LA PINTORA HUMILLADA (2º PARTE)

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Dos semanas después regresaron al pueblo en donde Antonio Y María Jesús tenían una casa, Pilar los acompañaba.

Ambos le habían preguntado si estaba segura de humillarse ante los lugareños y ella les convención de que quería brindarles esa satisfacción.

- Tu cuñada ha negociado con el alcalde las humillaciones a las que te tienes que someter, pero no has querido saberlas -dijo Antonio a su hermana mientras conducía, cerca ya del pueblo.

- Prefiero no conocerlas de antemano, por si me arrepentía. 

- Que sepas que las he suavizado bastante, porque el alcalde pretendía follarte ante sus convecinos. - le informó María Jesús.

- Algo así me temía -comentó Pilar.

- Aun así, prepárate para humillarte -le advirtió María Jesús - Yo seré la maestra de ceremonias.

- Eso me tranquiliza -dedujo Pilar.

- No estés tan segura, tu cuñada es muy morbosa -dijo su hermano.

- Aceptaré lo que ella me ordene -decidió Pilar.

Llegaron al pueblo a primera hora de la tarde. El alcalde esperaba en la puerta de la casa de Antonio y María Jesús,

impaciente.

-No tengas prisa -le dijo María Jesús- Tenemos que comer. A media tarde te avisaré.

Después de comer, los tres se dieron una cabezada en el salón y a media tarde, María Jesús le dijo a su cuñada que bajasen al garaje. Antonio se quedó trabajando en el ordenador en el despacho. 

- No quiero saber nada de esta fiesta y tengo muchos exámenes que corregir -se excusó.

Una vez las dos mujeres en el garaje, María Jesús le dijo a su cuñada que se quitase toda la ropa.

-Así que va de esto, como yo temía -comentó Pilar.

- Sí, va de esto -confirmó María Jesús.

María Jesús no quitó la vista de su cuñada mientras se quitaba la ropa. Ésta se detuvo al quedarse en ropa interior.

- Quítate toda la ropa, menos los calcetines, te voy a pasear desnuda por el pueblo. He prohibido que la gente te haga fotos.  -le dijo. 

Pilar sintió y se quitó el sujetador y la braga.

- Tienes un bonito cuerpo, ¿puedo acariciarte?

- Claro que sí.

María Jesús se colocó detrás de Pilar, le acarició las nalgas y le propinó unas palmadas. Luego, frente a ella, le acarició los senos, comprobando que se le dilataban los pezones. 

- A la gente de aquí le vas a gustar mucho más así que vestida -comentó.

- ¿Mi hermano no va a mirar?

- No quiere saber nada de esto.

María Jesús abrió la puerta del garaje, cogió de la mano a su cuñada y la llevó hacia el pueblo. El alcalde no sólo había llamado a los pocos habitantes de allí, también a los de los pueblos más cercanos. 

Alrededor de veinte personas vieron a las dos mujeres y las siguieron por el pueblo, comentando, riéndose o insultando a Pilar. El paseo duró cerca de una hora. Al final, en la pequeña plaza, María Jesús le preguntó al alcalde si queda satisfecho de la humillación de Pilar. La gente rodeaba a las dos mujeres. 

- Si nos pide perdón, sí.

Por la noche se desató una gran tormenta con espectacular aparato de truenos y rayos. 

Pilar irrumpió en el dormitorio del matrimonio. Una pequeña lámpara daba una luz tenue a la estancia. Antonio consultaba su móvil y María Jesús leía un libro.  

- Tengo pánico a las tormentas -les dijo Pilar.

-Acuéstate con nosotros -le propuso María Jesús, dejando el libro sobre su mesilla y levantando las sábanas.

Pilar se iba a acostar junto a María Jesús, pero Antonio le dijo que entre los dos.

Pilar descubrió que ambos estaban desnudos. Ella llevaba una camiseta de manga corta y un pantalón muy corto. Se los quitó y se acostó en medio de los dos. 

María Jesús no perdió el tiempo, se colocó sobre su cuñada, le separó las piernas y le empezó a chupar y mordisquear el coño. Luego le metió las manos debajo de las nalgas, le subió las caderas y le chupó el culo, metiendo la lengua en el ano. Pilar se dejó hacer, gimiendo de placer.  Levantó los brazos y asomaron las axilas cubiertas de una pelusilla dorada. A su hermano eso le excitó sobremanera y le sobó los pechos con fruición. Su mujer, María Jesús, apenas tenía tetas. Le cogió una mano y se la llevó a su pene, tieso y duro como una roca. A los pocos minutos estalló el semen como un volcán.  María Jesús levantó la cabeza de los bajos de su cuñada y dijo que su coño sabía a miel y el culo a castaña. 

- Ponte a cuatro patas -le pidió a Pilar.

Ella obedeció. Tanta era su excitación que no pondría pegas a nada. María Jesús cogió el pene todavía tieso de Antonio y como buena mamporrera lo condujo al coño de Pilar. 

- Todo queda en familia -dijo María Jesús. 

Unas horas después, los tres dormían enlazados sus cuerpos.

Cuando despertaron, mientras desayunaban, Pilar les dijo que nunca volvería a ese pueblo.


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