deslizamiento contra la mucosa de la uretra y, de este modo, evitar irritaciones, principalmente cuando se trata de sondeo frecuente como iba a ser mi caso. La lubricación con vaselina se desestima dado que esta sustancia sí puede causar efectivamente algunas molestias un tanto desagradables, sobre todo tratándose de una zona tan sensible y con tantas terminaciones nerviosas.

Otra indicación relevante que me dio, es que debo tener la vejiga completamente vacía, totalmente desocupada de orina, porque de otro modo los esfínteres uretrales (son dos: uno más externo y el otro más cercano a la vejiga) inmediatamente se tensan con el objetivo de ir reteniendo el contenido y así el sondeo es mucho más engorroso, volviéndose incluso difícil y hasta peligroso de causar lesiones.

Entonces, me quité del todo la bombacha, me levanté la falda (en esa ocasión, una pollera que me llegaba hasta las rodillas), y me acosté en la cama; mejor dicho, me recliné semi sentada, con el propósito de poder ver mis genitales y apreciar adecuadamente toda la serie de indicaciones y movimientos de sus manos al tiempo que la escuchaba explicarme en detalle acerca del sondaje uretral. Para los que se preguntan si el proceso causa dolores, ardor u otra clase de molestias, puedo decirles que no se siente absolutamente nada. En estos casos, y de acuerdo a lo especificado por la enfermera, un aspecto fundamental es estar en estado de relajación lo más completo posible, a fin de que los esfínteres puedan distenderse adecuadamente para permitir el paso de cualquier objeto, principalmente si se trata de elementos sólidos, por muy blandos o flexibles que sean, como es el caso de una sonda vesical, incluso de las más finas, como es en esta oportunidad, que hubimos de emplear las de poliéster de dos milímetros y medio.

Terminada la labor, me enseñó a utiliza la válvula, y me dijo que me podía parar cuando quisiera; de inmediato si era mi gusto. Finalmente le pagué, y ella se fue. Luego me desnudé completamente y me dediqué a mirarme por largo tiempo ante el gran espejo que tengo en mi alcoba. La imagen que me devolvía era maravillosa, con mis genitales hermosamente recubiertos de vellosidad rubia, mi gran clítoris aumentado notoriamente por la excitación sexual y del que ya he escrito profusamente en otro texto, y finalmente la sonda colocada y asomando triunfante por debajo de ese primoroso pequeño pene con que la Naturaleza me dotó. Honestamente, no podía creer que, por fin, ¡por fin! mi tan anhelada fantasía sexual se había concretado, y que luego de tanto tiempo se daba inicio a una parafilia como juego erótico que, pasados tantos años, no ha declinado en lo más mínimo. Así que esta práctica será de mención habitual en los demás relatos que escriba.

A esta práctica, que ese día daba comienzo, fui añadiendo otras varias, que he asociado y combinado con el objetivo de experimentar y buscar tener mayor y más duradero placer sexual. Entre esos añadidos está el de masturbarme estando sondeada, mantener relaciones sexuales con penetración genital con mi pareja varón mientras tengo sonda colocada, masturbarme o ser penetrada con la vejiga llena de orina, masturbarme al tiempo que me penetro hasta el fondo de la vagina con un dildo, o salgo a caminar sondeada y vistiendo minifalda sin bombacha, al tiempo que tengo insertado en la vagina un dildo de silicona con correas sujetas a la cintura para que no se salga. En unas pocas ocasiones he experimentado la doble penetración, genital y anal, para ello citando a mi pareja varón (Julio) simultáneamente con Erika, el travesti de mi confianza y de quien ya les comentaré próximamente; y todo esto, siempre teniendo colocada mi consabida, infaltable y bienamada sonda vesical.

Cuando estoy muy excitada sexualmente y no tengo posibilidad de llegar a la relación sexual, entonces lo que hago es sacarme la bombacha, levantarme la falda, sentarme en el bidet y orinar regulando la válvula de la sonda. A continuación, voy a mi alcoba, me saco la ropa conservando únicamente la pollera, me reclino en la cama y me quito la sonda que estaba usando para, acto seguido, introducirme otra. Solamente entonces empiezo a masturbarme verdaderamente, dado que en los momentos previos tan solo me acariciaba un tanto y ligeramente los genitales a fin de ir incrementando el nivel de mi excitación.

Lo que me gusta hacer con cierta frecuencia es beber abundante agua desde dos horas antes de masturbarme, con el plan de que mi vejiga se encuentre muy llena de orina al llegar al orgasmo, dado que eso me brinda un placer particularmente intenso al momento del clímax. Seguidamente, y para completar mi coreografía, vuelvo al baño, me retiro la sonda y entonces, sólo entonces, procedo a orinar. Quiero decir específicamente que, en esos momentos, orino sin sonda; y nadie imagina el inmenso placer que eso conlleva, dado que no solamente es placer por descargar la orina y con ello dar alivio a la vejiga, sino que es un placer en el sentido masoquista del caso, porque el paso de tan grande volumen de orina me provoca un fuerte ardor en toda la uretra, del principio al final de la misma, y desde la primera gota hasta el último chorrito de líquido. A veces es tan malditamente intenso y a la vez hermoso, que debo interrumpir el chorro en tres o cuatro oportunidades, dado que no logro resistir el fortísimo ardor, casi dolor, que me provoca, y que me hace gritar, tanto de sufrimiento como de redoblado placer. Esto último suele suceder sobre todo cuando me saco la sonda luego de haberla tenido por nueve semanas y doy comienzo a la décima semana, única sin sonda cada setenta días. Y es lógico, si pensamos que la uretra se acostumbra a estar ligeramente dilatada por la presencia constante de la sonda, y al quitar esta los tejidos musculares vuelven a su posición natural, y la orina de desliza directamente sobre las mucosas que han perdido el hábito del pasaje de la orina. Ese ardor y dolor entonces se hacen constantes a lo largo de todo un día o dos, si bien paulatinamente disminuyen hasta desaparecer siempre antes del tercer día sin sonda.

Por fin, cuando vuelvo a ponerme sonda tras esa semana de descanso, una nueva serie de sensaciones me complace la zona genital, provocándome una ligera sensación de tumefacción que, lógicamente, comienza en la propia uretra, donde es notoriamente más intensa, pero que se extiende a la parte baja de la vejiga e incluso muchas veces a la vagina y el clítoris, de manera que puedo estar excitada sexualmente pero no logro alcanzar el orgasmo, ya que la sensación al tacto y al placer se encuentran disminuidas durante algunas horas. Cuando remite esa falta de sensibilidad, entonces regresa mi estado de normalidad y puedo complacerme.

Solamente me quedan por decir unas últimas palabras: por nada del mundo dejen de experimentar distintas opciones, de probar sensaciones nuevas; nada se pierde con intentarlo, y pueden ganar mucho si lo ponen en práctica. A las mujeres que me leen, puedo proponerles que hagan al menos un intento acerca de lo que he descrito en estos párrafos anteriores; creo que no se arrepentirán jamás. Y a los hombres que me han leído, les diría que procuren proponerle esto mismo a las mujeres sus compañeras; pueden llegar a experimentar una vivencia inolvidable viendo a sus parejas respectivas en esta condición y apreciándolas disfrutar como yo lo hago.

Sin otro particular, y dado que creo haber desarrollado de modo bastante extenso este tema, doy por terminado este escrito, dejándoles a continuación mi correo electrónico, por si alguien estuviese interesado en comunicarse conmigo, o hacerme alguna pregunta de carácter más íntimo, o darme ideas para nuevas narraciones. Mi nombre completo es Carelia Arcadievna von Sebottendorff Ivanovna, y mi mail es careliaarcadievna@hotmail.com


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