Cuando los gemidos de una mujer son el peor sonido que puedes escuchar (2/2)

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“¿Cómo pueden pagar para que se las cojan?”, le decía en voz baja Álvaro a su amigo mientras veían eso. Aquél no podía entender como una mujer pagara por sexo, después de todo allí había mujeres de muy buen ver.

Y es que había manera de espiar hacia al interior de los cubículos, pues estaban ubicados detrás de una bodega, y desde ésta, si se trepaba por encima de un muro que no llegaba hasta el techo, había la suerte de asomarse. Las clientas metidas en la situación pocas veces notaban que eran espiadas, e incluso grabadas, por empleados del lugar, mientras disfrutaban de aquel delicioso servicio.

Roberto le había mostrado cómo él mismo disfrutaba de hacerles el servicio a varias.

Ahora, con eso en mente, Álvaro acudió a un camarero para que, luego de ofrecerle una buena propina, le dejara pasar a la bodega. Una vez ahí, solo pudo escuchar gemidos que provenían del otro lado de un muro. Colocó nerviosamente unas cajas de madera sobre otras para poder trepar, y así asomarse hacia los cubículos.

Cuál sería su estupor al ver lo que sucedía en uno de esos pequeños espacios. ¡Yazmín y su “amigo” ya estaban en plena faena sexual! ¡Aquel no había sido el trato!

Roberto estaba sentado en una silla plegadiza y sobre él Yazmín, ya sin los pantalones ni calzones, lo cabalgaba desinhibidamente.

Por su ímpetu y desenvolvimiento parecía otra, no la reconocía. Nunca había pensado que ella fuese capaz de actuar de tal modo. Le asombró el atrevimiento sexual de su antigua compañera de estudios. Si bien su cuerpo despertaba ganas de culeársela, nunca había concebido la idea de que aquella musa de juventud poseyera un carácter sexoso. Jamás había imaginado siquiera tal agilidad e ímpetu en aquella mujer. Y es que montaba con apetito voraz a Roberto, como verdaderamente necesitada de aquello.

Los gemidos de Yazmín llenaban el lugar, las características auditivas del espacio creaban una reverberación acústica que hacían aún más cachondas y sensuales aquellas expresiones femeninas de placer. Escucharla gemir así, y verla menearse de tal forma, le hizo pensar que aquella mujer disfrutaba de una buena cogida. Y también le hizo pensar en lo pendejo que había sido al brindársela en bandeja de plata a su “amigo” Roberto.

Poco después, vio cómo Roberto, tomándola de su cintura con ambas manos, la levantó hasta que su gordo pene escapó de lo que parecía una apretada opresión vaginal.

Yazmín quedó parada frente a él, contemplando, aparentemente atónita, cómo aquel enorme falo había podido resguardársele en su interior, como si ella no pudiera asimilar aún cómo tal pedazo de carne; tan largo y grueso como el brazo de un niño; hubiese podido entrar todo en su estrecha cavidad.

Roberto se le ubicó detrás, y conminó a Yazmín para que se subiera a la silla sobre sus rodillas. Ella ya estaba por hacerlo, pero a él le sobrevino la idea de lo incómodo que le sería a ella la dureza del asiento. Entonces tomó un cojín de un rincón y lo colocó para que ella no se lastimara las rodillas. Yazmín le agradeció el detalle.

Ya ubicada sobre la silla, Yazmín parecía ofrendarle el suave y amplio trasero al musculoso macho que tenía detrás.

“Es la primera vez que hago esto con alguien que acabo de conocer”, le dijo sonriéndole un tanto ladina. Éste le sonrió en respuesta y tras ensalivarle la entrada, a manera de lubricante, le introdujo nuevamente su grueso pene.

El muy cabrón de “el amigo” sabía su oficio, reconoció Álvaro, pues, desde las primeras embestidas ya la tenía bufando de placer. Los embates eran cada vez más brutales, mientras que las manos de él se aferraban a la cintura y a las hermosas nalgas de la dama. Las penetraciones eran abundantes y feroces.

Las nalgas de Yazmín, siendo todo lo hermosas que Álvaro había imaginado, recibieron tremendo castigo pues Roberto, no conformándose con la penetración, la nalgueó violentamente hasta dejárselas más oscuras de su tono normal, debido a la ruptura de los capilares sanguíneos. Carne prieta y martajada es lo que pudo ver Álvaro en el trasero de su amada.

Pese a los varios minutos que duró tal cópula, Roberto no parecía agotarse, la bombeaba duro y constante, al mismo tiempo que Yazmín expulsaba quejidos cada vez más agónicos de placer. Parecía que Roberto podría seguir así incluso por horas, sin embargo, Yazmín, después de unos minutos más ya no aguantó más y gritó: “¡Ya... ya por favor para, para!”.

Después de una última y contundente estocada, el macho sacó su largo y carnoso miembro del apaleado cuerpo de Yazmín, a quien amablemente ayudó a incorporarse.

Por sus limitados movimientos, era evidente que Yazmín se había quedado engarrotada, pues haber estado en aquella posición durante tanto tiempo tuvo sus consecuencias.

La hembra dio un amplio estirón para desentumecerse, al mismo tiempo que expulsaba una especie de gemido bastante sensual. Hasta Álvaro disfrutó escucharle expeler aquello, sin embargo apenas le dio tiempo pues tuvo que ocultarse instintivamente ya que Yazmín movió de tal manera su cabeza que por poco lo descubre al mirar hacia arriba.

Sin atreverse a asomar inmediatamente los escuchó desde el otro lado del muro.

“Caray... ni mi novio me lo hace así”, dijo ella.

“Pues cuando tú quieras corazón. Ya sabes, estoy aquí a tus órdenes para complacerte”, le respondió Roberto.

“No creo volver a... es que dentro de unos días me caso”, comentó Yazmín, con cierta picardía.

Oír esto picó la curiosidad de Álvaro y volvió a asomarse.

“Bueno, casada o soltera, da igual, yo te cumplo. ¿O qué, no me crees capaz?”, dijo Roberto y demostrando su virilidad hizo cabecear su pene sin usar sus manos.

Yazmín miró con reconocimiento tal acción y le tomó del vergazo. Lo frotó y, sin él pedírselo, se hincó para mamárselo.

Álvaro atestiguó cómo entre ambos ya se había creado una relación más intensa que la que había entre él y ella. Yazmín, la que hubiese conocido y deseado desde hacía tanto, más de lo que Roberto tuviese de conocerla, se le estaba entregando a éste, como Álvaro hubiese deseado se le entregara a sí mismo.

A dos manos masturbó al stripper, ya que el tamaño de su miembro así lo permitía. Mamaba y restregaba con intensidad y, sin embargo, aquél no mostraba signos de estar cerca del clímax.

“Aguantas mucho”, reconoció la mujer sin dejar de frotar aquel pedazo de tiesa carne.

“Es mi oficio”, le replicó aquél sin presunción, aunque muy seguro de sí mismo.

“Pero es que sigues enterito. ¿A poco te vas a quedar así?”, dijo Yazmín sonriéndole.

Roberto le acarició la mejilla y le respondió:

“Si quieres me vengo en tu hermosa carita”

“No, cómo crees”

“¿Por qué no?”

“Es que quedaría oliendo. Qué tal si Álvaro se da cuenta”

“¿A qué quedarías oliendo?”, preguntó Roberto innecesariamente.

“Pues a qué va a ser, a tu semen”, dijo chiveada.

Roberto le sonrió.

“Bueno. ¿Qué te parece si me vengo en tu boquita?, así te llevas un recuerdo de mí”

Yazmín se avergonzó aún más.

Roberto tomó su miembro y apuntó la punta de éste a los labios entreabiertos de Yazmín. Su propia masturbación fue más efectiva que la que le hiciera ella pues en poco tiempo le eyaculó entregándole su semilla a la mujer.

Hábilmente, y con total malicia, Roberto apretó las fosas nasales de Yazmín no dejándole respirar por lo que ésta tuvo que tragarse sus espermas. Aquella le reclamó, pero Roberto se limitó a reír. Pese a todo Yazmín también rio.

Luego de limpiarse con una toalla, que el hombre le había dado, ambos se dispusieron a colocarse sus prendas. Roberto, caballerosamente, sostuvo con ambas manos las pantaletas de la dama a quien se había follado, ayudándole así a vestirse. Ella introdujo primero uno y luego otro pie en dicha prenda y él la subió cuidadosamente hasta acomodársela. En agradecimiento, Yazmín le dio un tierno beso.

Ya vestida, Yazmín salió abrazada del hombre como si ambos fueran una pareja amorosa de novios.

Tras verlos irse, Álvaro rápidamente bajó y salió de la bodega. No obstante, ellos le ganaron. Cuando salió, Yazmín ya estaba en la mesa. En vez de ella, Álvaro fue quien se excusó por su ausencia, diciendo que había ido al sanitario. Debido a su sentimiento de culpa ni siquiera reflexionó que fue ella la primera en ausentarse al haberse ido con Roberto.

Ni siquiera la cuestionó dónde había estado. Ambos guardaron silencio.

Ya afuera del antro Yazmín le dio las gracias y lo besó en la mejilla como despedida. Álvaro alcanzó a oler cierto tufillo que sin duda provenía del esperma de su “amigo”. Percibir aquel aroma le produjo asco, pero guardó las apariencias.

La vio alejarse contoneando aquella deliciosa figura, recordó entonces la cachondería y la lujuria expuesta por Yazmín en la faena sexual que él mismo había atestiguado. Una erección le creció bajo el pantalón. Caminó a su auto con intención de ir a casa y, por supuesto, masturbarse en su honor.


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