M, mi primera madura (IV) - Arco de Fantasía (parte II)

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Continuación

La figura de la chica saltaba con locura y apuraba pasos en círculos alrededor de los otros dos machos (si es que es que se les puede llamar así) y el remedo de vehículo al que luego subió; los dos seres masculinos voltearon sus rostros para verme, como si apenas advirtiesen que estaba allí, entonces cada uno se situó en la parte donde debieran ir los ejes de las ruedas del auto y levantaron la carrocería con todo y pasajera, dando a la situación una estética similar a la parafernalia de los penitentes que se disponen a marchar con un monumento eclesial durante los diferentes desfiles de la Semana Santa.

Comenzó aquel espectáculo con esos sátiros dando vueltas en círculos al roble más próximo. El firmamento; que antes denotaba un atardecer otoñal, ahora se teñía de un carmesí sangriento, las nubes se asemejaban a rostros gritando y todos los sonidos se entremezclaban sin sentido. Estaba en el pandemónium.

Los seres continuaban su danza, mientras de la nada surgía un diván en la mitad del escenario frente al roble, de un estilo acorde a las ropas de época de los machos. Estaba inmerso en un acto de lo más estrambótico, producto de mi pequeño teatro porno de la mente; nada comparable en lo mágico, pero tal vez; cercano en lo absurdo a ese construido por Hesse para su Lobo Estepario.

Las creaturas llegaron a la posición de donde arrancaron, los machos dispusieron el bastidor del auto en el suelo y la dama bajó, los horrendos ojos amarillos de la terna no dejaban de mirarme y yo solo podía corresponderlos, no era dueño de mi cuerpo y mente, mi espíritu se había dado a la fuga; solo hacía de espectador, apenas provisto del más bajo grado de conciencia y una memoria siempre dispuesta al trauma.

La fémina se puso de rodillas en medio de los dos machos, cada uno se bajó su calzón y sacó lo único que podría descubrirse de allí; a falta de saber que o quienes eran esas cosas con forma humana es natural asumir que se sacaron las pichas, con las cuales comenzaron a cachetear a la dama que movía su cara ante cada vergazo que le ponían. La atención que puse en ese momento me sobrepasó. Me picaban los ojos; arenosos, ya que no parpadeaba ante semejante espectáculo sexual, espabilé por el cansancio, la dama cogía una verga a cada mano, no se podía discernir la boca de ese súcubo azabache, sin embargo, una sustancia brotaba y se derramaba de su cara cada vez que las mazas se metían a su ser; cual babaza mezclada con saliva. Ella turnaba cada polla para metérsela a su supuesta boca; que forma de mamar tan brava tenía la vampiresa considerando que los machos empujaban su cadera como para metérsela cada vez más hondo y ahogarla a punta de trola.

Parpadeé nuevamente por la resequedad y la escena había cambiado de golpe. La silueta femenil corría en círculos cual bailarina con un trapo rosa al viento, los rostros que se habían formado de las nubes en el cielo denotaban sufrimiento, sus ojos lloraban sangre que se traducía en una suave llovizna que caía sobre el ejército de hormigas que me tenían sometido. Esa hija de puta seguía dando vueltas con su harapo como una pequeña niña en el campo persiguiendo mariposas mientras los machos aguardaban en el suelo apoyados de espaldas en el diván jalándose las pollas, su aspecto antes musculoso ahora lucía más esbelto y acabado; sus ojos ya no me veían, estaban absortos en la chica. Años transcurrieron después de este mal viaje y me cuestiono el por qué; a pesar de estar fundido a la tierra como el Monte Atlas al continente, mi pene se ponía duro con aquella situación.

Espabilo nuevamente y el cuadro había cambiado sin miramientos a la escena más descarnada, Uno de los machos estaba tendido sobre el diván con la chica encima, a la espalda de la forajida estaba el otro macho de pie dándole sin contemplación por entre las nalgas, se definía perfectamente un trío practicando doble penetración. El conjunto de demonios movía la cadera como un motor bien sincronizado, a cada acción había una reacción; un azote por detrás correspondía a que le pelotearan las tetas a la hembra y bailasen en vaivén bien rico; una bombeada por abajo, con la cabellera jaloneada correspondía a que moviese su cabeza como aturdida por el placer. Los jugos que le salían del coño a la fémina se escurrían por su pubis y le subían hasta el orto por la presión de cada embestida, salpicando a ambos machos y lubricando así todo el sistema. Un mecanismo sexual completamente funcional. Y mi garrote como para partir panela.

Pero todo no podía ser placer carnal respecto a esta máquina sexual, mientras la hembra recibía bombeo y a cambio; surtía con su flujo las pichas de los machos, estos se hacían más flacos y endebles, sus barrigas se hinchaban mientras sus brazos; antes fornidos como para alzar la carroza de madera y desfilar con la dama encima, se tornaban demacrados y huesudos. No eran los únicos, sin necesidad de pensamiento levante mi mano para contemplarla; las cadenas invisibles se habían roto y las hormigas fueron arrastradas con la llovizna de sangre, mi mano lucía débil, artrítica y vieja.

Quise retomar la vista del trío, los machos yacían en el suelo boca arriba y tiesos como escarabajos muertos luego de que culminase la etapa del desove; la hembra se situaba a la mitad del escenario cual versión corrupta de la Venus de Botticelli, su mirada estaba clavada en mí, esos lujuriosos y asesinos destellos amarillos que hacían de ojos me veían como a una presa. De su mano derecha y como por arte de magia, la fémina sacó una bolsa negra de basura, lentamente se dirigió hacia mí saltando como hiciera antes con el trapo. Mi picha se había calmado pero una sensación de malestar asomó a mi vientre, se hacía más fuerte a medida que la hembra se aproximaba; de golpe la hija de puta emprendió una carrera hacía mí, yo aún seguía pasmado y el malestar iba en aumento. Me cubrió con la bolsa y todo se puso negro; luego abrí los ojos, era de noche y apenas se divisaba un alma en el campus, el trance había terminado.

Continúa...


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