Cuando los gemidos de una mujer son el peor sonido que puedes escuchar (1/2)

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¿Por qué un hombre llevaría a una mujer a un show de strippers? En especial a una mujer que él ama.

Pues ahí estaba Álvaro, llevando a Yazmín, la mujer que más amaba y deseaba en el mundo, a un lugar así.

No hacía mucho que se puso en contacto con ella gracias a Facebook, luego de no verse desde hacía varios años, desde la prepa. En ese tiempo de ebullición hormonal, Yazmín era la musa de sus diarias chaquetas para aquél que, en aquellos días, no se atrevía a declarársele por temor a que lo rechazara. Ella era lo máximo, en esos días en los que Álvaro era un joven muy tímido, se diría que estúpidamente cobarde.

Aquél se conformaba con conseguir alguno que otro roce “accidental”. Furtivamente le llegó a tocar algunas partes de su cuerpo, como sus piernas, sus destacados y bien formados pechos, e incluso les dio un roce ocasional a sus suaves nalgas; claro, discretamente.

Le fascinaba su buen físico y su manera de mostrarlo. En aquellos días era la única en usar frecuentemente minifalda, una súper cortita, además. Así mostraba unas morenas y bien delineadas piernas. Y había detalles que enloquecían al joven admirador de tal belleza. Aquél no sabría bien si por malicia, coquetería, o por cosa natural en ella, pero cada que iba a sentarse (ella se sentaba justo al lado suyo), pasaba su mano por la orilla de su falda, levantándola aún más y así revelando la parte alta de su muslo, hasta su cadera. Era algo que le incitaba.

Pero su recuerdo más excitante fue cuando, en una visita a un museo que su grupo realizó, yendo hasta allí en metro, tuvieron que enfrentarse a las grandes masas de gente. Mientras los otros compañeros alcanzaron lugar en uno de los vagones, Yazmín y Álvaro fueron los únicos que quedaron rezagados, debiendo esperar al siguiente convoy.

Quedándose solo con ella Álvaro ya se sentía afortunado, no obstante, lo mejor le vino luego. El siguiente convoy venía más repleto que el anterior, pero, como había más gente a sus espaldas, una vez que se abrieron las puertas, tales personas los empujaron precipitadamente al interior del vagón, quedando Yazmín justo enfrente de él, y tan apretados que no se podían ni mover.

El sexo de Álvaro quedó prácticamente incrustado entre los voluminosos gajos de nutrida carne que formaban el delicioso trasero de la joven. Sólo la tela de sus ropas separaba al pene de los bien formados glúteos femeninos. En tales condiciones le fue inevitable tener una erección al joven jarioso. Una que ella también percibió, aunque no dijo nada.

Ese recuerdo quedó grabado en su mente.

Así Yazmín se convirtió en un bonito e ilusorio anhelo. Pero, luego de concluir la prepa, no volvieron a verse. No supo nada de ella hasta la llegada de las redes sociales, en especial, por supuesto, Facebook.

Según su perfil todavía seguía soltera, y se le veía muy bien. Como él también seguía soltero se hizo ilusiones.

Sus fotos mostraban que Yazmín seguía siendo una bella mujer. Parecía que su silueta no había cambiado en lo más mínimo. De hecho, diría que estaba más ensanchada en sus caderas. De hermosa piel morena, sus piernas y muslos mantenían buena forma y firmeza, sus redondeadas nalgas también eran evidentes en más de una foto, destacaban por su buen tamaño, consistencia y contorno. Por algo Álvaro, en su juventud, la comparaba con la entonces famosa “Biby Gaytán”.

Por supuesto que Álvaro le envió solicitud de amistad, y, una vez ella aceptó, inmediatamente le pidió se vieran.

Aquél estaba muy nervioso, le sudaban excesivamente las manos. En cuanto llegó ella lo abrazó. Un saludo convencional para Yazmín, pero para él estar en sus brazos era lo máximo. Gozó de sus generosos senos; de sus delicadas curvas; del delicioso aroma que emanaba de su negro y largo cabello; era tal cual la recordaba.

Conversaron, cada quien habló de su vida. Él, por supuesto, le indicó que seguía soltero; ella también, sólo que estaba por casarse.

Saber esto devastó las ilusiones del esperanzado hombre. Álvaro casi que le hubiera propuesto matrimonio allí mismo, pero luego de oír eso se le bajó de un jalón el buen ánimo.

Tras despedirse no pudo despegar de su mente a Yazmín. Sin embargo, ahora la veía con odio en vez de ilusión; se sentía traicionado.

Volvió al perfil de ella, en Facebook, sólo para buscar entre sus contactos al desgraciado con quien se casaría; sin conocerlo ya lo odiaba. No podía evitar los celos, Álvaro la amaba, en verdad la amaba y aquél se la...

Verlo le incrementó el encabronamiento. El muy mamón se hacía lucir ostentoso: autos, ropa, fotos en el extranjero. «Pinche Yazmín, se ve que lo quiere sólo por su dinero, ¡maldita trepadora!», pensó.

Esa noche no pudo dormir carcomido por el odio y la rabia. Le habían jodido su anhelo más grande. En su cabeza los pensamientos eran una tormenta que no cesaba; no dejaba de imaginársela siendo cogida por aquél maldito con quien sólo lo hacía motivada por su dinero.

Pero de repente se le ocurrió una idea. Un plan se le fue fraguando en la mente, y aquello le entusiasmó animándolo nuevamente. Aunque ahora sus pretensiones eran más bien maliciosas.

Pero para llevar a cabo aquello necesitaría la ayuda de alguien. Así fue que, al día siguiente, acudió a un conocido. Roberto era un amigo a quien conoció en un gimnasio hacía unos años. Aquél era instructor allí, pero además tenía otra actividad, era stripper. Tras explicarle su plan, Álvaro le pidió encarecidamente su ayuda. Roberto aceptó, no sería la primera vez que hiciera eso con una mujer.

Volvió entonces a pedirle a Yazmín verse de nuevo. Pero esa vez la citó en un lugar muy diferente.

“Sorpresa, es tu despedida de soltera”, le dijo para justificar la naturaleza del lugar donde la había citado. Era un antro de strippers. Álvaro le dijo que quería regalarle aquella diversión para que disfrutara de sus últimas noches de soltería.

Un tanto por compromiso Yazmín aceptó ingresar al lugar. Era evidente que estaba incómoda, pero contuvo su molestia, con tal de no mostrarse grosera. Cuando inició el show de algunos strippers, Yazmín reconoció que se divertía. Los hombres de músculos aceitados, luego de retirarse algunas de sus prendas, invitaban a una que otra mujer a subir al escenario. Ahí jugaban con ellas en dinámicas sexys y divertidas.

Álvaro se reía junto con Yazmín, pero el motivo de su risa era algo más que el show que presenciaban en ese momento. Bien sabía lo que vendría y lo ansiaba. Su plan era que, el ya apalabrado Roberto, invitara a Yazmín al escenario y ya ahí, mientras el hombre jugaba con ella, Álvaro la grabaría por medio de su celular para capturar las “indecencias” a las que sería sujeta. Su propósito era que, por medio de lo grabado, pudiese poner a Yazmín en un predicamento ante su futuro cónyuge. Pensaba que aquello crearía un conflicto que destrozaría sus planes de matrimonio.

Era por ello que Álvaro quería que ya llegara el turno de Roberto. Una vez aquél apareció en el escenario, inició su show exhibiendo sus habilidades. Con seguridad y agilidad se deshizo de sus prendas quedando sólo en tanga. Mostró así su musculatura bien trabajada.

La atención de la compañera de mesa de Álvaro, según él creyó ver, se enfocó en el tremendo paquete que se guardaba en el interior de la tanga del hombre que, en ese momento, desconocía la relación que guardaba con su compañero de mesa.

Roberto bajó del escenario y caminó entre la audiencia, como buscando a la mujer que invitaría a participar, aunque bien sabía que, una vez viera a Álvaro, se llevaría a la mujer que lo acompañara. Así, una vez llegó a su mesa, sin hacer ver que conocía a Álvaro, Roberto le tendió la mano a la mujer. Ella se mostró renuente.

«Pinche hipócrita, si bien se ve que le gusta», pensó Álvaro, quien si antes veía a Jazmín como un ángel inmaculado, ahora la veía como una impúdica indecente que ocultaba su naturaleza.

En ese momento Álvaro experimentaba sentimientos contradictorios a su objetivo original. Si en un principio deseaba a Jazmín para él solo, en ese instante ansiaba que ella se fuera con Roberto con tal de conseguir su malicioso objetivo.

Luego de la insistencia de Roberto, y de otras mujeres que la animaban, Yazmín se dejó llevar de la mano por el musculoso macho.

«No que muy fiel a tu noviecito», pensó Álvaro al verla ir tras Roberto.

Una vez en el escenario Roberto le ofreció una silla. Allí ella se sentó y luego el hombre le bailó eróticamente. De vez en cuando la sorprendía colocándole prácticamente sobre su cara su abultado fardo, sin dejar de menearse sexosamente. Yazmín se ruborizaba, aunque también reía.

«Se ve que lo está gozando», se dijo a sí mismo Álvaro quien, discretamente, sacó su celular y comenzó a grabar a su antigua compañera en la comprometedora situación. El plan iba muy bien, según creía.

Roberto hizo que aquella se levantara y la cargó con pleno dominio. Se veía que no le costaba levantarla en vilo, y así simuló fornicarla. Tras esto la recostó en el piso y allí también representó una violenta cópula ante un público que vitoreaba tales acciones. Tras unas arremetidas a su zona genital del paquete sexual de Roberto, éste se colocó en un clásico 69 y así el rostro de la dama fue el receptor del paquete genital que se embarró en él.

De repente, Roberto la tomó de la cintura y la giró sólo para dejarla sobre sus cuatro extremidades. Así, ahora de a perro, la siguió embistiendo desde detrás, simulando un violento ataque.

«Esto está excelente», pensó aquel testigo que grababa todo aquello, dispuesto a enviarle tales imágenes al pretendido novio de Yazmín, y así mostrarle lo puta que en realidad era.

Claro que fuera de contexto así parecería, pues, con todo y los pantalones puestos, Yazmín recibía fuertes empellones del macho que tenía detrás, aceptándolos riendo, a pesar de ser tan enérgicos que la hacían irse para delante violentamente.

Tras un rato de aquellos empellones, Roberto le metió sus dedos en las trabillas del pantalón vaquero que ella vestía, y de ahí la levantó. Al ser elevada varios centímetros de esa forma los pantalones revelaron las buenas curvas que envolvían. El hombre embarró su propio cuerpo al de ella en un abrazo netamente sexual.

Ella, por iniciativa propia, se giró para quedar frente a frente. Pareció entonces que se disponía a besarlo, obnubilada probablemente por sus deseos sexuales excitados, sin embargo, sólo le dijo algo al oído. Él le replicó, como para corroborar que había entendido bien su petición, y ella asintió con una sonrisa pícara, aunque un tanto avergonzada.

Para pasmo de Álvaro, luego del tácito acuerdo entre ambos, Roberto llevó a Yazmín con él tras bastidores.

Eso no estaba planeado.

«¡Carajo...! ¡Los privados! ¡Ese güey se la lleva a los privados!», entonces pensó.

Y es que Álvaro recordó esos espacios. Más de una ocasión Roberto lo había invitado a asomarse a éstos. Los privados eran pequeños cubículos a donde llevaban a las clientas que solicitaban un servicio de cierta índole, y ahí, pues bueno... dichas damas eran culeadas. Ellas pagaban por ello, de hecho.


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