evoluZion 3

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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La brisa me trae el hedor a carne descompuesta. La dragona alada iba perfumada comparada con ellos. Los trinos cesan y algunos gorriones escapan asustados, intuyen el mal. Por lo visto, por aquí todos tienen alas menos yo. Cargo la ballesta.

 

Veo a mi primera víctima llegar por el vetusto sendero plagado de hierbas altas. Renqueante, resoplando, creo que puede olerme. Sus manos sucias y crispadas me señalan. Voy a su encuentro con los brazos extendidos, la cabeza algo inclinada hacia el suelo, la mirada fija en mi objetivo, el corazón bombeando adrenalina en mi torrente sanguíneo. 

 

Llego a su altura y hago silbar el largo machete impulsado por mi brazo derecho, tratando de llevar la fría hoja hacia su cuello. Normalmente no suelo errar, pero este zeta se protege con su antebrazo con un rápido movimiento y el metal se clava hasta la mitad del hueso. 

 

Esto es nuevo. Nunca antes se habían defendido de mis ataques. Ladea la cabeza con espasmos, parece querer decirme que no me lo va a poner fácil. Me levanta la voz en su inteligible idioma de megabacteria, se

me echa encima y debo fintarlo. 

 

Muy bien, él lo ha querido. Pego un tirón para desenganchar mi arma. Le apunto por debajo con mi ballesta y aprieto el gatillo. Suena un chasquido. El largo proyectil se hunde bajo su barbilla, alcanzando su oculta masa cerebral. Desorbita los grisáceos ojos y logro acortar su larga muerte. Se derrumba de lado, pesadamente, con su enorme tripa amortiguando la caída. Seguro que ha despertado a unas cuantas hormigas del enorme parque en el que me encuentro.

 

Su camiseta se empapa de la negra viscosidad. De un empujón con el pie lo vuelvo hacia arriba. Recupero la flecha, que limpio y guardo.

 

Pasos a la carrera detrás de mí. Oigo el rugido de un zeta. Me revuelvo con rapidez y aprovechando la inercia de mi atacante, dejo que se acerque hasta casi tocarme. Me agacho frente a ella y ruedo de espalda, y apoyando los pies en su abdomen, la lanzo por encima de mí. Afortunadamente su peso es menor que el mío. 

 

Se estrella contra el suelo y suelta un quejido humano. Me sorprende, pero como todo a pasado tan rápido no me ha dado tiempo a diferenciar quién era quién. Me arrodillo empuñando el machete por si acaso. Se trata de una joven de corta melena con la cara besando el suelo, dolorida y crispada. Resopla cansada. No me habla, se mantiene echada en el suelo y abre sus ojos para observarme. Son verdes, de un precioso y humano verde.

 

Otro zeta se aproxima por mi retaguardia al galope, desconcertadamente al galope, utilizando sus cuatro extremidades para desplazarse con suma facilidad y rapidez. Creo que la chica era su presa pero ahora su prioridad ha cambiado. Viene directo a por mí. Hoy no tenía que haber bajado de mi árbol.

 

Apenas logro levantar el machete cuando se abalanza sobre mi con todo su peso y me tumba de espaldas aunque, como es una embestida descontrolada, se pasa de carrera y rueda alejándose de nosotros unos metros. Su golpe hace disparar la el arma y desperdiciar la flecha. La chica se arrastra asustada hacia el borde del sendero. Quiere huir pero no puede.

 

El atlético zeta vuelve a ponerse en pie y chilla. Por su sucia boca sale un chillido extremadamente agudo, como no había escuchado antes.

 

Camina con determinación acortando nuestra escasa distancia. Prepara sus garras para atraparme y abre su asquerosa mandíbula. No me da tiempo ya a recargar la ballesta así que, suelto el arma que me estorba y espero a que llegue para dejarme agarrar y asestarle una cuchillada en el cuello cercenando su yugular. Pero el bicho es más fuerte que sus otros congéneres y se resiste a caer. Su fluido brota como una fuente de petróleo, manchándonos, y su boca pretende alcanzar mi rostro, amarrado por sus fuertes manos. Gruñe y grita como un cerdo.

 

Tengo mi brazo izquierdo bloqueado por su peso, aguantando su empuje pero me ha dejado el otro brazo libre. Mal hecho, porque su obsesión es poder llegar a morderme, y esa fijación le va a costar muy cara, aunque con un elemento tal pertinaz tengo que enplearme a fondo.

 

Agarro la empuñadura con rabia y hundo el puntiagudo reflejo de mi arma en uno de los ojos de aquel calamar gigante en una mínima fracción de tiempo. La tinta de su cerebro se desborda y la lucha cesa. Un chillido tenue y aspirado que se apaga con su suerte, decreta su muerte definitiva. Con un empujón, desnudo la mitad del manchado machete y me libro de su abrazo. Su cuerpo se desploma delante de mi.

 

Limpio la hoja en su camiseta deportiva de marca. Un zeta pijo menos. Enfundo el reluciente metal y recojo la pequeña ballesta. Recoloco la mochila en mi espalda, y entre todos mis quehaceres de guerrero sin patria ni bandera, la desconocida se ha postrado a mis pies y parece que ruega por su vida.

 

La observo. Levanta su sucia carita de adolescente, y apenada, llama a las puertas de mi corazón.

 

No lo hagas, por Dios, pequeña, harás que nos maten a los dos. No lo hagas...

 

Lo ha hecho.

 

- No puedo llevarte comigo - le hablo con sequedad. 

 

Amarra sus brazos a mi pierna, y sin pestañear, mueve sus labios con gesto exagerado aunque solo sale una voz ininteligible, similar a la de una sordomuda. Espero que no se trate de una zorra camuflada.

 

- ¿No puedes hablar? - le pregunto inmóvil. 

 

Niega con la cabeza. Puede leer los labios. Ya es algo.


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