LA HUMILDAD, LA LLAVE DEL SABER

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Hace unas cuántas semanas que fui invitado a almorar en el domicilio de mi prima de segundo grado llamada Rosalía, que era una mujer de mediana edad, de cabello castaño la cual gozaba de una excelente situación económica.

Al llegar a los postres ella por asociación de ideas me comentó de un modo categórico y con una frialdad de ánimo que no me gustó nada:

- Mi abuela María sabía cocinar muy bien. Pero también era una mala persona. ¿Cómo puede ser que a mi hermano Lucas lo quisiera tanto y en cambio a mí me despreciara cuando yo era tan sólo una niña como las demás? Esto no era normal.

- Por supuesto que no era normal. Pero habría que saber el por qué hacía éso - respondí yo.

- ¡Sencillamente, porque era mala! Ya te lo digo yo. Pero ahora esto ya me da igual - me dijo de un modo altivo.

- Si realmente ya has superado esta situación, no veo porque ahora te da por hablar de ella de una manera tan gratuita. - le respondí yo.

- Porque de repente me he acordado.

-  Ah. Veamos. Tu abuela María tenía un problema psicológico, que la llevaba a obrar mal respecto a ti- le dije a mi prima Rosalía con el objeto de que comprendiera el fondo de la cuestión y librarla del mal recuerdo de su pariente-.  Ella de pequeña vivía con su madre que era una mujer muy dura, que rayaba en la tiranía y nunca le hizo ninguna manifestación de cariño. Al contrario. Siempre le daba bofetones. En cambio su padre que lo veía de vez en cuando porque era viajante y cuando llegaba al hogar familiar él la colmaba de regalos y de atenciones, lo percibía diferente. Para tu abuela, su madre era la mala y su prognitor el bueno; pero como lo veía poco, la niña empezó a idealizar al hombre de la casa. Y aquí está el problema. En la idealización del padre que le generó un complejo de Electra, que es un problema psicológico similar al de Edipo. Pues así como un niño puede tener la idealización de la madre y busca en las mujeres a la madre, en el sexo femenino sucede lo mismo pero con el padre. Por tanto la abuela María, veía a los chicos como un reflejo de su bienamado progenitor y a las féminas las asociaba con su antipática madre. De manera que a la abuela María dicha idealización del padre hizo que a pesar de cumplir años y de ser una mujer mayor, ella nunca maduró. Siguió siendo casi como una niña. De ahí su carácter infantil y egocéntrico. Así como por ejemplo se puede enfermar del riñon, ella lo estaba de su mente. Hay que ver a tu abuela María como una mujer enferma.

- ¡Que no, que no...! Ella era mala, mala y ya está - se obstinó irracionalmente mi prima. Parecía que la molestara mi explicación didáctica. Era como si ella a pesar de su buena posición económica estuviese en posesión de la verdad y cualquier área del saber; el profundizar objetivamente en un asunto humano fuera un cuento sin fundamento.

- Yo me he informado sobre esta cuestión. Y te aseguro que digo la verdad. Pregúntalo si quieres a un especialista. Tu abuela era tan vulnerable como todo el mundo. Esta idealización del padre es sólo una creencia como lo pude ser sobre cualquier otra cosa. Una deidad religiosa, una ideología politica, la misma paareja; que en el aspecto familiar obstruye el crecimiento personal del ser humano - me defendí yo-. Tu abuela para poder madurar, tendría que haber matado al padre. 

-¡¿Cómo?! 

- Sí. Pero no físicamente mujer, sino psicologicamente y así su mente se hubiese equilibrado.

No hubo forma de convencer a mi prima Rosalía y salí de aquella casa con una mala impresión. Su altivez era un obstáculo para poder dialogar con ella. Entonces me percaté de que se habla mucho, pero siempre de un modo superficial que no llega a nada; y el pensar es algo pesado que requiere un esfuerzo y dar tiempo al tiempo que no se está dispuesto a hacer. Pero sobre todo abandonar esta postura fantamagórica de un yo inflado que no se ajusta a la realidad, la cual nos precipita a una ignorancia ilustrada asumida por una mayoría. Pues no una mentira por ser compartida por una mayoría quiera decir que sea una verdad. Si queremos aprender algo tenemos que abrazar un sentimiento de humildad. Reconocer que si hay un problema en nuestra familia que no lo comprendemos como por ejemplo es el caso de mi prima Rosalía y su abuela, antes que hacer juicios de valor emanados de un prejuicio moral; frases grandilocuentes que son lo mismo que  jugar con fuegos de artificio que no significan nada, nos preguntemos sobre el asunto, y nos sepamos informar. No avergonzarnos de decir: "no sé". Porque con la humildad nos predisponemos a aprender cualquier disciplina. Un sujeto que quiera ser médico, humildemente se percata de que no sabe casi nada acerca de esta profesión y en consecuencia tiene que estudiar la carrera de Medicina para poder curar a los enfermos. No evolucionaríamos en absoluto si nos comportáramos como mi prima Rosalía. Es decir, que no fuéramos humildes y tuviésemos la suficiente curiosidad para aprender lo que sea. Y en otras ramas de la Ciencia sucede lo mismo. Se trabaja  sobre hipótesis, que una vez comprobada la veracidad de una teoría si ésta es errónea, se abandona enseguida sin complejos y se sigue investigando.

Mas la humildad está mal vista. Muchas veces se piensa que la humildad es sinónimo de ser un pobre de espíritu; de ser un infeliz; alguien pusilánime. Esta visión desacertada se generó con los ascetas de la Iglesia, y ha seguido en un sistema tan narcisista y mercantilista como el nuestro. Si no eres un presuntuoso y un ambicioso por ignorante que seas es que no tienes amor propio. Eres un simple. También se ha criticado al tipo que exhibe la falsa humildad. Efectivamente hay quien hace ostentación de ser un tipo humilde cuya exagerada actitud provoca el rechazo de los demás dado que tras la cual subyace un ego hinchado que quiere ser aplaudido por la sociedad. Pero la buena humildad no necesita exhibición alguna y siempre es el punto de partida para ir hacia un más allá.

                                                                  FRANCESC MIRALLES

 

 


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