Cuento de Nunca Acabar

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En una navidad, cuando yo tenía, creo 6 años, mis papás tuvieron la puntada de regalarnos a mi hermano 5 años mayor, y a mi, un par de guantes de box color rojo, todavía no estaba de moda lo de los regalos pacíficos, no violentos, el caso es que esos guantes cambiaron la manera de como las personas nos iban a ver, de ese momento en adelante. Fue un momento que nos marcó, todavía no sé si para bien o para mal.

Al hallarme usando aquellos impresionantes guantes de box, me di cuenta que tenía facultades para ese deporte, muchas de las recomendaciones que me hacia mi hermano las aprendía fácilmente, la postura me la recalcaba mucho, se me daba muy natural, ahora lo comparo, es como bailar cumbia, que nunca nadie me la enseño, solamente por imitación, con ver la televisión.

Cuando uno es niño, un año de diferencia en edades es un abismo, entonces imagínense hacerle al box con mi hermano que me llevaba cinco abismos, eso me hizo ser bueno y tener la cabeza fría para los momentos difíciles del juego de boxeo. Nunca comentaba con mis amigos que yo practicaba el deporte de las trompadas. En realidad mi físico en esos momentos era de medidas mucho más pequeñas que la del resto de los niños de mi edad, era chaparrito y muy delgado. Los nudillos se me empezaron a marcar un poco por el desgaste de los guantes, tenía mis orgullosos callitos.

La primera vez que puse en práctica lo aprendido en box, me sorprendí muchísimo. Yo nunca había sido peleonero con mis compañeros de escuela, y esa ocasión un compañero me estaba molestando mucho y no tuve otra opción que pelearme con Pedro, él era más grande y alto, pero en un instante casi sin darme cuenta, le pegué: su nariz empezó a sangrar de una manera tal, que me asusté, y mejor salí corriendo, por temor a las posibles represarías que podía recibir. Esa pelea me hizo dejar de ser la persona desapercibida que había sido siempre, ahora cuando la gente se refería a mi decían: Juan el que el gano a Pedro.

No sé qué pasaba en la escuela en esos momentos, estábamos en primaria inferior y éramos muchos alumnos por salón, la mitad niños y la mitad niñas, que el tema de conversación recurrente era quien era el mejor peleador del grupo, tema que a mí me perjudicaba porque algunos querían tener renombre o hacerse líderes y como sabían que yo peleaba, querían usarme como trampolín, era entendible porque yo daba la impresión de ser presa fácil, por mi tamaño y constitución. Entonces se dedicaban a buscarme hasta que me acorralaban, porque yo nunca quería pelear, pero al verme amenazado, pues venga de ai’ y usaba lo aprendido en casa. Muchas veces ganaba, considerando que ellos salían más mallugados que yo, pero en otras ocasiones los golpes que recibí en la cabeza me incomodaban mucho a la hora de ponerla en la almohada.

Los años pasaban y la maldita fama no me traía nada bueno, además se esparció por la colonia donde vivía yo, y no faltaban los batos que querían bronca conmigo, mis principales argumentos para no, eran oye yo ni te conozco ni te tengo nada de odio para que pelearme contigo. Eso no bastaba, ellos querían pelear, pues tenía que hacerlo y, estrategia de campeón, de la manera más rápida posible, porque decían el que pega primero pega dos veces.

Mi mamá, un día platicando con ella me confeso que se preocupaba mucho por mi porque en muchas ocasiones regresaba a la casa muy aporreado. Antes de salir de la casa para ir a las fiestas, al estar ya en la adolescencia, las recomendaciones de mis papas eran no te vayas a pelear con nadie, esa era su máxima preocupación. Eran otros tiempos también, en los que las peleas eran a mano limpia, sin usar navajas o manoplas (ustedes saben de qué hablo).

En una fiesta de bienvenida a mi mejor amigo Poncho, estaba platicando con otro cuate cuando se acerca un bato con sombrero vaquero, botas vaqueras y me dice tu eres el mentado Chivigón? Le contesté que sí, yo no lo conocía, jamás lo había visto. Pero el sombrerudo sin más, me recordó el 10 de mayo, yo me quedé parpadeando y seguí platicando como si nada, entonces mi amigo me dice en forma de advertencia, te la está cantando en serio, te quiere golpear, ten cuidado. Yo que traía una chamarra que me había prestado mi papa, me la quité para que no se maltratara y me fui para afuera a donde el sombrerudo quería retarme.

No sé qué pasó exactamente, que cuando acordé ya está en el piso él, con la boca llena de sangre. Lo dejé que se parara y entonces me tiró una patada con su bota y le sujete el pie, saliéndosele la bota. En un instante yo no sabía qué hacer con ella y la aventé al primer lugar que se me ocurrió, mala suerte del sombrerudo que cayó en una casa donde tenían un par de perros gran danés. La pelea continuó y le pegué otra vez, cayendo el tipo debajo de una camioneta alta y ya se me hizo mucho, y se acabó el pleito. Como siempre, se termina la pelea pero no sabes que consecuencias te traerá.

Había un salón de fiestas en donde fuimos a unos quince años, la fiesta estuvo muy padre. los quince años eran de una amiga de mi novia que había sido su mejor amiga en la primaria, bailamos mucho porque la música estaba muy bien seleccionada para la edad de nosotros y a la 1 am, que está llevando al carro a mi novia porque su papa había ido por ella, de repente una persona me pregunta tu eres el Chivigon? Y le digo si, ¿porque?, es que tu golpeaste a un primo y vengo a partirte la cara, y que empieza el pleito en plena fiesta;  le logre pegar una o dos veces, cuando los vigilantes ya me llevaban en el aire para la salida, al estar afuera se reanudó el pleito y esa vez si le pude pegar más al desconocido. Para entonces se había hecho la bola, y afortunadamente llegó mi amigote Poncho y que me salva porque me querían golpear entre varios. Muchas de las amigas de la mamá de mi novia le comentaron que yo era una persona muy pleitista que mejor no anduviera conmigo, eran sus consejos.

Fue en ese momento cuando descubrí que era el cuento de nunca acabar, siempre me venía peleando con desconocidos que yo ni coraje les tenia, que solamente buscaban su protagonismo, lo que a mí me incomodaba muchísimo.

Mi papá después de ese pleito me hizo jurar que nunca más me volvería a pelear, para evitar problemas cada vez mayores, o que me pudieran sacar un ojo, como en una ocasión ya me había pasado.

Fue una época de mi vida muy difícil para mi, para algunos quizás fui muy agresivo y no pocos se llevaron malos recuerdos de mis golpes, pero la verdad no lo soy!

 


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