¿No que no? (2/3)

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—Ahí va ese pinche barbero de Sánchez Medina —expuso Casimiro, expresando los sentimientos que el mentado le producía, justo el día que por fin ocurrió lo que tenía que pasar.

Alberto seguía los pasos del Patrón hacia su oficina.

Casimiro, por su parte, le estaba revisando la máquina de coser a su esposa, pues tal aparato se había estropeado.

—Hasta parece que le encanta olerle los pedos al viejo; pinche lambiscón, siempre detrás del patrón —siguió comentando el esposo de Trini mientras continuaba su trabajo.

Ella vio a Alberto sin compartir los sentimientos de su marido.

—Ay, tú ni te metas. No te vaya escuchar y te busques un problema —comentó Trinidad.

—¿Y qué...? ¡¿Crees que le tengo miedo?! —le respondió en tono brusco Casimiro.

Le pareció que su mujer defendía a aquél, y aquello le molestó. «¿Por qué defendía a ese tipo?», pensó.

Una vez estuvo reparada la máquina Casimiro se fue dejando a su esposa Trinidad cumpliendo con su jornada laboral. Como era habitual la mujer se enfocó en su labor sin percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Fue por ello que una presencia le sorprendió. 

—¿Qué tal Trinidad, cómo te va? —dijo la voz masculina sobre el hombro de la trabajadora.

Trini volteó y, mirándolo cual alto era, vio a Alberto Sánchez Medina, el Jefe de personal, justo detrás de ella.

El hombre estaba allí plantado y aquella temió que los viera su marido. Miró a su alrededor en su busca pero no lo halló.

Sánchez Medina continuó hablando. Su sola presencia producía reacciones químicas en el cuerpo de la mujer quien no lograba comprender aquello. Apenas si cayó en la cuenta de que su corazón palpitaba más rápido.

—Oye. Ya casi es hora de comer y me gustaría invitarte.

—Ah... disculpe... Don Alberto, pero mi esposo y yo comemos juntos y él no... —inmediatamente objetó Trinidad.

—Sé que es así pero hoy no estará para hacerlo. El patrón me dijo que lo necesitaban en Naucalpan y lo envié. Al parecer el técnico de allá se reportó enfermo y según sé tu marido estará muy atareado. No podrá comer contigo, así que, qué te parece si sólo por hoy nos acompañamos. Permíteme esta vez, sólo ésta.

Trinidad no podría ser tan ingenua como para no darse cuenta lo que aceptar tal invitación significaba, no obstante, aceptó.

Sánchez Medina la llevó a un restaurante bastante agradable. Trini, acostumbrada a comer en el humilde mercado al que iba con su marido, salió completamente de lo convencional. El lugar se veía de buen gusto; limpísimo y hasta tenía música en vivo. Los alimentos a la carta eran de considerable precio pero su acompañante le recalcó que él pagaría la cuenta.

Trinidad se sintió extraña allí. Tuvo la sensación de estar siendo cortejada por un pretendiente que se esforzaba por complacerla. Su propio marido nunca la había llevado a un sitio así. Claro que no contaba con los recursos como para hacerlo de manera frecuente, pero...

“...de vez en cuando... una vez al año ya de perdis”, pensó para sus adentros Trini.

La mujer degustó de pescado y mariscos, mientras que él comió un corte de carne tipo argentino.

Sánchez Medina tuvo el buen tino de no molestarla a la hora de degustar los alimentos, y la única conversación que hubo entre plato y plato sirvió para que el Jefe de personal conociera mejor a la Señora, pues discretamente le preguntó sobre su vida personal.

—Así que tienes dos hijas.

—Sí, una en la primaria y otra en el kínder.

—Ah, pues me gustaría un día conocerlas, deben ser tan bonitas como tú —le dijo él, halagándola notoriamente.

Sánchez Medina sonrió confiado mientras que a Trini se le vino la sangre a las mejillas. Se sintió incómoda al ser adulada por un hombre que no fuera su esposo, aunque a la vez, Alberto la hacía sentir especial con sus palabras. Realmente parecía interesado en ella. Después de toda una vida de casada, Trinidad volvía a sentirse una mujer atractiva, deseada, y en su interior eso le agradaba.

Mientras continuaron comiendo y charlando, Trinidad estaba bien consciente que estaba disfrutando de aquello mientras que su esposo estaba trabajando lejos de ahí.

Sánchez Medina, después de todo, no parecía tan desagradable como su marido creía, o tan aprovechado como su comadre opinaba. Es decir, más allá de su evidente atractivo de hombre, Alberto era alguien con quien le era grato estar.

Luego de la comida Trinidad salió del restaurante junto con Alberto. Ella se sentía tan bien, era como si su cuerpo se aligerara. Parecía que caminaba entre las nubes. Se sintió tan ligera, tan despreocupada como nunca antes. El hombre le brindó su brazo y ella se agarró sin disimulo. No vio malicia en ello, además creyó necesitar de tal sostén, pues se sentía tan liviana como una pluma. Temía que si no se sujetaba de él sus pies perderían el piso. Aquella se dejó llevar a la fábrica apoyada en ese hombre, quien no era su marido, a pesar de que sus compañeras la vieran así. De seguro la criticarían, o aún peor, bien le pudieran ir con el chisme al marido.

No obstante, después de toda una vida de casada, Trinidad volvía a sentirse una mujer deseada, y en su interior eso le agradaba.

La jornada continuó, afortunadamente Trini no se topó con su marido. Supuso que había salido a comer, así que siguió cumpliendo con su labor. No obstante, se sintió bastante somnolienta. Fue a los servicios con el fin de lavarse la cara y así obligarse a despabilarse.

Cuando levantó la cabeza y se miró en el espejo se sintió como en un sueño. Su propia imagen no la podía ver con claridad, se le nublaba la vista. Luego, suavemente, se desvaneció.

Al volver en sí, Trinidad se descubrió desnuda. La cabezona punta de un falo notablemente hinchado patinaba lúbricamente por la hendidura vertical de su sexo, ¡amenazaba por entrar! ¡Y su sexo estaba... estaba depilado!

Trinidad nunca se había depilado de allí en su vida. ¡¿Qué había pasado?!

Ella nunca sabría lo que había ocurrido minutos antes: Aquel hombre, ya teniéndola tendida, le puso su mano sobre el vientre, saboreando la calidez que la mujer desprendía. Animado, presionó más su palma contra el cuerpo femenino al mismo tiempo que con la otra se asía de una de las tetas. Poco a poco, la piel y el músculo que masajeaba se aflojaron respondiendo así a sus caricias. Alentado por ello, trasladó su masaje al área púbica, presionando los genitales femeninos.

Trini, inconscientemente, comenzó a reaccionar. Su bajo vientre se movió de forma espasmódica como en respuesta a la manipulación masculina.

Como a la vez la besaba desde detrás de la oreja, hasta bajarle por el cuello, Alberto la escuchó gemir. Él comenzó a frotarse el miembro desnudo en una de las piernas de ella y éste se le puso duro, enderezándosele al máximo.

Literalmente se le hizo agua por la boca de su verga; ya deseaba hundirse en ella. Pero antes, sintiéndose con la confianza total (había mandado al esposo de Trini a reparar unas máquinas a otra nave industrial), Sánchez Medina se tomó el tiempo para rasurarla de ahí abajo (le gustaban las hembras que de ahí se afeitaban). Quería sentirla depilada y recién lavada; suave como tersura de bebé. Y así fue. Tras haberle quitado el excedente velludo, el jabón usado le había dejado un agradable olor a la vagina de la inconsciente señora.

Aquél relamió a la mujer, pero ésta no despertó, sólo gimió. Luego la dedeó, dilatando así la cada vez más jugosa gruta vaginal. Pero aún con eso no despertaba.

Pese a que su contraparte aún permanecía en el limbo, Alberto hizo contacto sexo con sexo por vez primera con la Señora. Estaba a su merced.

Cuando él deslizaba juguetonamente la brillosa cabeza por aquellos labios que parecían boca de niña saboreando dulce paleta, fue cuando ella despertó.

Por su parte el hombre sonrió para sí. Su plan había ido tan bien como quería. Bien sabía que aquel mismo día aquella hembra, pese a ser casada y ser madre (cosa que le daba sabor al asunto) lo resguardaría en su intimidad. Él ya había hecho su trabajo, la había “cortejado” y ahora era tiempo de cosechar.


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