LAS CHICAS DEL RÍO.

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Esta historia ha permanecido en la memoria colectiva de los pobladores del lugar donde ocurrieron los hechos, algunos como testigos, otros como relatadores y fue expandiéndose. Está aunada a las creencias que como verdades subjetivas asumen un sector humano que lo vincula a la divinidad  a lo  sobrenatural  y   parte de esa población,  no abandona sus creencias. Sucedió en días de Semana Santa…

 

 Por los años de los 60, Casimiro Rodríguez, un hombre dedicado a la comercialización de la agricultura, de cincuenta   años, se ausentó del pueblo por motivo de su  propia actividad comercial,  y cuando regresó  a su hogar,  apareció de la mano de  una joven quinceañera,  a la que anunció,  iba a desposar en los próximos semanas.

 Casimiro vivía con Mercedes, su única hermana de cuarenta años, una mujer con discapacidad auditiva,  pero con habilidades en los oficios del hogar y en las tareas que desempeñaba su hermano.

 Con el correr de los meses María Gracia, que así era como se llamaba su compañera, dio a luz una niña y a los pocos días del alumbramiento, la pareja abandonó el pueblo, dejando a la recién nacida al cuidado de Mercedes.

Transcurrieron los años sin conocerse el paradero de ambos.  La niña creció al lado de su tía, bautizada como Luz Marina e instruida, en las funciones básicas de cultivos sobre los productos comercializados en la zona.

Los vecinos, con el paso del tiempo, ya no extrañaban la ausencia de sus padres, ni especulaban sobre las causas de la desaparición, solo referían la belleza de Luz Marina y la dedicación que ofrecía a las labores  que le eran encomendadas.

Sucedió entonces, ya contaba con dieciséis años, cuando en la tienda se acercó un asiduo comprador, quien al observar a la joven le manifestó:

—Niña Luz, le cuento, que, por allá por la costa, en El Uvero, he visto   una muchacha muy parecida a usted. Tan igualita que puede pasar como su hermana gemela y vaya,  ¡qué casualidad!, se llama Luz del Mar, también sin padres    y perdóneme, si le recuerdo la historia de sus progenitores. Si la desea conocer yo me ofrezco a llevarla y así podrá constar el parecido.

 Pero, no solamente fue en esa ocasión, cuando le advirtieron sobre la presencia de la  otra  joven:

— ¿Cómo es qué estás aquí?, si esta mañana la vi en el puesto artesanal de El Uvero- Le dijo Rosalía Perdomo, quien fungía de boticaria y enfermera.

Luz Marina, no respondía.  No había dado crédito sobre lo que referían, le restaba importancia, se limitaba en silencio a contar las diferentes oportunidades en que alguien la “veía” pero en su interior, quedó sembrada una duda, que con los días quiso despejar.

  Intrigada con la situación, decidió pedirle permiso a su tía y así fue como un día emprendió el anhelado viaje para conocer a Luz del Mar.

Llegó al mencionado caserío, y efectivamente, en un improvisado puesto de venta de artículos artesanales, una joven expendedora, poseía un asombroso  parecido al de ella, inclusive, posiblemente de su misma edad.

Sin perder tiempo en presentaciones, Luz Marina se le acercó y ambas, sorprendidas, fijaron miradas, y como si se conocieran de larga data, se abrazaron efusivamente y   para sorpresa de los presentes, no solo por lo igual de sus fisonomías, sino por el afecto espontáneo que irradiaba en sus rostros y los gestos de cariños   que empezaron a compartían las chicas.

A su retorno,  con mímicas y señas le cuanta a su tía sobre el resultado del viaje y la empatía de hermandad que había sentido por Luz del Mar, por lo que  le propone ,  invitase  a su nueva amiga a   pasar una  temporada en la residencia, propuesta  que aceptó   Mercedes y así fue, como a los pocos  días,   la joven salió en busca de su “gemela”.

 La llegada resultó todo un acontecimiento en el vecindario. La gente con morbosa curiosidad se aproximaba para observar el idéntico parecido, llamando también la atención, que las muchachas empezaron a vestirse y a peinarse de la misma forma, lo que confundía más al quererlas identificar.  Pero hubo una actuación, que dio origen a las murmuraciones e intranquilidad de los lugareños: las chicas salían a pasear preferiblemente en avanzadas horas nocturnas, hacía el margen del río,  para el entretenimiento  de ambas y sus pláticas. Manifestaban, que iban abrazadas, entrelazando brazos y manos, caminando en posición de danzar. Que en perspectiva de quien las miraba de lejos, observaban  una sola figura, pero vistas de cerca, se percibían las dos. 

  Dichos paseos se tornaron perturbadores y censurables, salvo para Luz Marina que se mantenía feliz y complacida en compañía de su “gemela” y para Mercedes, que, por su problema auditivo, aunque se afanaba en entender lo que los demás le pretendían enterar entre lenguaje de señas, su discernimiento alcanzaba a ver la actuación de las chicas, como propio de juventud.

Las personas, con disimulo y estupor,  conjeturaban  sobre el   extraño fenómeno visto en el cuerpo  de las adolescentes: salían abrazadas y en la medida en que iban alejándose, se convertían en una sola imagen, como si se fusionaran, y en cuando  se aproximaban, aparecían ambas.

 Las voces llegaban a   afirmar que eran seres poseídas por un maleficio, lo que podría estar  afectando la psiquis  de todos,  que apoderados de  temor no deseaban  mirarlas, porque solo al  verlas,  se contagiaban  de fiebre, delirios  y convulsiones,  interviniendo el párroco, quien tuvo que rociar  agua bendita  en la humanidad de  cada  enfermo. Haciendo lo mismo en  los lugares donde habían transitado las chicas, para alejar el supuesto  espíritu maligno. Hasta llegaron a pensar y así fue difundido, que ese comportamiento surgía de prácticas sexuales pecaminosas que realizaban las jovencitas en las aguas del rio y que la desaparición de los padres de Luz Marina, tenía que ver con alguna desgracia en su  nacimiento, misterio aún  sin ser descubierto.

— Están satanizadas, es una sola entidad diabólica:  si la ves de lejos, se vuelven una, dos   si las tienes cerquita.  ¡Es una entidad de doble maldad!! – Así se expresaban.

Los comentarios se agudizaron y se hacían más sonoros, cuando  en noche de luna llena, entraban a bañarse  al río, dejando sus vestimentas al descuido en algún matorral de la orilla ,  jugueteando y con   entusiasta algarabía amanecían.

Sucedió, como un hecho predestinado, que se colocaba al lado de los dichos de los pobladores, en una noche de luna resplandeciente, fueron avistadas por pescadores en las márgenes del río, desvestidas y sin ningún aspavientos, entraron en las aguas, nadando  plácidamente …Ambas abrazadas,   de la misma manera  en que eran vistas,  danzaban río adentro.

 Esa noche, fue el acto final de un infortunio: las chicas jamás se volvieron a ver…Nunca   aparecieron sus cuerpos. Solo sus ropas entre el área de matorrales adyacente al riachuelo.

La historia prosiguió… El sitio es ruta turística obligada, quienes lo visitan, señalan que  en noches parecidas,  se ve  reflejada entre  las aguas una sola imagen de color plata, la que  pertenece a Luz Marina, porque “la gemela”  nunca existió:  murió en el momento de  su nacimiento , espectro que permaneció  junto a su hermana.  

 

 

 


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