La Morada de los Dioses

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- Aquí estamos más cerca de los dioses - dice el niño lama levantando ambos brazos y señalando hacia el cielo.

Y yo miro aquel azul intenso de preciosa monotonía, solo rota por el incesante movimiento de las nubes, creando formas que bien podrían ser de algún dios camuflado. Desde luego aquí hay un dios, quizás el más bello de todos, el que podemos sentir, el que incluso podemos ver, el que provee de momentos de inspiración y contemplación, quién probablemente fue el primer dios en ser adorado: El Dios de la Naturaleza.

Pero no basta con estar aquí, a más de tres mil metros de altitud para tocar el cielo. Muchos lamas solitarios suben más arriba y se instalan en cuevas prácticamente inaccesibles, colgadas de riscos pétreos que parecen catedrales. Monumentos de la erosión tallados por el Dios del Viento, ese maestro artesano que crea y destruye en continuos movimientos.

Allí vive el lama buscando su razón de ser. Parece que está encerrado, pero es más libre que los de más abajo, parece que está en la soledad más abrumadora, pero está en compañía de su conciencia, que le permite ver y sentir como si estuviera viajando hacia otras conciencias.

¿Llegará algún día a esa unión que tanto busca?

Mientras tanto, abajo continúa otro tipo de vida más apegada al que hacer diario, como rindiendo culto a lo cotidiano, con una tranquilidad propia de la contemplación.

¡Que belleza el Himalaya! 

¡Que formas, qué colores, que quietud!
Los dioses están aquí, huyendo del calor infernal del sur y de los desiertos del norte. Se han instalado en este lugar, entre nieves eternas y dejan sentir su presencia a todo aquél que se acerque con ánimo integración.

El camino está tan lejos como tan cerca, pequeños guijarros que brillan por el sendero que conducen al norte, nos atrapan con su parpadeo de luz y nos indican que estamos en la buena ruta. Ya falta poco, bordeamos el lago que surge ante nosotros, como si fuera un zafiro sacado de las entrañas de la montaña y ya estamos en el corazón del Himalaya, donde confluyen tantas cosas y tanta historia, donde se unen las líneas de tiempo pasado, pero no perdido, donde en definitiva se haya la puerta hacia el futuro. No en vano se oye un susurro atemporal que dice: 

"En estas montañas el tiempo no existe".

 

 


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