Corona de Espinas

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Recuerdo, vagamente, la piel negruzca de su cuerpo, sus ataduras brillantes que flameaban indemnes sobre las calles de mi conciencia. Aquellos de sombrero alto con recortes interesantes. El rojo se volvía apetitoso. Lo blanco, moría sin descanso. Y en un lago rodeado de cisnes encontré su rostro mordisqueado por leones. Nada había en este mundo, que pudiera reconstruir la magnífica escena que allí se daba. Un escenario esplendido. Empero, sus dientes rezaban firmamentos enteros, a los cuales, no podía aspirar.

Oh Dios que aún vives en mi cabeza, ¿cómo hago para dedicarle un tema? Sí la mayoría aún reza, ¿sirve de apetito para mi lengua? Pero él no contestaba.

Ella está bonita, y así quedaba. Sus dientes volvían efímeros sobre el trémulo andar de su conciencia. Dispersas, las hojas de arce que brotaban en mi ausencia; sinónimo plural de tu alargada demencia. Sea por mí o por ti. Ahora estoy aquí. Y te besare y abrazare como pueda. Llegará el punto en que tocare tu lengua. Y ahí esbozare, emanando tristeza bajo tu belleza.

De hermosas piernas, sostendré tu cabeza. De tus hermosas caderas, blandiré espadas enteras. Oh Dios, si fueras piadoso, me dejarías acariciarle la frente, las mejillas y las orejas. Pero no me dejas. La hiciste dormir bajo una corona de espinas, en un territorio observable, enorme, triste de noche. Ella aguarda en mi ausencia, durmiendo alrededor de un cajón hecho de madera. Y al tocar el cascabel que ostentara, serena, mi vida completa, hablaras conmigo, aún estando muerta.


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