Raíces de odio Parte 1

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Aviso: Esto es una obra ficticia y todo lo que aquí aparece si corresponde con la realidad es un mero hecho casual. disculpen las faltas de ortografía y signos de puntuación. Disfruten con la lectura.

Había pasado mucho tiempo desde que pisé mi tierra natal. Extremadura.

12 largos años que borraron mis ancestrales heridas, fracasos y derrotas, así como los buenos tiempos. Todo desaparecido por el inexorable paso de los años.

No me arrepentía, la verdad, apenas tenía 26 años cuando me marché a la capital del país, precisamente para eso, borrar todo, “darle al reset”. Sentía que en donde crecí me ahogaba, aparte de otras cosas más dolorosas.

Fueron doce largos años, al principio llenos de incertidumbre arrastrando las penas hasta que conseguí reconducir mi vida. Pero dicen que el destino te aguarda siempre un final muy distinto al que uno planea. Y así es, al final, vuelvo a la tierra donde nací.

No se puede explicar toda esta historia sin comentar otros asuntos de importancia.

Al poco de marchar a Madrid, según oía de pasada en las noticias así como de mi compañero de piso (y gran amigo, el mejor debería de decir), Extremadura comenzó un vertiginoso ascenso económico, demográfico (la inmigración y emigración tuvo muchísimo que ver) e industrial jamás visto en otro capítulo de la historia humana, y todo en mitad de la peor recesión del país en la era moderna.

En 10 años, Neopatria (con cierto aire almogávar, tengo que decir), ciudad cimentada sobre una antigua Almendralejo, se convirtió en la urbe más grande del mundo, absorbiendo todos los municipios al alcance de sus hambrientas aspiraciones en la provincia pacense. Únicamente se salvó la ciudad con el mismo nombre de la provincia, Badajoz. Todo el resto habitable de la provincia era Neopatria, con 200 millones de habitantes, y lo que estuvo fuera de su alcance, aldeas y pequeños pueblos remotos, desaparecieron sin remisión.

Neopatria producía el dinero y el resto de la comunidad le proveía de las cosas en las que la megalópolis no era autosuficiente.

Una comunidad autónoma conformada por una provincia, y una ciudad-provincia en sí. O al menos es lo más acertado que se podía decir según los expertos.

Fue tal el impacto de este hecho, que hasta se propuso que Neopatria fuera la nueva capital del estado, pero no fue así. El consejo inversor, así como el alcalde decidieron rechazar tal propuesta,  ya que atentaba contra lo que ellos consideraban “moralidad nacional”

Pero todo era parte de un plan diseñado por la cúpula directiva de Neopatria.

Y a partir de aquí entramos ya en el plano de los rumores, conspiraciones y habladurías.

Se comentaba que debido al poder que ostentaban los señores de Neopatria y la descomunal inyección económica que provenía de ella, el consejo tuvo una reunión con el gobierno central, en la cual se acordaron ciertas leyes especiales para la megalópolis, haciendo que esta se convirtiese en una especie de ciudad-estado colaborador con España.

Una aberración que cuando se empezó a extender por las calles, se organizaron huelgas, manifestaciones por todo el país, y finalmente revueltas violentas.

Excepto en Neopatria, claro está.

Y como pasa siempre, la verborrea política  hizo acopio una vez más de sus extrañas palabras hipócritas para enmascarar la verdad hasta el punto de hacer parecer lo que no era a la población. Era el resultado al esfuerzo  de la clase política tras años de mentiras para empobrecer la educación (y otras cosas), que había creado a una sociedad en su mayoría inculta y maleable a sus viperinas palabras. Y así se solucionó el problema de las revueltas. Bueno, eso y con la ayuda del ejército.

Y ahí andaba yo, en un autobús con 4 horas por delante de camino a Neopatria, bueno, hasta Neopatria eran 2 horas, hasta mi destino dentro de la megalópolis eran 4. Si no contábamos los más que probables atascos.

¿Por qué volvía a la tierra que tantas amarguras me había dado? No lo sé todavía, la verdad. Fue algo así como una especie de despertar, no como el que sufrí cuando me marché de mi almendralejo natal, aunque a decir verdad tengo que comentar que allí estuve despierto, viví un dulce sueño en Madrid, y ahora tocaba el despertar, para hacer frente a la realidad que había dejado atrás. Los pecados persiguen al hombre, decían, aunque ya no arrastraba dolor y no sabía con qué me iba a encontrar. Doce años sin hablar con nadie de mi antigua vida creo que dan para romper muchas relaciones.

Toda esta historia empezó cuando tras haber participado en 3 guerras (supuestamente misiones de paz, pero todo sabemos que es cuestión de dinero) y dos misiones Otan, decidí abandonar el “excelso ejército español”, según los aliados de España. Al poco de dejarlo, con muchos euros en el banco, los suficientes como para pagar una casa y poder vivir holgadamente al menos unos años cobrando el paro, recibí una llamada de un número que desconocía mientras holgazaneaba en frente del ordenador.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando la persona que hablaba conmigo era en realidad el antiguo dueño de un bar al que solíamos ir los amigos antes de que todo esto ocurriese. Lo reconocí porque él me lo dijo, no por la voz, muchos años habían pasado.

Emile, dueño del bar “The shell”, me preguntó primero en qué andaba metido, si seguía en el ejército. Al enterarse de que no continuaba allí, me hizo una oferta bastante suculenta, no en el sentido económico, ya que entre el ejército y los trapicheos varios (en los cuales cobraba mucho más que en mi trabajo) superaban la oferta de Emilio, suculenta en el sentido de que me aburría en sobremanera y necesitaba volver a la acción, y de lleno.

El trabajo, según lo poco que me dijo por teléfono, consistía en administrar la seguridad de uno de sus locales, y donde digo locales, me refiero a muchos metros construidos y no los antros que anteriormente regentaba. Es lo que tenía tener negocios en el centro de Neopatria, todos los que aún regentaban sus antiguos locales en lo que anteriormente fue almendralejo, o habían vendido por ingentes cantidades de dinero o bien habían prosperado de manera exponencial al igual que la megalópolis. Y ese era el caso de Emilio, había perseverado a pesar de los malos tiempos y ahora era millonario. O eso es lo que me dijo.

Lo que yo me pregunté durante cuarenta segundos era porqué me había elegido para llevar la seguridad de uno de sus locales, y más teniendo en cuenta que nunca lo había conocido mucho.

Pero estaba aburrido en Madrid y me apetecía volver a “mi casa”.

Así que allí estaba, acercándome a la parada de autobuses situada en el centro de Neopatria, en las afueras de la antigua almendralejo, tras haber observado los gargantuescos edificios de Neopatria, sus calles y autopistas de insondable terreno, y los millones de personas que por allí hacían vida, como hormigas, bueno, como ovejas mejor dicho, de un sitio a otro con la cabeza gacha y sin rechistar.

.....Continuará.....


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