Casada pero necesitada de macho - Parte 3

Por
Enviado el , clasificado en Adultos / eróticos
9457 visitas

Marcar como relato favorito

La Licenciada ya se había levantado del catre de Otumbo. Tenía la ropa desarreglada; la falda estaba alzada, de tal forma que permitía verle la parte trasera de los muslos y parte de aquellas voluminosas nalgas. Pese a que las pantaletas cubrían la división de su enorme culote, aquellos mirones podían estar agradecidos, pues, con tal imagen, bien podrían inspirarse para hacerse una satisfactoria chaqueta más tarde. La mujer estaba tan buena, o más, de cómo la habían imaginado aquellos morbosos, quienes la mal miraban desde su llegada.

Renata se notaba un tanto vacilante y su hablar no era del todo preciso, debido a la borrachera que aún no se le bajaba.

—Te lo juro; nunca me han metido una cosa así. —dijo ella.

—Le prometo que lo haré con cuidado. Además ya está usté’ bien mojadita —le dijo Otumbo, tratando de recobrar su confianza.

—No, con eso de seguro me desgracias. Y luego... ¿a ver? ¿A ver qué hago aquí en plataforma si sufro un desgarre? Ni modo que acuda al médico de la compañía. No manches... quedaría como una...

—Como una puta infiel, que es lo que es —dijo uno de los trabajadores detrás del mamparo queriendo hacerse el ocurrente frente a sus compañeros.

No obstante, Otumbo pareció entender, al contrario de los tres trabajadores que los espiaban...

—¡Pinche Bestia...! Ahora es cuando —dijo el que en ese momento miraba.

—¿Qué pasa? ¿Se la va a meter o no...? —preguntó otro.

—No, pues... yo no la quiero perjudicar. Y sea como sea no la voy a obligar —dijo Otumbo, demostrando su calidad humana.

Fue así como se fue mermando la oportunidad de aquella cópula que parecía prometedora para aquellos tres mirones, por lo que calificaron despectivamente a su compañero por desaprovechar tan preciosa oportunidad.

—¡Aaah... qué pinche pendejo¡ —exclamaron, casi al unísono, junto a otros variados calificativos.

Al día siguiente, Renata Campos sufría la resaca física y moral de su vida. Había estado a punto de jugarse su trabajo. Con tanto que le había costado. Y... más aún, había cometido una infidelidad. Una infidelidad al hombre que la había apoyado a hacerse una profesionista, una infidelidad al hombre que la amaba.

En aquellos pensamientos estaba cuando un trabajador se le dejó ir. Agarrándola descuidada y a solas, trató de vejar a la Licenciada. El muy truhan se adueñó de sus turgencias femeninas en tan sólo unos segundos, que a ella le parecieron horas.

En el estrecho pasillo gritó, pero nadie vino en su auxilio; no evitó ser manoseada y ensalivada.

—´Óra sí chula. Te voy a bajar los ardores. ¡Vas a ver que éste sí es hombre! —le dijo aquél.

Y es que, para esos momentos, la mujer ya había sido criticada y juzgada por la mayor parte del personal de la plataforma quienes la tildaban de: “casada, pero necesitada...”, pues, gracias a aquellos tres chismosos, muchos sabían de lo ocurrido con Otumbo.

Y como no faltaba el “aventado”.

Aquel desgraciado pretendía hacerla suya a la fuerza, sin embargo, hábilmente, Renata se dio la maña de darle un rodillazo en sus ansiosas partes. Lo dejó haciéndose un ovillo del dolor y ella corrió alejándose de allí.

Temiendo una denuncia, el malandrín huyó de la plataforma antes de que Renata se lo comunicara a alguien, sin embargo, al final, todo mundo se enteró.

Otumbo, preocupado por ella, trató de consolarla, aunque...

—¡Déjame! —le dijo ella y se alejó de él.

Renata se mantuvo distante de Otumbo, decidida a no arriesgarse nuevamente. Y a no cometer algo tan peligroso como aquel desliz.

—Pues sí cabrón. La cagaste y bien feo pinche Bestia —le decía más tarde, un compañero suyo (uno de aquellos mirones) mientras jugaba cartas con Otumbo.

—Si ya la tenías pero si bien puesta, no sé por qué la dejaste ir viva, caray —dijo otro.

Como Otumbo estaba un tanto tomado, y aún más ebrio de despecho, no quiso ni reflexionar ni refutar las palabras de sus camaradas de juego. Sólo se dejó hundir en aquella depresión hasta que, habiendo perdido todo su jornal, dejó aquel grupo y se fue a su camarote.

Encerrado en aquel estrecho lugar, se dio la libertad de hacerse, por propia mano, una rotunda chaqueta.

Después de todo, se había perdido el servicio de las visitadoras la última vez y ya tenía mucho tiempo de no descargar su semilla.

Fue así que mientras sus vecinos estaban enfrascados en su juerga nocturna, él se ocupaba de otra cosa.

Otumbo atrajo la imagen de Renata a su mente. Aquellas porciones generosas de carne femenina que formaban su culo le llegaron de inmediato. Quizás sus compañeros tenían razón, había sido un tonto. Debió hacerla suya cuando tuvo la oportunidad. Pero...

Pero él no era así.

«Me conformo con lo buena que fue. Ninguna mujer había sido así conmigo, ninguna. Y eso fue de lo más bonito que he vivido», se dijo para sí, al mismo tiempo que recordaba cómo aquella “dama” le había mamado el pito por propia voluntad, y así encontró conformidad.

Su tosca manaza se asía de su grueso pene y lo estimulaba, con la imagen de la mujer que amaba en el pensamiento.

Tan ido estaba en su fantasía que no escuchó los pasos que se aproximaban.

Renata se encontró así con el cuerpo tendido de Otumbo en aquel catre que le quedaba chico. Él se daba fuertes tallones, creyéndose solo, y ella se quedó pasmada y expectante.

—¡Qué delicia... que delicia de mujer es usté’ Licenciada! —se decía Otumbo en medio de su ensoñación.

Ni en la soledad de la fantasía le faltaba al respeto. Sorprendida de eso, Renata atenuó la primera impresión que aquella impúdica escena le habría provocado. Se guardo las palabras que había ido a expresarle a Otumbo para después y se aproximó a él.

Ninguno pronunció palabra mientras ella se adueñó del miembro para chuparlo. Renata hacía el máximo esfuerzo por abrir sus mandíbulas al máximo. Con tan tremendo atrevimiento, la mujer introdujo el glande hasta casi tocar su úvula.

Los guturales sonidos producidos por Renata eran a la vez morbosos y angustiosos, parecería que estuviera en riesgo de ahogarse. Otumbo podía ver el enorme esfuerzo que ella hacía al tratar de tragarse su carne. Él no podía estar más que agradecido ante aquel acto.

Renata nunca llegó a metérselo por completo, pero no dejó de intentarlo. Llegó el turno de devolverle el placer recibido y, aún sin mediar palabra, Otumbo cambió de posición con ella.

Renata, todavía vestida, se abrió de piernas alzándose a sí misma la falda. A él correspondió el bajarle las pantaletas que; pese a las enormes manazas con las que lo hacía; deslizó delicadamente hasta sacárselas de cada una de las piernas.

Así, Otumbo estuvo frente a una abertura vaginal que lo esperaba anhelante. Chorreantemente deseosa de su contacto, la panocha parecía derretirse. Los gruesos labios de él besaron aquellos otros más finos. Hembra y hombre se babearon mutuamente con enorme pasión.

La mujer arqueó en repetidas ocasiones su espalda, demostrando así el arribo del anhelado orgasmo. Hacía mucho que no disfrutaba de algo así y en tal multiplicidad. Esa sensación la hacía sentirse completa y viva.


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed