EvoluZion 9

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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La punta del cuchillo tiembla peligrosamente cerca de mi ojo. Me muevo despacio, sin desplazamientos bruscos, para sacar la mochila de mi espalda.

 

- ¡Joder! - oigo que maldice en voz baja el que me sujeta - ¡Es la mutante!

 

Creo que sé refiere a Jenn. El otro hombre la agarra de los cabellos y levanta su cara llena de barro a la luz de la luna. Sus ojos verdes refulguran como estrellas y cambian de tono, recordadome la similitud con las pupilas de Lin Mayl. Una delgada hoja de acero también la amenaza, cerca de su rostro, ahora que distingo prepararse para sobrevivir.

 

Con un rapidísimo movimiento doble, su mano bloquea la muñeca que mantiene el arma, mientras que con la otra golpea la empuñadura de tal manera y precisión que logra clavarsela en la tráquea a su presunto verdugo. Éste, sorprendido y horrorizado al darse cuenta de su error al no percatarse de que la víctima era él, da dos pasos atrás y cae de espaldas, agonizando sin poder coger aire con los pulmones.

 

Un gilipollas menos. La misteriosa chica es una caja de sorpresas difícil de determinar, aunque mientras nos respetemos no creo que haya problema.

 

Jenn ha creado un estado de distracción a mi opresor y eso me ha permitido sacar la ballesta cargada del cinturón y apuntar a su cuello.

Jenn y él se miran firmemente. En los ojos de ella no veo atisbo de duda a pesar de las sombras de la medianoche que pasan de puntillas por su juventud. Pasa por encima del humano moribundo, que se debate entre tinieblas, todavía escupiendo sangre en el sucio suelo gris.

 

El brazo de él me libera al notar la fría punta de una flecha en su cuello. Se rinde dejando caer el cuchillo. El sonido metálico se propaga en un eco que acaba pronto. Espero que ese ruido no nos comprometa. Me alejo sin dejar de apuntarle.

 

- Así que mi amiga es la mutante - musito, pero para que me oiga.

 

- La Hermandad te busca, zorra - le advierte con rabia - tarde o temprano caerás en sus manos y les darás lo que necesitan.

 

Escupe al hablar, enseñando los dientes. La ira nubla su razón, agacha la cabeza, y sus ojos la miran con desprecio, quizás sabiendo que no volverá a ver otro amanecer, porque en un heroico intento por llevarme por delante de un salto, aprieto el gatillo y lo abato de un certero flechazo en su testa rapada, clavándose la punta de metal en la pared de ladrillo visto.

 

Había oído hablar de la Hermandad.

 

- ¿Qué quiere de ti la Hermandad? - le pregunto girando la vista hacia ella.

 

Ha leído mis labios pero elude la respuesta. Con la cabeza me sugiere que nos vayamos de allí, pues una sombra en el firmamento acecha los acontecimientos, rondando los cuerpos sin vida.

 

De un impulsivo manotazo devuelvo la flecha manchada en sangre a su lugar y sigilosamente sigo a Jenn, convertida ahora en la guía de nuestro retorno al escondrijo. Siento que mis congéneres caigan por mí en esta guerra maldita, donde la supervivencia debería ser cosa de todos y no también de carroñeros que quieren aprovecharse de los que tenemos más coraje e ingenio.

 

Pero supongo que cada uno cumplimos un cometido en este mundo. Unos lo conocemos, otros se marchan sin conocerlo y tan sólo unos pocos nos ayudan a encontrar la sabiduría de ese conocimiento en nuestro interior. 

 

Como mi nueva y extraña compañera, que parece más sacada de un libro de fantasía que de una ciudad de zetas.

 

A todo esto, mientras nos alejamos, un batir de alas tras nosotros, me indica que madame dragona se va a dar un festín a nuestra salud. Y la verdad, prefiero saber que son ellos en lugar del menda.

 

Sin más contratiempos, respiro al asegurar por dentro la puerta cortafuegos de nuestro refugio y coloco la linterna de pie sobre la mesa arrinconada, dando luz a la estancia. Nos descalzamos, nos libramos del peso de las mochilas y nos aseamos la cara con un poco de agua y jabón. Luego le toca al calzado, del que debemos ocuparnos de eliminar el olor a podrido. 

 

Terminada la limpieza, llamo su atención con mi palma en su fresco hombro desnudo para que me lea los labios.

 

- ¿Puedes decirme que quieres de mí? - le vuelvo a preguntar.

 

Se queda impertérrita, me observa sin el más leve pestañeo, tiene unos ojos hipnóticos y profundos, de un verde oceánico infinito. Duda y me hace dudar sobre lo que acabo de preguntarle, pero a pesar de su relajada posición me contesta con un gesto de abrazo a sí misma 

 

- Protección - susurro al entender. Imagino que le ha costado sincerarse. Asiente.

 

- ¿Y porqué eres tan valiosa para la Hermandad?

 

Baja la mirada un instante a los pies y regresa a la mía con un halo de nostalgia en sus pupilas. Sus brazos se mueven interpretando una danza de delicados gestos para revelarme su secreto. Pega varios golpecitos con dos dedos en la parte interior del codo, sobre su arteria humeral.

 

- ¿Tu sangre? - frunzo en entrecejo y asiente. He acertado de nuevo.


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