Despedida

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Volteó a mirarla. Con el rostro hundido sobre el gigante oso de peluche que le habían regalado gemía sin consuelo. Se le acercó por entre la incomodidad del pequeño carro en movimiento y la vio rebosante de lagrimones que le mojaban el rostro.
– Por qué lloras –le preguntó.
Ella se agarró más fuerte a su felpudo oso.
- Porque estoy triste.
El dibujó una sonrisa.
– Porque mi abuela se queda solita.
Hace tiempo no sentía ternura, pero lo inundó. Queriendo entender volvió a su puesto. Al bajar se despidió de su mujer, dio la vuelta al pequeño carro y se acercó a la ventana.
– No llores más –le dijo–. Cada vez que te despidas llora un poco, no agotes tus lágrimas porque el día que dejes de llorar serán vacías tus despedidas.


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