LO MÍTICO DE UN PUEBLO

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Mitos y creencias son las luchas heroicas de comprender la verdad en el mundo.”

Ansel Adams.

 

Eva Luz, docente universitaria, retirada de los ámbitos laborales, no por la edad, sino porque no necesitaba más recursos económicos de los que  ya poseía, invitó a sus mejores amigos: Jenny María, traductora de lengua  y a Roberto Luis, un profesor de arte, a visitar la población de  La Puerta,  un  pueblo atractivo por sus parajes naturales   y uno de los más turisticos de la cordillera andina del norte de  la América del Sur, ubicado en el estado Trujillo,  Venezuela.

Habían llegado al hostal “Neblina Azul”, propiedad de otra amiga, Marianela Paredes, destacada emprendedora de la industria hotelera en la región.

El parador erguido  en la cima de una montaña, rodeado siempre de un verde espesor y con los sonidos naturales acostumbrados, daba la impresión de estar en el propio paraíso : la correntía de los riachuelos, el cantar de los pájaros silvestres, el zumbido de los pinos “llorones” y más allá, en la lejanía de sus terrenos, se dejaba escuchar alguna melodía del folclor local, sin olvidar las aromas del campo silvestre de las primeras horas mañaneras:la del  rocío persistente  y  la de la  leña recién cortada , para  hervir el agua del   café de la primera taza del día.

Allí, mientras los empleados ayudaban a bajar las valijas, se encontraba Ernesto, que hacía de centinela, chofer y jardinero. Era un hombre como de treinta y cinco años, de facciones indígenas y de entera confianza de la propietaria.

 —¿Qué sucedió aquí? ¡tantos árboles derrumbados! — Al parecer los visitó un ciclón. Preguntó Jenny María.

Marianela, gentil como siempre, intercambió saludos, pero no respondió a la interrogante.

Fue Ernesto, quien tomó la palabra y expresó:

 — No, nada de ciclón profe. Ese fue El Momoy, ahora anda cabreado por los daños que han hecho los terratenientes de arriba, desforestando la cima y por los de la ciudad, que vienen a contaminar y dejan cuanta basura en los ríos y quebradas. Pero, eso… ¡se les va a acabar! Los Momoyes se van a vengar, y ese ventarrón que hubo, que interrumpió el servicio eléctrico por tres días, es  muestra del disgusto. 

  —¿El Momoy? ¿quiénes son los Momoyes? -Se preguntó para su interior Eva Luz. Jenny María se limitó a escuchar y guardó silencio.

—    ¿Y dónde está ese Momoy y los demás Momoyes? - Interrogó Roberto Luis.

—Pues, fíjese usted, ahorita mismito tenemos uno. Lo agarramos en “El Frailejón”, la finca de los Pedroza. Allá lo tenemos entretenido, a ver si se le pasa el enojo. Mañana vamos a ofrendarlo, no queremos que siga disgustado, puede traer desgracias.

Esta vez Roberto Luis no hizo comentario. Todos se miraron entre sí y Ernesto continúo en su faena de remover los escombros y la poda de árboles y así, transcurrió parte del día.

Por la tarde, los visitantes olvidaron la conversación y se dispusieron a compartir anécdotas, músicas y recuerdos de esparcimientos que habían disfrutado en anteriores viajes.  Ya cercana la noche, cuando se retiraban a sus respectivos aposentos, divisaron un camión de los que se utilizan para transportar   ganado, subiendo la cuesta para llegar al parador. Ernesto, venía de píe, sujetado en la parte de atrás, a las estacas de la máquina, no andaba solo, aparte del conductor, otros dos hombres lo acompañaban.

— ¡Buenas noches! Espero que todo esté bien. — Saludó, aproximándose al pequeño grupo, y despidiéndose con señal de mano de sus compañeros, que inmediatamente, retornaron a su destino.

   — Vengo de ver al Momoy, lo dejamos atado hasta mañana. Está tan furioso que no nos dio el frente- Dijo Ernesto sin   que nadie le hubiera preguntado, retirándose de forma inmediata a su habitación.

  —Chicas… ¿me podrán explicar esa historia que mantiene ese empleado sobre un Momoy?  —Increpó con importante curiosidad,  Roberto Luis.

 — Yo no sé nada de eso. Soy una ignorante, pero de la forma cómo se expresa, me asusta. Estoy que me largo de una vez —Intervino Eva Luz.

—  El Momoy de Los Andes, es un personaje mítico de la región de Boconó, pero se ha extendido en todo el territorio andino. Lo describen de aspecto viejuco, de estatura pequeña, de ánimo bonachón, que se deleita con la música, que habita en el fondo de la tierra y de las montañas, para los lugareños, es el guardián de las lagunas, ríos y quebradas. Es como especie de un duende, solo que este anda vestido con sombrero y traje típico — Respondió Jenny María.

  —¡Cielos ¡y… ¿Ernesto cree de verdad en eso?  — Lo dice con tanta propiedad, que me cuesta pensar que nos está haciendo una broma   —Agregó nuevamente, Eva Luz.

  —Como mito es una historia tradicional, aunada a las creencias que asumen como verdaderas y probables parte del   colectivo social, que no abandonan, así de fácil. Sucede lo mismo con los diferentes tipos de religiones, sus fieles practican ,  admiten, y dan por verdadero todo lo que pregonan de las  doctrinas — Puntualizó Jenny María.

Ni Roberto Luis ni Eva Luz, le refutaron su teoría, dando por concluida la plática.

Al día siguiente, los amigos, aprovechando que había salido el sol reluciente, junto a otros huéspedes, prefirieron desayunar en el pasillo externo, por lo que improvisaron un comedor para degustar el plato típico de la región. Cuando la velada estaba en total plenitud, observaron que el mismo camión, de la noche anterior, subía otra vez la pendiente, deteniéndose en el portón de acceso, como esperando a alguien.

 De pronto, vieron  salir a Ernesto del granero, dirigiéndose al camión. El empleado, sujetaba en una de sus manos una cuerda gruesa y larga, de lazo corredizo, igual a las que utilizan en el rodeo y en la otra mano, sostenía una flauta y además, iba ataviado con el traje típico nacional, un liqui-liqui de color blanco, como invitado a una gran fiesta nacional. Saludó al grupo desde lejos, pero Roberto Luis le alcanzó el paso. 

   —¡Buen día Ernesto… ¡vaya pinta ¡¿va para alguna fiesta?

   —¡¿A dónde más voy a ir?    —Nos vamos a Jajó, a contentar al Momoy y a regresarlo a dónde debe estar. Con esa cuerda lo sujetamos y lo ayudamos a retornar a su laguna.   —Respondió, señalando la misma.

   —¿Y yo puedo ir, a ver al Momoy?

   —¡Pues sí¡ maneje vía directa, hasta llegar al  pueblo  y allí pregunte por la hacienda el “El Frailejón”. Váyase temprano, puede que lo dejemos en la lagunita antes de las cinco de la tarde, después que le cantemos unos valses.

Roberto Luis, asentó con la cabeza, pero en su interior, imaginándose la escena de la plática, le pareció tan inverosímil, así como el personaje que la motivaba. <Estoy viviendo un momento irreal, en paralelo < —Se dijo.

   —¡Chicas, vamos hasta Jajó ¡son varios kilómetros …Vamos a ver de qué se trata ese teatro que nos ha montado el mentiroso de Ernesto. Mi coche llega   hasta allá.

Todos se animaron, menos Paredes, excusándose por las ocupaciones propias de su negocio.

 

 

 


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