EL NIÑO GRANDE

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Cuando yo era apenas un niño solía ir con mi familia los domingos por la tarde a un teatro del barrio en el que vivía de mi ciudad a ver zarzuela (una función de música lírica) o bien comedia, y cuando terminaba la obra el telón subía y bajaba varias veces creando un efecto psicológico en el público para provocar los calurosos aplausos del mismo destinados a los intérpretes y que a mi se me antojaba que era un momento tan mágico como especial.

Sin embargo por un azar del destino al cabo de muchos años conocí a José Santamaría que había sido precisamente el hijo del encargado de manipular el telón de aquel teatro. Se trataba de un sujeto de mediana edad de cabello liso de color castaño y con una melíflua sonrisa en los labios, el cual era representante de pañería y objetos de regalo.

- A toda la familia nos encanta la música- me dijo él una tarde mientras estábamos sentados en la terraza de un bar de Barcelona tomando un refresco. 

- Sí, a mi también me gusta. Como también me fascinan muchas de las bandas sonoras de las películas - le respondí yo.

-¡ Huy... Hace años que no voy al cine! No me gustan las tonterías que hacen ahora.

-¡¿Pero qué dices hombre?! ¡Hay que ponerse al día! - exclamé yo asombrado- También ahora hay buenas películas.

-¡Que no, que no! - repitió él obstinado.

Por lo visto mi interlocutor tenía una mentalidad tan rígida; se había estancado en los diez años de su infancia que era incapaz de entender la evolución del Séptimo Arte y mucho menos los temas actuales que trataba.

Esta ceguera para saber interesarse por los problemas sociales se había reflejado en su vida de pareja. Por mediación de un íntimo amigo suyo y que yo también conocía, supe que José se había casado con una mujer que era una enfermera de un importante hospital de Barcelona con la que tuvo una hija, pero que posteriormente se había divorciado de ella. Según tengo entendido un día Rebeca, que así se llamaba su cónyuge, le reveló la frustación que había sufrido a lo largo de los años con su madre.

- Mi madre nunca me ha querido. Sólo ha tenido predilección por mi hermano que era un gamberro, y siempre lo sobreprotegía. En cambio a mí, no cesaba de hacerme reproches y de tratarme ante los demás con desdén - le contó ella dolida a su marido-. Y mi padre, que era un calzonazos nunca se atrevió a llamarle la atención por lo que respectaba su mal comportamiento hacia mi. 

José en lugar de sentir conmiseración de su mujer, de ponerse de su parte se encogió de hombros con una sonrisa burlona y le contestó con una horrenda frivolidad:

- ¡Bah, bah...! No será para tanto. Creo que exageras. A lo mejor tú es que hacías enfadar a tu madre.

Aquel estúpido comentario indignó a Rebeca, por lo que dejó de tenerle confianza; pues a nivel anímico, personal se percató de que no podía contar con él, y temía que si le volvía con algúna cuestión algo compleja su cónyuge que no sabía analizar nada; que le molestaba tener que profundizar en la materia le saliera con una simpleza, o lo que era peor con una insolencia. No obstante José le exigía a su cónyuge que le prestara la máxima atención de lo que él le pudiera explicar sobre todo acerca de su familia y de su trabajo. Pues el hombre se consideraba que era el centro del mundo al igual que el rey Sol.

José a menudo instaba a su mujer a que saliera con él a cualquier espectáculo musical, mas Rebeca como a tenor de aquellos desaires se sentía incómoda con su marido siempre le ponía una excusa y rechazaba la propuesta. Prefería quedarse en casa viendo la televisión. Al fin, como el hombre no soportaba la soledad; necesitaba depender de alguien en todo momento, conoció a una secretaria de su empresa con la que salía a menudo y asimismo se acostaba con ella. Como es de imaginar Rebeca no tardó de enterarse del adulterio de su marido.

- Mi amiga Gertrudis te ha visto por la calle con otra mujer. Dice que íbais los dos muy acaramelados - le espetó Rebeca muy seria.

- Sí, sí. Ella me acompaña a todas partes - repuso José sin alterarse

- Pues como comprenderás, yo no estoy dispuesta a que me compartas con otra mujer. Así que lo mejor es que nos divorciemos.

- Claro - expresó el representante sin inmutarse.

- Pero sepas que tal cómo eres tú, que vives encerrado en tu mundo; y eres un niño grande, esta nueva pareja no te durará ni medio año. ¡Acuérdate de lo que te digo cuando la otra te deje! - le sentenció Rebeca-. Ahora las mujeres no son tan bobas como las de antes- Y tras una pausa Rebeca le preguntó-: ¿Por qué te quisiste casar conmigo José?

José se encogió de hombros  con su habitual indiferencia.

- Ah. No sé. Yo también te podría hacer la misma pregunta. Era lo que nuestras familias esperaban de nosotros. Yo creo que un hombre si no se casa es un don nadie - respondió él con nerviosismo dado que le molestaba tener que pensar, que ahondar en su vacío fuero interno. El representante siempre había creído que si se amoldaba a las conveniencias sociales sería aceptado por los demás y esto le hacía sentirse seguro. Pues para él las apariencias tenían gran importancia.

Tal como le había vaticinado Rebeca, su ex mujer, cuando a la amante del representante se le disipó la ilusión de la novedad de aquel nuevo idilio y pudo apercibirse que él era como el rey Sol; es decir era un tipo egocéntrico que sólo pensaba en sí mismo, y que además era un tacaño puesto que sólo la llevaba a restaurantes de tres al cuarto dado que  él se consideraba un hombre muy práctico, razón por la cual para éste sólo contaban las posesiones y el dinero y los sentimientos, las ideas ajenas le importaban un comino. la secretaria  también lo despidió de su vida.

José Santamaría no evolucionó nunca. Amparándose en el concepto de "libertad" en el que se da legitimidad a cualquier mezquindad, incluso al lado más oscuro del ser humano que provoca tanto malestar a los demás, él a pesar de tener cuarenta y tantos años, defendía con capa y espada su maldito derecho a su inmadurez mental; a aferrarse de una manera enfermiza a sus primeros diez años de la infancia.

Y  al igual que este personaje hay otras tantas personas así.

Ahora José Santamaría vive solo en un piso donde lo viene a visitar su hija; así como también se acuesta de vez en cuando con una mujer china que conoció en un Supermercado pero sin comprometerse a nada. Pues él no podría.

 

 

 

 

 

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