EvoluZion 7

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Jenn ha estado durmiendo un par de horas. Abre los párpados y me deja ver el amanecer de sus dos soles, sentado desde la silla. Sonríe, atrevida y se despereza estirando los brazos.

 

- Nos quedaremos hasta que anochezca - la provengo - iremos a por provisiones.

 

Asiente y se incorpora poniendo los pies en el cementoso terreno. Su actitud de hembra provocadora sale a la luz. Se aproxima con paso lento, glamuroso, firme. La mirada iluminada. Diría que debe haber recargado la batería entre el desayuno y la siesta matutina. La dejo hacer para comprobar hasta donde quiere llegar.

 

Se insinúa. Posa sus manos en mis hombros y sienta sus delgado cuerpo sobre mis rodillas. No puedo dejar de mirarla. Es hipnótica.

 

- ¿Qué quieres de mí? 

 

La joven coloca con delicadeza su dedo índice sobre mis labios como respuesta y me hace un gesto con la otra tocándose la barbilla con los dedos que interpreto o creo reconocer de agradecimiento por sacarla del aprieto con aquel zeta cuadrúpedo.

 

Sus brazos rodean mi cuello y su rostro acecha mi predisposición a saltarme mis reglas, reglas básicas de supervivencia. Está logrando que tenga una buena inflamación ahí abajo. Siento su aliento en mi oreja, bajar por la yugular, el dulce roce de su nariz en el vello, que consigue erizarlo. Luego sus labios toman posesión de mi piel, al tiempo que el calor empieza a tomar forma bajo ella.

 

Cierro los ojos y me dejo llevar, relajado por aquel maravilloso ser que el destino ha puesto en mi camino. Rodeo su juvenil cintura con mis brazos y un escalofrío me atraviesa. Sin embargo, se detiene.

Recoge mi cara con ambas manos y me estampa un breve y tierno beso en mis labios. 

 

Sabes a magia, maldita hechicera.

 

Luego se levanta y me da la espalda, volteando sus lisos cabellos, dejándome con un palmo de narices y otro de entrepierna. Ya veo que le gusta jugar con el deseo ajeno.

 

Así que no queda otra que arriar el velamen y dejar el tema para otro momento, quizás.

 

La población de zetas tiene conductas similares a nosotros de bebés. Comer, cagar y dormir. Esas son sus principales prioridades. 

 

Se alimentan de todo lo que se mueve, desde humanos hasta animales, tanto domésticos como salvajes, y principalmente se beben nuestro plasma. Son como sanguijuelas enormes, casi vampiros.

 

Y son muy guarros también, pues todavía no he visto a ninguno de ellos bajarse los pantalones para defecar. Pero teniendo en cuenta su base alimenticia... tal vez no les hace falta. A ello deben su característico perfume a letrina.

 

Los zetas no se reproducen entre sí. Lo sé porque todavía no he visto a ninguna pareja fornicando. 

 

Y sí. Duermen. Igual que nosotros, necesitan descansar.

 

Anochece. La noche añil se cierne sobre el cristal de la claraboya, pigmentando el horizonte de las últimas luces del ocaso. Hoy hay luna, perfecta para un abastecimiento rápido. Seguro que nos encontraremos con otros recolectores. Creo que Jenn me ayudará con sus otros sentidos. Llevo un par de linternas encima y saco una de ellas para iluminar el túnel de salida al exterior, también mi machete y mi ballesta enganchados a mi cinturón. Tengo mis dudas todavía con la recién conocida, aunque no puedo dejarla desprovista de al menos un arma blanca para que pueda salvaguardar su vida.

 

De llegada a la puerta de hierro la apago y quedamos al amparo de la grande y blanca Catalina, que nos guía en nuestro camino a través de la senda.

 

Me unto en la cara fango del fondo del estanque para intentar mimetizarme e invito a Jenn a imitarme. No le hace mucha gracia pero lo entiende.

 

Cruzamos el parque con sumo sigilo y pisamos las peligrosas calles infectadas de zetas, algunos sonámbulos, otros tirados en el asfalto y las aceras. Realmente son cien veces más que nosotros y tratar de entablar una contienda para aniquilarlos sería un verdadero suicidio.

 

Sorteamos juntos vehículos y farolas, evitando hacer cualquier ruido que los alerte. Las latas de refresco ruedan por la penumbra de algún callejón y el papel de periódico revolotea con la tenue brisa.

 

Ojos humanos nos observan. Los noto clavados en el lastre de mi sombra. Desde los pisos sin luz, las cortinas ondean al viento y alguna silueta se percibe. Las tiendas y los comercios de alimento han sido saqueados y vaciados hace tiempo, pero queda un lugar al que pocos humanos se atreven a ir. Es un paraíso donde la comida en conserva todavía abunda. El centro comercial.


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