Caperucita, Cazadora de lobos: La Caza

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Llegó el día, ese que no parecía llegar nunca, el día en el que debía abandonar a los hijos de las sombras, aunque ellos nunca me abandonarían a mi, siempre estarían ahí, cubriéndome las espaldas. Debía partir en busca y captura de esas bestias medio humanas, y lo haría bien armada, armada de valor y furia, la furia que me había acompañado y llenado cada vez más en este tiempo de aprendizaje, llevaría conmigo las armas que mis hermanos de las sombras me habían enseñado a manejar diestramente, con la ligereza del viento entre mis manos; armas que no solo me habían enseñado a usar, sino también a forjar a golpe de fuego para hacerme las mías propìas en el camino, un camino largo y duro, manchado de sangre. El día de mi partida me había vestido de cuero y piel, ambos me defenderían del frío y de las garras de las bestias, aunque ninguna de ellas me hacían invencible, podría perecer fácilmente en mi misión de darles caza. Y obviamente no podía faltar mi caperuza, no iba a ninguna parte sin ella, era parte de mi, de lo que un día fui, y me hacía bien visible para quienes me esperaban más allá del horizonte, pues en ningún caso les quería rehuir, todo lo contrario, les quería atraer, sería mi carnaza. 

Partí al alba, con los primeros rayos de sol que cubrían la nieve de un color anaranjado que pareciera anunciar lo que estaba por venir. Las despedidas no parecían ser el punto fuerte de ninguno de nosotros, y la tensión parecía que cortase el aire y el frío como un cuchillo. Gul, de modo paternal, me cogió de los hombros y me miró a los ojos, los suyos eran una mezcla de muchas cosas, eran la mirada de un padre, la de un coronel que mira a su soldado a la cara por última vez, y la de un maestro que mira a su pupilo antes de separar sus caminos. 

—Vas a iniciar un camino siniestro y peligroso, un camino oscuro a la luz del sol, un camino para el que te deseo fuerza y sabiduria, templanza y coraje. Sabes lo que tienes que hacer, tu valentía podrá más que el miedo, y el miedo será tu arma contra los lobos. El silencio tratará de envolverte como el aire gélido, pero tu misión y tu destino serán tu calor. No dudes, Caperucita, ve siempre hacia delante, no mires atrás salvo para cubrir tus espaldas, y por las sombras no te preocupes, seremos nosotros vigilándote. Ve Caperucita, y no vuelvas hasta haber cumplido tu destino —.

Aunque mis ojos querían llenarse de lagrimas, mi corazón lleno de sangre, fuerza y valentía, lo impidió. Mirando fijamente a Gul, y a todos mis hermanos, juré lograr mi fin. Partí sin mirar atrás, me dejé perder entre el manto blanco hasta que la niebla y el frío me cubrieron por completo. No escuchaba nada, apenas el viento en ráfagas cortas, un viento que con su silbido me decía que estaba en territorio enemigo, en tierra hostil, sabía que él o ellos estaban ahí, mirándome, siguiéndome a cada paso. No pude evitar que un sudor frío me recorriese la espalda, un sudor que me hizo estar alerta. Olvidando que mis hermanos de las sombras estarían ahí, agarré con fuerza mis armas, dispuesta a blandirlas en cualquier momento. Ese momento se precipitó sobre mi sin apenas darme tiempo a reaccionar, cuando quise darme cuenta, tenía a la bestia sobre mi, una bestia animal y sobrehumana de fauces aterradoras, con un aliento pútrido y un pelaje desaliñado que rozaba lo asqueroso. Tenía sangre seca sobre él, quizá fuese la de mi abuela, aún presente en él, o la de quien sabe cuantas victimas. Sin saber como, había tomado mi espada, y se la estaba clavando en lo más profundo de su ser, costaba, era una bestia grande y fuerte, y aún así vulnerable sobre el acero de mi espada; rugía y luchaba clavando sus garras sobre mi, aplastándome con su fuerza sobrenatural, me costaba respirar. Su sangre salía como manantial, y con ella su vida se escapaba sobre mi, empapándome. Flechas salidas de la nada, se clavaron sobre su espalda, eran mis hermanos de las sombras, eso me liberó, me levanté, y llevada por la furia y la rabia le volví a clavar mi espada, abriendo su pecho de lado a lado, un pecho duro y fuerte que sonaba como cuero rasgándose. Sangre y más sangre tiñendo el manto blanco de rojo intenso. 

El camino que había tomado, aquel camino de venganza, se llenó de sangre, y de bestias que parecían de otro mundo y con las que tenía que luchar de día y de noche. Con cada una de ellas me hacía más fuerte por dentro y por fuera, mi lucha me hacía más despiadada y fría. sentía una sed insaciable de venganza y sangre, necesitaba sentir como sus vidas se las llevaba el acero de mis espadas, necesitaba sentirlas dentro de sus carnes, necesitaba sentir como las desgarraba, a veces, post mortem, me llevaba sus cabezas, a veces como trofeo, a veces como carnaza para atraerlos hacia a mi, me hacía sentir poderosa sobre ellos. Ya no sabía si había perdido el norte, y lo que hacía ya no era por venganza. La gente que vivía en aquellas tierras inhóspitas ya no sabían si tenían más miedo a los hombres lobo o a mi. Mi cacería había traspasado fronteras, había ido más allá de las montañas, se había convertido en leyenda, me llamaban Caperucita, Cazadora de lobos. 


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