EvoluZion 1

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Un crujido seco me despierta. El alba acaricia las hojas más altas del árbol que me da cobijo entre su espesura. La cálida brisa de junio las mece, me saludan esplendorosamente verdes.

 

Miro hacia abajo desde las alturas, desde la hamaca improvisada pero resistente, metido en el saco térmico. Un zeta merodea en busca de rastros humanos.. Se desplaza renqueante y con lentitud, con una pierna rota. Ellos ya no sufren como nosotros, no sienten dolor, ni misericordia. Son como bacterias enormes con el único propósito de sobrevivir.

 

No me ha visto. Y por fortuna todavía no saben trepar a los árboles, carecen de olfato, pero han desarrollado un fino oído canino.

 

Cargo mi pequeña ballesta sin apenas ruido con ambas manos y le apunto a la cabeza, su punto mortal.

El zeta se gira imprevisiblemente a su retaguardia pero continúa sin localizar a su presa. Tengo que silbarle dos notas para llamar su atención. Alza su horrible rostro putrefacto de albinos ojos saltones y abre sus fauces en una mueca abstracta. Aprieto en gatillo y una certera flecha de metal le atraviesa la cabeza sin que pueda emitir grito alguno. Se derrumba de espaldas y una balsa de negra viscosidad se esparce por el suelo esmeralda.

 

Soplo delicadamente la boca de la ballesta y la guardo. Recojo mi lecho en las alturas y me deslizo por el gran tronco a recuperar el proyectil. No puedo permitirme el lujo de derrochar munición. Elegí ese tipo de arma por lo silenciosa y efectiva que resulta en el cuerpo a cuerpo individual.

 

Extraigo la flecha incrustada en su cráneo y la limpio en su americana devolviéndole el acerado brillo. La guardo en la vaina de cuero que llevo colgada en el cinturón, junto a las otras. Al lado opuesto, la cacha de mi machete asoma siempre dispuesta a ayudar.

 

Ahora el zeta es totalmente inofensivo. La muerte cerebral anula su poder de contagio al instante. He perdido ya la cuenta de los que me he cargado. Le echo un último vistazo y acto seguido oteo el horizonte para verificar que no hay más víctimas del Pandora. Así bautizaron al virus que mutó a la humanidad en el dos mil sesenta y seis.

 

Por suerte ni se agrupan ni se organizan. Son seres independientes con la finalidad de vagar, alimentarse y sobrevivir. Los zetas carecen de inteligencia pero si te sorprenden y logran inocular sus enzimas bucales en el torrente sanguíneo, la has cagado.

 

Me pongo en marcha hacia ninguna parte. Tengo el mundo a mi disposición y tiempo libre, demasiado. Haré lo posible por mantenerme con vida. En mi espalda cargo una mochila con elementos que creo necesarios, el saco y la tela que he adaptado y uso como hamaca improvisada.

 

Nunca he querido compañía. Sería una carga y una responsabilidad que no puedo asumir. Quizás resulte un comportamiento egoísta pero hasta el momento me ha resultado efectivo.

 

Hace ya un par de veranos que sucumbimos al caos. Estábamos predestinados tal vez.

 

Un rumor lejano que se acerca y proviene del cielo me alerta y me obliga a salir del camino para camuflarme detrás de unos matorrales. Parece un batir de alas, pero de un ave supuestamente grande por el sonido. Agazapado miro al gran celeste, contengo la respiración y observo.


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