Espacio vital

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Caminan juntos, en fila de a tres, desnudos hasta el cuello, tostando al rojo vivo su fofa piel bajo un sol hiriente que goza del espectáculo con tremendas risotadas. Hieden sus olores de cuerpos decrépitos y encorvados, condenados a servir de hueso y rancia grasa en el viscoso líquido de jabón humano con el que lavarán sus propias cloacas cientos de demonios. En vida gozaron de múltiples riquezas a costa de acapararlas solo para sí, negándoselas al pobre y al hambriento, y ahora ni siquiera pueden poseer en solitario la horrible pobreza de su destino. El Gran Caldero les ofrece un común hogar postrero que bulle siempre hambriento entre pegajosos borbotones, abriendo sus fauces, sin fondo, alimentándose con el veneno de sus envidias, sus codicias y odios… En trío, van entrando lentamente en su interior al ser llamados con cada latido de un Gong que golpea un feo y rubio fauno, para después fundirse y desaparecer entre la pestilente mezcla y caer en el fondo del olvido eterno.

En otra fila, de a dos, circulan otros miles de tantos, algunos desnudos, otros vestidos aún con blancos sudarios, su tersa piel todavía ungida por los brillantes sudores de una juventud perdida en sus desatinos. Miran al acompañante con ojos de espanto, saliendo casi de sus cuencas, negados al llanto, cumpliendo sentencias dictadas por el Juez Supremo, directos que van al enorme Chancro de la promiscuidad, la lujuria y la gula… Ahí colmarán sus lascivos deseos de sexo y goces mundanos que en vida intentaron saciar a cambio de un óbolo, o dos como mucho, haciendo del Amor un mero y casual mercadeo y del alcohol y la droga un medio hostil para conseguirlo… Nutrirán por pares al sifilítico cáncer hasta estallar en mil convulsiones, llenando el lugar de locos espasmos. Gozarán así hasta la extenuación. Ése es su castigo. Explotarán en sus propios deseos mundanos y rogarán gritando que acabe por fin el demoníaco balanceo de sus jadeantes caderas y el engullir de tan fuertes licores y esos blancos polvos…

Pero va a ser eterno… Lo saben.

Allá, por último, andantes por un camino apartado que lleva hasta una interrogante y barbada gárgola que anota sus números, una tercera y última fila, de a uno, de número incierto… Son niños nonatos y muertos ayer por humana impiedad… Sus almas vacías se niegan a entrar en el Silo. Con llantos apenas audibles, pero lastimeros, reclaman su suerte por la incomprensión; y así obtienen permiso y se dan la vuelta para intentar madurar y ganarse un destino distinto en el Más Allá…

La Gárgola apunta y advierte, uno a uno, otro tras otro.

Quizá regresen mañana…

O pasado…

O quién sabe cuándo.

Puede que muchos engrosen las filas de a dos.

O de a tres…

Pero no importa el inmenso trasiego en esas veredas de fuego… El Infierno es enorme, muy hospitalario, y no hay problemas de espacio “vital”.


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