Actos opuestos (parte 1) Duda

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Duda
En el ambiente brumoso, pesado del derroche que da la calidez del deseo saciado, un silencio sepulcral hacía más atronador el leve murmullo del placer. Entre alborotadas olas de algodón los cuerpos brillaban sudorosos de sensualidad y convulsos dejaban marcas del roce carnal. Eran dos siluetas temblorosas que se retorcían como una gran cinta impulsada por el viento.
El camino sinuoso recorrido por labios dulces de éxtasis marcaba una línea directa entre el beso del amor y el beso de la pasión. Sobre el delicado vientre se hundía un rostro de facciones tensas y respirar entrecortado después de conquistar las colinas de forma perfecta. Con los ojos apasionados observaba su cabeza retorcida sobre un cuello agitado y con un leve movimiento los labios quedaron en el punto exacto del beso donde se confundieron los alientos libidos, el amor lujurioso, la convulsiva excitación, la fusión de cuerpos y desfallecimiento sensual.
– Me voy –dijo, él.
Un suspiro profundo se escapó.
Su cuerpo desnudo, de carnes fuertes, tibio y agitado, dio la vuelta ante la expresión lúgubre y triste que alteró su estado, y se quedó oculta por las cobijas entre espasmos imperceptible con una especie de quietud fingida que desaprobó la inmediata marcha. Sin embargo, qué más daba, de alguna manera lo sabía, otra cosa es que no lo soportara. Siempre pasaba y aun así cada que llegaba el momento se atormentaba afectando su interior porque no le cabía en la cabeza que segundos antes de agitación y éxtasis se convirtieran en una huida inconsciente. ¿Sería su culpa? Elucubraciones vienen y van, y nunca dejan una respuesta. Otra vez el amor, otra vez la huida, otra vez sin respuesta.
El sonido tosco de la cremallera del pantalón acabó definitivamente con la delirante atmósfera que produce el amor recién hecho y de nuevo a la vida real.
– ¿Cuándo nos vemos? –peguntó distraído, maquinal.
Aun oculta en su trinchera no le respondió, era inútil. En él no había rastro alguno de la dulzura de antes, todo se reducía a una pregunta estúpida que ella también se hacía, que les generaba escozor a los dos. Él luchaba entre su deseo y marcharse, ella entre su deseo y que no vuelva más.
Abrió la puerta.
– Nos vemos más tarde.
Al cruzarla suspiró, sabía que las ganas de quedarse eran mayores a las de irse, pero suponía que ceder a ellas le traería problemas. Debía mantenerse al margen si no quería sucumbir ante el mito del enamoramiento, aunque más que al amor temía engolosinarse y no poder dejarla después, “y eso es peor”, decía a media vos caminando distraído. O es que ya no podía dejarla y no quería aceptarlo pensaba a veces. 
El caso es que había escapado y a pesar de sentirse aparentemente libre, era consciente de que estaba confundido e intentaba expulsar de su cabeza sus demonios, uno en especial. ¿Sería ella?
Ya en la calle trató de involucrarse en el aburrimiento de la cotidianidad en dónde se sentía seguro de sí mismo y muy fuerte ante los demás.
– ¡Jairo! ¡Jairo!
– ¿Qué pasa?
– ¿Has visto a la Cris?
Después de un segundo de perturbación porque sabía que la verdad no debía salir se le ocurrió cualquier cosa. “Debe andar por ahí”, respondió. “Le dices que la busco”, escuchó y afirmó con la cabeza.
II
Sentada en el inodoro de su casa como en un ritual de sanación, Cristina, con una camiseta en la mano que había evitado que los fluidos ajenos en su cuerpo resbalaran por sus piernas, esperaba vaciar su cuerpo de los rezagos del amor. Tenía el rostro tenso, la mirada fija en algún punto de la pared, apretaba los dientes, se sentía impotente. Trataba de pensar, de hallar una explicación del por qué se sometía a semejante martirio. “Las ganas…”, murmuró y sonrió. Instante seguido se esfumó la gracia. ¿Pero si fuera eso? ¿Si realmente era eso? “Enamorada de ese vago no estoy”.
Entre frustrada y dolida, sin algún asomo de placer, se paró y tomó papel, ahora parecía darle asco el amor. Salió del baño y recorrió el pasillo, se sentía aliviada y una sensación dulce la acompañó hasta donde pudo observar la cama revuelta, el desorden de cobijas y sus ropas esparcidas por el suelo. El frío de la realidad la abrazó y aunque parecía que se había acostumbrado la verdad era que quería algo diferente, no aquella relación entrecortada entre la pasión y el desazón, ausente de amor como lo estipulaban las condiciones. Disfrutaba los encuentros, a ratos dudaba que el amor realmente pudiera estar ausente, ¿y eso le preocupaba?, abría sus ojos desmesuradamente. ¿Qué era entonces?, no se le ocurría.
Se encogió de hombros, suspiró profundamente y al exhalar los dejó caer vencida por la situación. Recogió su sostén, lo miró como si no lo reconociera y lo tiró sobre un canasto lleno de ropa sucia. Prendió la radio.

“Te entrego mi cuarto, con el deseo de convertirte en mi fantasía. Mientras mis manos cual tus manos me acarician. Y sin ti, pero en ti me vuelvo loco. Y aún me quema la memoria de tu abrazo. De la pasión que cuerpo a cuerpo nos gastamos. Y me la paso…”

– ¡Ay qué linda esa canción!


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