Anoche soñé contigo - Primera parte

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—¡Chabela! ¿Hoy sí? —preguntó Totó con ansiedad, deseando en su interior que la respuesta fuera afirmativa.

Sin embargo, Chabela volteó, y, sin dejar de mascar su chicle despreocupadamente, le hizo una seña de "espérate tantito" con sus dedos pulgar e índice. Esto bien podía significar uno, o varios días más, pero, de cualquier manera, se veía como una eternidad para un joven aún virgen que se moría de ganas por dejar de serlo.

Totó había cumplido la mayoría de edad hacía tan sólo dos meses y ya ansiaba iniciarse en el sexo, al igual que su amigo Quique.

Tanto Totó como su buen amigo habían cumplido los dieciocho ese mismo año y estimulaban sus, ya de por sí, alborotadas ansias de coger mirando historietas picantes a todo color. Desde el “¡Así soy...! ¿Y qué?”, hasta el “Sensacional de Universitarias”, pasaban por sus manos y los leían con gran avidez y morbo.

Pero tales historietas apenas eran la entrada.

—¡Miren nada más esos culazos de viejas...! ¿A poco no se les para de sólo pensar en metérsela a una de tan tremendo culote? —les dijo una voz aguardentosa, a la vez que se les ponía ante sus ojos una revista con fotografías de mujeres desnudas con tremendos volúmenes llenando sus páginas.

Así era acicateado el inquieto padecer que los jóvenes sufrían por Don Cuco; dueño del quiosco de periódicos y revistas en donde Totó y Quique se cultivaban.

Don Cuco les dejaba mirar historietas y revistas de índole sexual sin empacho alguno, por lo que estos chamacos diariamente lo visitaban.

—Miren, como esa es la que les digo —dijo Don Cuco, y señaló, sin ninguna vergüenza, a una mujer que iba pasando frente al puesto de periódicos—. Así es la que me estoy chingando, pinche señora de buenas carnes... así, así, igualita, culona y con unas tetas bien lecheras... no si les digo, las caderonas les hierve la sangre. Les urge que se las claven. Entre más anchas están, más hambreadas de macho son, me cae de madre que es ley de vida.

Totó rio del comentario, sin saber a ciencia cierta si el Don estaba chanceando, o si tales palabras serían verdad.

—Ay, ¿a poco Don Cuco? —comentó Quique.

—Claro... ¿no me crees? Si les digo que ella misma se me lanzó. ¡Pinche vieja! Es más, está más buena que esta ruca... ah, pues mira —les dijo.

Y el viejo les pasó otra revista donde una mujer de amplio trasero se separaba a sí misma las nalgas, para dejar al descubierto lo que tenía en medio de éstas.

Ambos chicos vieron la foto con ojos como platos.

—No pues usted sí que se las sabe Don Cuco —dijo Quique.

—Sí, es que las divorciadas así son. Como ya están acostumbradas al birote, aunque digan que no, les hace falta.

—¿Así que la que se está chingando es divorciada? —dijo Quique, a la vez que hojeaba más páginas de la revista en sus manos.

—Sí. Esa es otra que se deben aprender, chamacos: Con mujer viuda o divorciada, es segura la encamada.

Quique y el propio Don Cuco rieron de tal “aforismo”, pero Totó se quedó serio. Aquello fue como una bofetada para él, pues Irma, su mamá, justamente era divorciada y andaba saliendo con un tipo que; para él; se las daba de galán nomás porque andaba vestido de piloto... bueno, en realidad sí era piloto de aerolínea comercial. Pero, que esto le impresionara a su mamá, como que le avergonzaba. Si hasta así la visitaba el muy empollón, siempre vestido con su uniforme.

Así se lo topó Totó aquella noche, cuando regresó a casa. Madre y novio se besaban apasionadamente en el sofá.

La señora trató de aparentar recato nada más vio a su hijo.

Pese a lo tarde que era, ella no le regañó. Para Irma aquellas salidas de Totó le brindaban privacía para gozar de intimidad con Gerardo, el mencionado piloto.

La sola idea de ello le repateaba las pelotas al pobre chamaco, quien era hijo único y quien, tras el divorcio de sus padres, había sufrido mucho.

—Qué tal Totó, ¿cómo te va? —le preguntó Gerardo, dejando su faceta de amante, y tratando de aparentar compostura ante el hijo de su novia.

Totó no contestó, ni siquiera lo miró a la cara. Se pasó de largo en clara intención de hacerle la grosería al tipo.

—Oye, le estaba diciendo a tu mamá que...

Sin embargo, Totó se siguió como si nada, así que su madre intervino.

—Totó, te está hablando Gerardo —dijo Irma, con tono dominante.

Totó tuvo que detenerse y hacer caso.

—Te decía que le planteé a tu mamá que te diera permiso de acompañarme uno de estos días en uno de mis vuelos. ¿Qué te parece? ¿Eh? ¿Te gustaría? —insistió Gerardo, queriendo ganarse, evidentemente, al hijo de Irma.

—No —respondió sin interés Totó y se alejó.

Caminando a su cuarto, aún pudo escuchar las disculpas que daba su madre a Gerardo por su comportamiento. Aquello sólo avivó su coraje.

Asomándose por la ventana de su recámara, Totó pudo ver a su mamá despidiéndose de su novio con un apasionado beso a las puertas de su casa. Esto encendía los peores sentimientos en su interior.

Se echó sobre la cama y sus ojos se llenaron de lágrimas.

De pronto el walkietalkie que Totó tenía sobre su buró emitió un ruido de estática, y luego se escuchó la voz de Quique a través de él.

—Totó, ¿estás ahí...? Cambio.

Totó se enjugó los ojos con su camiseta y tomó el aparato.

—Sí Quique, ¿qué pasa? Cambio.

Minutos más tarde, ambos se encontraron en la entrada de la casa de Totó. Quique y él se sentaron en la banqueta.

—¿Qué hay? —comenzó Totó.

—A que no te imaginas —dijo el otro muy excitado, pero como Totó no contestó Quique continuó—. Mis papás contrataron a alguien para que haga la limpieza de la casa.

Totó no hallaba el menor interés en lo que le contaba su amigo, así que el otro continuó tratándole de contagiar su emoción.

—¡Es una chica bien sabrosa!

Poco después, cuando Quique se la describió, a Totó se le tonificó el cuerpo de inmediato, nomás de imaginársela. Aunque no tuvo que esperar demasiado para verla con sus propios ojos, pues:

—La instalaron en el cuarto de la azotea. ¡Va a vivir con nosotros desde esta noche! —le dijo Quique.

Según éste, como la chica venía de Coatzacoalcos, Veracruz; y no tenía ni familia ni conocidos en la Ciudad; los padres de Quique le darían alojamiento y comida, además de su sueldo.

Ni tardo ni perezoso, al ver dónde la instalarían, a Quique se le ocurrió una idea:

“Mira, le tomé estos binoculares a mi papá”, le dijo a Totó. “Si nos subimos a la azotea de tu casa, seguro que desde ahí la podemos ver. El cuarto de Chabela tiene una única ventana que justo da a este lado, ¡y aún no le han puesto cortinas!”, dijo Quique muy emocionado, exponiendo la gran idea que se le había ocurrido.

—Va, me late —dijo Totó, y ambos subieron a la azotea.

El panorama no podría ser más suculento para el par de jóvenes calenturientos: La chica de piel morena; bien ensanchada en sus femeninas partes, y notablemente joven; se preparaba para ir a la cama.

Quique tragó saliva evidenciando su sentir. Ahora, bien sabía, vendría el ritual del desvestimiento. Las manos de la joven desabotonaron su blusa floreada. Tras de esto Quique apreció el brasier que había debajo. Sus amplias copas eran notorias, dejando en evidencia que cada talega sostenía una pesada teta. Se moría de ansias por ver lo que seguiría, sin embargo, como buen amigo que era, le cedió los binoculares a Totó. Éste vio a la chamaca retirarse por completo la blusa.

Chabela, en seguida, se dispuso a deshacerse de su falda. Tras desabotonarla, bajó con cierto esfuerzo su ceñida prenda, pues su pelvis era evidentemente amplia. Ver esto le produjo inmediatamente una erección, cosa natural y sana en el joven chamaco.

—¡Presta! —dijo Quique, pidiéndole así de vuelta los prismáticos.

Totó tuvo que retornárselos.

Al ver así a aquella hembra, puramente en prendas menores, Quique sintió también una repentina erección. La chica no era mucho mayor que ellos, y aquello era mejor que mirar las revistas porno-eróticas del puesto de Don Cuco.

Lamentablemente no se quitó nada más. La joven se colocó una bata de dormir y apagó la luz de su cuarto.

Los chicos se miraron y se sonrieron, bien sabían que esa no sería la única vez que espiaran a esa chica.

Continuará...


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