Diario de Eva (Episodio II): Bajo la falda

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Casi un mes después de mi libidinosa experiencia con Antonio el conserje, me había tranquilizado bastante el hecho de que Martín no se hubiera enterado de nada. Pese a las miradas furtivas, pero también cómplices entre el empleado y yo, no hubo razones para sentir vergüenza por lo ocurrido aquella madrugada pretérita. Al fin y al cabo solo hice, y solo recibí aquello que me ha sido negado siempre dentro mi la relación.

Al día siguiente iba a ser Nochevieja, pero Martín y yo cancelamos los planes de celebración con unos amigos, debido a que él se encontraba en nuestra habitación confinado por el COVID. Yo llevaba ya 2 días durmiendo en la habitación de invitados por prescripción médica. Martín me insistió varias veces en que yo no dejara de celebrar el fin de año, y que él estaría bien. Que no podía hacer nada más que traerle la comida. No le faltaba razón, pero se me hacía raro pasarla sin él.

Como Antonio se había enterado de esta situación, y se ofreció para ayudar en lo que pudiera, aprovechó para invitarme a su casa, donde había preparado una pequeña fiesta con varios amigos y amigas. A Martín le pareció buena idea, pues no solo me permitía la oportunidad para celebrar las fechas, sino que lo haría cerca. En la planta baja, más concretamente.

Las frases más largas que crucé con Antonio desde hacía 25 días se referían precisamente a eso.

-Entonces Eva, ¿te esperamos esta noche?
-Vale, gracias. Estaré un ratito.
-No esperes gran cosa, es solo una excusa para vernos los colegas.
-Me parece bien. Gracias de nuevo. Hasta la noche.

Hasta hoy no conocía bien la vivienda de Antonio. Nunca había estado ahí, a excepción del día de autos, en el que no pasé del vestíbulo. Pero la vivienda era mucho más que esa gran sala diáfana donde había montado una pista de baile con un equipo de música. Al fondo se encontraban las distintas estancias y más allá una especie de patio interior con un cuartucho para herramientas y un lavabo de servicio.

Estuvimos bailando y bebiendo en la sala hasta el momento de las uvas. El grupo de amistades de Antonio era bastante heterogéneo, muy divertido y con ganas de pasarlo bien: Por ejemplo, Camila regentaba una peluquería canina, y su aspecto debía parecerse bastante a alguno de sus clientes cuadrúpedos, con ese pelo rizado tan extravagante. Javier era un mecánico circunspecto, y un friki. Solo sabía hablar de Juego de Tronos. En cuanto a Viktor, era como el payaso del grupo, siempre haciendo bromas y repartiendo drogas por doquier. Fue precisamente él quien me invitó a probar una de esas pastillas amarillas que llevaba encima. La verdad es que tenía toda la pinta de ser un camello. No le pregunté qué me estaba dando, la acepté sin rechistar quizás por cortesía, por la necesidad de integrarme en el grupo. Pero él sí que me dijo algo: “Con buen éxtasis siempre lo pasas bien…”

Aquella dosis de MDMA de Viktor me sentó muy bien para socializar con aquellos desconocidos. La sensación de euforia, de querer hacer cosas, de necesitar explotar de puro ardor, era increíble. No la había probado antes, pero sin duda me encontraba en las nubes y, cuando me separé un poco de la pista de baile, para respirar algo mejor y más fresco, allá en el patio interior trasero de la vivienda, Viktor había ido tras de mí, quizás para saber si me encontraba bien, o tal vez creyendo que podría conquistar mi corazón con sus caramelitos de colores.

Me apoyé en uno de los tabiques que me permitían algo de intimidad, un punto ciego al resto de la sala, junto al cuarto de herramientas. Nunca me ha gustado que los demás sean testigos de mis melopeas. Pero Viktor estaba ahí. En efecto. Oí decir a alguien entre la concurrencia que su apodo era “El Rumano”, y vaya si se parecía a uno. Era un personaje esquivo, transmitía ese estilo cultural represivo y evasivo a la vez. Parecía estar siempre a la defensiva, y mostraba claramente un complejo de superioridad bastante insultante. Su aspecto era el de un hombre de unos 30 y pocos, piel clara, ojos negros y cabellos azabache. Era de esos que, recién afeitados, aún mostraban una enorme mancha negra por toda la cara, como si fuera tarea imposible eliminar tanta barba. Era un tío bien plantado, eso sí. Un atractivo animal que quizás soslayaría en la calle, pero que teniéndolo delante, bebida y drogada, podía despertar cierto arrebato.

No dudó en acercarse a mí, situándose delante, poseyendo mi propio espacio físico al apoyar una de sus manos en la pared, por encima de mi hombro.

-Eva, ¿verdad? Eres guapísima…
-Gra… gracias pero tío, ¿podrías darme aire?
-Claro, perdona. ¿Te encuentras bien?
-Estoy algo colocada… esa pastilla tuya…
-¿A que es una pasada?
-Sí…

De repente sentí cómo la mano de Viktor se deslizaba sutilmente sobre mi muslo por encima de la rodilla. El cabrón había metido la mano bajo mi falda creyendo que sería lo más inteligente. Pensé inmediatamente en abofetearle y empujarlo hacia atrás, pero gracias al puto éxtasis mi maldito nivel de excitación era demasiado alto para detenerlo. Me hice la sorprendida, y le transmití cierta incomodidad.

-¿Qué estás haciendo?
-Solo te acaricio… dime que lo deje.

Ni de coña iba a decirle eso. En cambio, cerré los ojos un momento y confirmé que esa mano estaba ya acariciando la tela de mis bragas, básicamente en la zona de la ingle, y no parecía que hubiera intención de parar. Por supuesto, Viktor se regodeó como pudo.

-Estás súper cachonda…

Mientras él me susurraba con voz firme y talante infalible, yo solo podía responderle entre gemidos sordos y sollozos discretos. Sobre todo cuando abarcó con toda la mano la parte externa de las bragas que me cubrían el pubis. Comenzó a acariciar la tela con la presión suficiente para que mi clítoris notara enseguida la violencia de aquellos movimientos. Mi excitación iba en aumento, y la retórica de Viktor no ayudaba.

-Apuesto a que debes estar empapada…

Sin duda, la frase le sirvió de justificación para meterme la mano dentro de las bragas y comprobar lo que sospechaba.

-Madre mía… ¿cómo puedes mojar así?

Fue una frase que acompañaba el movimiento definitivo, un punto de no retorno para mí. Le rodeé el cuello con mi brazo para evitar caer al suelo mientras el tío solo tenía que aprovechar mi propia lujuria para introducirme en la vagina dos de sus dedos, y empezar a pajearme a toda velocidad. Levante inconscientemente una de mis piernas para ofrecer un acceso más liberador. Él supo gestionar muy bien sus movimientos, ejerciendo un gancho perfecto dentro de mí, que no solo me iba a llevar al paroxismo, sino que le iba a servir como punto de apoyo para calibrar la agitación que se venía.

Afortunadamente, el lugar estratégico en la casa, pero también el ruido ambiente de los respetables, así como la música en la atmósfera, me permitieron el lujo de dejar escapar algún suspiro más alto que otro, mientras a Viktor solo le preocupaba mi frenesí, y el resultado final de éste.

Fue bastante inesperado correrme de esa forma, sin poder guardar la más mínima compostura debido al eléctrico tembleque que se apoderó de mi cuerpo, justo antes de descargar sobre su mano todo aquello que él estaba esperando tan ansioso. Oí claramente el sonido del líquido salir a borbotones de mi cuerpo, y también escuché la forma en que empapé el suelo con él. No pude mantener la pierna levantada, y ahora agarré a Viktor por el cuello con las dos manos.

Tras unos segundos, mi delirio se apaciguó y Viktor salió de mi interior mostrando cómo su mano goteaba generosamente contra el pavimento desgastado. No pude si no mostrar sorpresa y ofuscación.

-¡Mierda! Me he chorreado en todas las bragas…
-Dímelo a mí…

El cerdo mostraba una cara de gilipollas satisfecho que hubiera pagado para arrebatársela de una hostia. Pero después le hubiera perdonado, porque se molestó en traerme una toalla del interior del lavabo de servicio para que pudiera secarme el chocho y las piernas que mostraban un goteo imparable.

-Tengo que ir a cambiarme…
-Déjalo. Ven conmigo. Salgamos de aquí… Te espero fuera.

Viktor salió del piso sospechosamente escopeteado, mientras que yo me propuse acicalarme un poco para despedirme de la gente, especialmente de Antonio. Creo que llegó a ver u oír algo de lo que había pasado en su patio trasero.

-No te vayas con Viktor. Es peligroso. No te conviene, en serio.

Estaba avergonzada. Temí que Antonio hubiera sido testigo de toda mi lujuria, del resultado de ésta, y del papel protagonista de Viktor. Le respondí con un “vale, gracias por todo”, le di dos besos, y salí de su piso tras los pasos de “El Rumano”.


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