La leyenda india

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Cuenta una antiquísima leyenda india, casi desconocida por haberse perdido los últimos vestigios de esa extinta raza indígena, que las almas de sus guerreros fallecidos quedaban pululando en el éter como suaves plumas suspendidas en una especie de dimensión sin nombre, y así se mantenían en ese quieto limbo hasta que volvían a reencarnarse en otra nueva vida.

Sin embargo, había una ocasión muy especial cada siete lustros en que una criatura angelical con figura de exuberante mujer elegía a su pareja entre los guerreros que habían fallecido ya seis veces antes, en cuyo caso su reencarnación no conocería más la muerte, permitiéndosele así vivir una séptima y última vez, junto a ella, en  la misma tierra de sus antepasados.

Explica también que la angelical hembra, descrita en sus inveterados versos como «… de larga melena negra y sensuales labios dispuestos a recibir los ardorosos besos del felizmente elegido…», seguiría un breve pero complicado ritual antes de consumar su decisión: ejecutaría una danza junto a un crepitante fuego sostenido por blancas brasas de estrellas fugaces, a cuyo alrededor removería sus caderas con enardecida voluptuosidad mientras cantara un extraño himno nupcial; y, después de saludar con mucho respeto y una suave inclinación de cabeza a las siete viejas indias que le harían coro sentadas a su alrededor para observar el correcto protocolo de su frenético baile, le entregaría finalmente al afortunado una fina red confeccionada con los sedosos y níveos hilos del primer calostro de la Vía Láctea para que él se la lanzara y la cubriera entre ellos, y así quedar prendida de su eterno amor. Después, el guerrero y la hermosa india vivirían eternamente en lozana juventud, sin que nada ni nadie pudiera separarlos, con la sola y placentera obligación por parte de aquel de atender los íntimos deseos de la hembra en todos los momentos que ella quisiera, bajo la dura pena de una muerte eterna caso de contravenir esa condición.

También dice la fábula que no es el gato el que tiene siete vidas, sino el hombre; y aclara que es por esto que siempre se confundió una realidad con la otra, pues en verdad es el ser humano el que se hace acompañar siete veces de un felino de esta especie en su largo caminar por esas siete vivencias terrenales. Dicen los legendarios versos que las almas de estos felinos también están presentes en el limbo, y es allí cuando el guerrero elegido adopta también una de esas misteriosas almas para después marcharse con él reencarnado y agarrado firmemente por la cintura de su bella dama. La figura del gato es todo un símbolo de futuro, porque sigue diciendo que «… al regresar a la tierra de sus antepasados,  el guerrero hará de ese gato su único alimento diario, y su carne imperecedera les hará subsistir a ambos por los tiempos de los tiempos».

Lo que le ocurrió al indio Zum’ah fue esto mismo; aunque… algo “diferente”.

Y, ya que veo que se ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, no puedo sustraerme de contarlo hasta el final.

Antes he de decir que Zum’ah fue siempre algo torpe. Sus seis vidas anteriores no le sirvieron de mucho, y eso fue por no tomar experiencia de las cosas, como a algunos nos suele suceder. Tan es así que en la aldea era conocido con un apelativo singular, entre penosamente cariñoso y mucho de jocoso, algo así como “El guerrero bobo”, traducción más o menos aproximada; y a fuer de ser sincero, esas gentes no se equivocaban en el calificativo, esa es la verdad.

Bueno; pues lo cierto es que una mañana de pleno invierno amaneció el poblado totalmente nevado, consecuencia lógica de la larga tormenta ocurrida durante la noche anterior. Los alimentos en la aldea estaban escaseando; se hacía necesaria una partida de caza y a ella se unió Zum’ah debidamente pertrechado de su arco y su carcaj partiendo de inmediato junto con el resto de los guerreros.

Después de tres horas de largo caminar, tras soportar ventiscas y ataques de lobos hambrientos, ya casi exhaustos, el grupo de cazadores llegó a una nevada llanura donde divisaron en pacífica congregación a cientos de enormes búfalos, acercándose a la manada con prudencia hasta cubrir la distancia idónea de tiro de sus flechas. Sin embargo, al producirse inopinadamente la estampida de las enormes bestias por un inoportuno estornudo de uno de los cazadores, Zum’ah tuvo la mala fortuna de tropezar y ser arrollado y pisoteado por las poderosas pezuñas de estos animales, de tan mala suerte que quedó allí descuartizado, ensangrentado y perdiendo de tan estúpida suerte su sexta vida. Y allá quedaron sus huesos como testigos de su mala suerte y su bobalicona alma en el Limbo de la Espera.

Fueron veintiocho los lustros que transcurrieron hasta que Zum’ah tuvo la gran dicha de ser elegido por la angelical dama india de la leyenda que comento y, mientras su alma estallaba en un gozo inmenso soñando ya en la forma y mil maneras en que gozaría eternamente de la bella hembra, aquélla terminó su danza; y así, conforme a la fábula, lanzó hacia él la fina red de sedosos y níveos hilos pidiéndole con insistencia lujuriosa que la prendiera con ella para obtener su amor.

Zum’ah, muy torpe él, como ya he dicho, raudo cumplió el recado de la bella, pero con tan mala fortuna y peor puntería que la mágica red fue a parar hasta la cabeza de Seit’ah, la más fea de las siete viejas que le hacían coro alrededor de la hoguera… Y ya puestos, ofuscado y nervioso del todo, pero creyendo con ello cumplido el encargo, tomó el alma de la belleza como si el mismo gato acompañante fuera, trastocando de esta torpe forma el rito y saliendo los tres del limbo para reencarnarse de nuevo en la tierra.

Lo cierto es que, desde entonces, Zum’ah brega cada dos por tres con la vieja india; y eso a diario, según lo exigido por la antigua leyenda. Mientras, entre solaz y solaz y el recuperar de fuerzas, llora amargamente al deglutir la carne de la angelical india que, suplantando al gato, seguirá alimentando a ambos por los siglos de los siglos, sin que jamás pueda gozarla de forma tan  libidinosa como quisiera...

Perdonadme...

¡Otra vez me llama Seit’ah…!

¿Qué querrá ahora?


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