Una noche violenta en la niebla

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Una noche violenta en la niebla

Era un día de invierno completamente normal: nublado, con el suelo mojado después de una leve llovizna, pero, sin embargo, no hacía frío. La calle estaba iluminada por farolas, cuyas luces se reflejaban en los charcos que se habían formado en la acera. A pesar de que la lluvia había dejado el aire húmedo, se podía sentir una sensación de calidez en el ambiente. La niebla empezaba a formarse, dándole un toque misterioso a la calle, como si algo estuviera a punto de suceder.

Estábamos caminando por algún lugar de la avenida, cerca de una tienda de ropa. En este momento se comenzó a torcer la cosa. No sé por qué devino ese día en esto, pero pasó. Samuel, mi amigo desde la infancia, comenzó a hablarle de una forma muy extraña a una chica, noté que algo en su mirada había cambiado. La miraba con una intensidad inquietante y su voz comenzó a temblar. No pude evitar sentir un escalofrío por la espalda, algo en esa situación no estaba bien, eso me decía mi instinto. Me acuerdo perfectamente de su aspecto: era una chica muy guapa con una sonrisa blanca, rubia con ojos verdes, con tacón porque realza, con ropa vaquera nueva y una pulsera mate naranja; con su voz angelical y su dulce olor a lavanda.

Samuel, no paraba de hablarle; sin devolverle el contacto. Yo le insistía al oído que parara, que ya lo había intentado; pero cualquier intento de hacer que parara era en vano. Cuando ya vio que pasaba completamente de él, se volvió completamente loco. La agarró del pelo y la arrastró por lo menos tres metros desde donde estaba.

Me quedé paralizado por un momento, sin saber qué hacer. Pero cuando vi la violencia de sus golpes, supe que no podía quedarme de brazos cruzados. Me acerqué a él y lo empujé con todas mis fuerzas, logrando separarlo de ella. Me abalance a él y todo lo que pasó en ese corto periodo de tiempo ya es historia.

Todavía notaba su pulso, pero seguía golpeándole. Su cara estaba desfigurada, era la primera vez que sentiría la sangre de otra persona fluyendo por mis manos. Sentí su último aliento como si fuera el mío. Estaba tan cegado que, aunque me di cuenta de que ya no respiraba, le seguía golpeando.

Tal vez no fue la manera más prudente o acertada de resolver esa situación, pero debido al poco tiempo en el que se desarrolló el percance y adrenalina fluyendo en el ambiente, sentí que no había otra opción.

Después de la pelea, la chica estaba en shock, temblando y llorando en el suelo. Me acerqué a ella y traté de calmarla, le pregunté si estaba bien y si necesitaba algo. Apenas podía hablar, pero me dio las gracias con un asentimiento de cabeza. La ayudé a ponerse en pie y la acompañé hasta su casa para asegurarme de que llegara a salvo. Durante el camino, me contó que no conocía a Samuel y que simplemente había salido a dar un paseo cuando él la abordó. Me sentí aún más culpable por no haber podido hacer nada antes para evitar la situación. Llegamos a su casa y su madre abrió la puerta. Le expliqué lo que había pasado y ella me agradeció por haberla acompañado y cuidado de su hija. Me fui de allí sintiéndome más tranquilo, sabiendo que la chica estaba en buenas manos. Sin embargo, todavía me perseguía la imagen de Samuel, y sabía que tendría que hacer frente a las consecuencias de lo que había sucedido esa noche.

Fue la noche más aterradora de mi vida, pero al final. Desde ese día, aprendí a valorar la vida de una manera completamente nueva, y nunca dejaré que algo así vuelva a suceder.

Hasta el día de hoy, que ya ha pasado un año y ocho meses, sigo viendo la cara de Samuel cada vez que miro la cicatriz que me hizo de un solo arañazo intentando salvar su vida.   

 


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