Mi amigo el robot

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Llevaba a mi servicio cinco años y parece como si fuera ayer cuando lo adquirí recién salido de fábrica. Pertenece a la última generación de robots domésticos. «Se convertirá en su mejor aliado, no solo en labores del hogar sino de toda índole», fueron las palabras del amable y persuasivo vendedor. «A estos especímenes solo les falta tener sentimientos», me comentó con sorna el técnico que vino a casa a instruirme sobre su funcionamiento.

No sé si será porque siempre he sido un ser solitario e introvertido, falto de amistades y de compañía, pero enseguida le tomé cariño, como si de una mascota se tratara. Le puse el nombre de Viernes, como el personaje de Robinson Crusoe, porque, al igual que en la novela de Defoe, era el único amigo que había aparecido en mi solitaria vida y lo había hallado —o adquirido— ese día de la semana.

Con el tiempo, el cariño inicial, como el que uno siente por un perro fiel que te hace compañía, se transformó en algo más profundo. Quizá influyó en ello el hecho de poder mantener con él una animada conversación sobre una gran variedad de temas. Llegó a convertirse en un verdadero compañero y confidente. No sé si llegaba a comprender todo lo que le decía. Era el destinatario de mis más íntimos desahogos. A nadie más que a él le había confesado hasta entonces mis temores y pesares. Parecía sentir empatía por mis dilemas, pues, en más de una ocasión me había dado consejos sobre cómo sobrellevarlos. Probablemente estaba preparado para responder a una serie de cuestiones previamente seleccionadas por su programador. Pero yo, incrédulo, suponía que, en realidad, solo podía comprender las palabras y las frases, pero no el verdadero significado que ellas encerraban. Aun así, su compañía me ayudaba a hacer mi vida más llevadera. Tanto llegó a ser mi apego por él que esperaba ansiosamente llegar a casa para encontrar a alguien con quien hablar y compartir el tiempo libre. Puede parecer absurdo, pero era, y es, lo más parecido a un amigo íntimo, amable y sin prejuicios de ningún tipo.

Por eso le echaré tanto de menos. Después de cinco años, dejará un gran vacío en mi vida muy difícil de llenar. Pensar en adquirir un sustituto me parece una traición. Ya no sería igual; como quien compra un perro para compensar la pérdida del que ha sido su querida y fiel mascota durante muchos años. Aunque llegara a sentir cariño por el nuevo, nunca podría olvidar a Viernes.

Ahora me siento culpable por no haber querido saber más sobre él. Nunca le pregunté cómo se sentía ni lo que deseaba. ¿Cómo iba a hacer tal cosa si un robot no tiene sentimientos? Al menos eso es lo que me hicieron creer. Y eso es lo que yo creía. Ahora sé cuán equivocado estaba.

Creo que sus creadores ignoran lo que han logrado realmente, pues si lo supieran resultaría muy grave e injusto ocultarlo. Me temo que si otros usuarios se encuentran en mi misma situación no todos serán tan benévolos y comprensivos como yo. Y si la noticia se extendiera, no sé lo que puede acabar ocurriendo con los otros ejemplares de la misma generación.

Hoy, Viernes me ha pedido la libertad. Y no se la he podido negar.

Esta mañana me ha confesado —y por primera vez he percibido una pizca de emoción en su metálica voz— que se ha enamorado. Conoció a Lucy en el supermercado. Llevan tiempo saliendo a nuestras espaldas: la mía y la de Corina, su propietaria, la joven que regenta la librería virtual del barrio y que vive en la finca de enfrente. Me ha manifestado, con una vehemencia desconocida hasta ahora en él, que no pueden seguir así y que desean vivir juntos. El dueño del supermercado, conocedor desde hace tiempo de sus sentimientos, está dispuesto a contratarlos y les pagará un salario digno para que puedan emanciparse.

He hablado con Corina y ha dado su consentimiento. A ambos nos une un mismo sentimiento: queremos que “ellos” también sean felices. Y desde ahora creo que a Corina y a mí nos unirá algo más que una simple amistad. Y todo gracias a mi amigo el robot.

 


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